Un escritor en crisis, su amigo invisible y una surrealista aventura
El bueno de Guillermo Fesser nos trae de nuevo ese humor tan típico que desplegó junto a Juan Luis Cano en Gomaespuma. Esta vez lo hace a través de una ficción un tanto surrealista, con muchos momentos absurdos que parten de su protagonista y del amigo invisible de éste. El tal Ingelmo, el protagonista de esta historia titulada Mi amigo invisible, está pasando una crisis creativa e incluso existencial. Para colmo tiene un amigo invisible que se le aparece cuando le apetece, y que le cuenta unas historias tan inverosímiles que habría que encerrarlo en un sanatorio mental. Y es que el pobre Ingelmo no tiene la cabeza para estas historias, pues tiene que escribir un libro, o se queda sin futuro literario.
Esta es la base con la que Fesser construye la historia, y que además, le sirve para hacer un repaso a sus vivencias (y conocimientos) por (y de) Estados Unidos, en donde vive desde hace unos cuantos años. Los que le conozcan como escritor, y no sólo como periodista, habrán oído hablar, o incluso leído, A cien millas de Manhattan, ese libro-diario con el que nos instruyó sobre la cara, tal vez, menos conocida de los yankees. Aquel libro fue, en mi opinión, extraordinario, porque podíamos conocer algunos aspectos más allá de los tópicos que nos ha mostrado el cine y la televisión made in USA. El personaje de Ingelmo va narrando su historia a través de un diario. Al principio resulta aburrido, pero poco a poco empiezas a descubrir que Juan Carlitos y su amigo invisible -o no tan invisible- tienen una misión que cumplir, con surrealistas consecuencias. En medio de toda esta narración Fesser vuelve a meternos, en el bueno sentido, esos datos que caracterizaban A cien millas de Manhattan. Aquí lo hace a través de la ficción, pero si uno está atento puede intuir que esas cosas de las que hablan los personajes, cuando el escenario se traslada a Estados Unidos -porque a Ingelmo le esperan aventuras en tierras yankees-, están muy relacionadas con los propios conocimientos de Fesser sobre el país de las barras y las estrellas.
En líneas generales, Mi amigo invisible resulta divertido, pero claro, es a través de un humor un tanto peculiar. El estilo narrativo y descriptivo que usa Fesser están muy relacionados con lo que mostraba en Gomaespuma, y puedo entender que muchos de los que lean el libro no lo sientan de la misma forma. Y es que hay que reconocer que el tal Ingelmo, el narrador y protagonista de la historia, resulta muy pesado en muchos momentos, como cuando se pone a contar historias de toreros, de vinos o de recetas de cocina. Es en esos momentos cuando la lectura se vuelve pesada y muy repetitiva. ¡Hay que ver lo que le cuesta a Ingelmo ir al grano! La historia, la aventura de Ingelmo, es totalmente surrealista, y te hace sentir el impulso de reírte de algunas cosas que le pasan. Y hay que tomarse la lectura así, porque si uno quiere buscarle sentido a todo lo que pasa aquí, y es mucho aunque no lo parezca al principio, no disfrutará de la lectura.
Dado el estilo de narración y la propia historia, con ese humor tan típico del escritor, Mi amigo invisible resultará muy interesante para los que ya conocían a Fesser y a Gomaespuma. Para los que no, no resulta de lo más apropiada, y yo les recomendaría leer A cien millas de Manhattan.
F I N