Revista Medio Ambiente

Mi año de la marta

Por Davidalvarez

Si hay un animal que se ha convertido para mí en el animal del año, ese es la Marta (Martes martes). Un animal que hasta este año solo veía fugazmente y por desgracia, la mayoría de las veces me lo encontraba atropellado en los arcenes de la carretera. 

La marta es un mustélido de hábitos forestales, más abundante en manchas arbóreas caducifolias, aunque lo cierto es que se puede encontrar en una gran variedad de hábitats. Hasta hace no demasiado tiempo, en Asturias las martas eran abundantes en el interior, mientras que en la franja costera su lugar era ocupado por la Garduña (Martes foina), un pariente cercano de la marta y muy similar a ella. Desde hace unos años, la marta ha colonizado muchas zonas costeras y actualmente la distribución de ambas especies se solapa y en gran parte de la rasa ya es la especie dominante.

Mi año de la marta

Durante los meses en los que estuvimos confinados durante este aciago 2020, tuve la suerte de tener varios encuentros con una marta, que al llegar el verano se hicieron tan habituales que era raro el día en que no aparecía por casa, incluso varias veces, volviéndose tan confiada que dejaba que me acercara a ella a menos de 3 o 4 metros sin alterarse lo más mínimo.

Todo empezó cuando a finales de marzo coloqué una cámara de fototrampeo cerca del montón de compost donde dejábamos los restos orgánicos de la casa. El primer día que la puse, poco después de oscurecer, una Garduña apareció y se pasó más de media hora revolviendo entre la hierba hasta que encontró varios restos de fruta que se comió allí mismo. A pesar de ser de noche y que las imágenes infrarrojas eran en blanco y negro, el aspecto de la cola, la forma de la mancha del pecho y el tamaño de las orejas, confirmaban que se trataba de una garduña y descartaban la confusión con una marta. 

Mi año de la marta

Durante varios días, la garduña siguió visitando el montón de compost, pero siempre entre la puesta del sol y el amanecer. Hasta que un día, a principios de abril, poco después de que la garduña se hubiera marchado y cuando ya había amanecido, la marta apareció por primera vez. A partir de ese día, la marta y la garduña siguieron visitando el jardín, pero nunca coincidieron las dos juntas. 

 

Los días fueron pasando, y mientras la garduña seguía con sus hábitos nocturnos, la marta empezó a visitarnos con más frecuencia y a cualquier hora del día. Entrada la primavera y cuando muchos pájaros ya se encontraban criando, sabía que andaba por los alrededores al escuchar el reclamo de alarma de los petirrojos y los carboneros. Pero bastaba con que me acercara para que escapara corriendo sin que me diera tiempo a poder hacerle una foto decente.

Con el paso del tiempo mis encuentros con la marta fueron haciéndose más frecuentes. Ya la reconocía al verla por la forma del babero y por unos pocos pelos blancos que tenía entre las orejas. Y poco a poco se fue volviendo más confiada. Cuando me avisaban los petirrojos, salía al jardín y me sentaba a esperarla. Ya conocía el recorrido que hacía, entraba por debajo del seto, subía hasta el montón de compost, rebuscaba entre los restos del día anterior y luego seguía el mismo camino para salir de nuevo al bosque. 

Mi año de la marta

Hasta que por fin, una mañana del mes de mayo, apareció delante de mí, a menos de 4 metros de donde la estaba esperando, se levantó sobre sus patas traseras y se me quedó mirando. Nos quedamos los dos quietos, sin movernos durante casi un minuto y luego, se agachó de nuevo y siguió el mismo camino que había recorrido tantas veces, haciendo alguna parada de vez en cuando para volver a mirarme.
Mi año de la marta

A partir de ese día, no sabría explicar muy bien por qué, no se volvió a asustar al verme. Recuerdo haber preparado un hide para esconderme a hacerle fotos, pero nunca llegué a usarlo. Solo me sentaba, esperaba y ella se comportaba con naturalidad como si yo no estuviera allí. Probablemente se habría acostumbrado a mi presencia y de alguna manera sabía que no era peligroso. 
Pero las sorpresas no se iban a terminar. Una mañana, como siempre, volví a escuchar las llamadas de alarma de los pájaros y salí al jardín como los días anteriores. Al rato apareció corriendo en un sitio por el que no la esperaba, y poco después apareció de nuevo, y pocos segundos después otra vez. O se movía demasiado rápido o había más de una marta en el jardín. Y así fue.
Mi año de la marta
Mi año de la marta

La marta, que como ya me había percatado al ver las fotos, era una hembra, apareció con sus dos cachorros ya crecidos, pero que seguían siendo más pequeños que ella. Pero al contrario que "la de casa", los dos cachorros eran mucho más desconfiados y salieron despavoridos nada más verme. Fue su última visita, probablemente porque a esa edad ya estarían a punto de independizarse. 
Mi año de la marta

Las martas son animales solitarios, que marcan los límites de su territorio con excrementos y otras marcas olorosas. Y como me había demostrado en varias ocasiones, sin ningún tipo de recato ni vergüenza, la hembra ya había decidido que mi casa era su territorio y como si fueran las piedrecitas con las que Pulgarcito marcaban el camino de regreso a casa, ella depositaba a diario sus excrementos a lo largo y ancho del jardín de casa.
Mi año de la marta
Mi año de la marta
Mi año de la marta

La primavera se terminó y durante todo el verano la marta siguió apareciendo puntualmente a su cita. En más de una ocasión, mientras que quedaba embobado mirándola, llegué a pensar que le gustaba que le hiciera fotos, porque no solo no se asustaba de mí, ni del ruido del obturador de la cámara, sino que parecía posar y en más de una ocasión tuve que alejarme porque no me entraba en el encuadre.
Entre tanta visita y tanto recorrido por el jardín, prácticamente no había un rincón ni un árbol que la marta no se conociera de memoria, y como en muchos de ellos varias parejas de jilgueros, verdecillos y petirrojos habían instalado sus nidos, no tardó en ocurrir lo inevitable. Una pareja de jilgueros había construido el suyo en el peor sitio posible, a menos de 2 metros del suelo, pegado al tronco y demasiado visible. Un lujo para mí, que podía ver sus idas y venidas desde la ventana de casa, pero un terrible error para ellos, ya que era muy accesible para los depredadores, y más aún para uno que siente debilidad por los nidos y que es capaz de trepar sin esfuerzo a cualquier árbol, por alto que sea.
Mi año de la marta

Durante las primeras semanas, mientras la hembra incubaba y los pollos eran aún muy pequeños, consiguieron pasar desapercibidos, a pesar de que la marta paseaba a diario bajo el nido. Pero los pollos crecieron rápido y el olor y sus reclamos solicitando alimento fueron demasiadas pistas y tentaciones para ella. Y el final de la historia os lo podéis imaginar. Una historia sin buenos ni malos, ya que la depredación es algo completamente natural en todos los ecosistemas y los errores se suelen pagar con la vida. 
Mi año de la marta

Pero de todo se aprende, y después de poco más de un mes, la misma pareja de jilgueros consiguió sacar adelante una pollada de reposición. Esta vez habían construido el nuevo nido en el árbol de al lado, a más altura y en el extremo de una rama a la que la marta, por mucho que se esforzara, no podría llegar.
El verano se acabó, como se acaban todos los veranos, y con la llegada del otoño la marta volvió a retomar sus hábitos nocturnos y no la volví a ver. Pero sé que sigue visitándonos porque todas las noches revuelve el montón de compost y me sigue dejando sus recados en el camino de casa. 
PD: haced clic en las fotos para verlas mejor.

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