Te lo dije suavecito, en aquel avión de papel que solté desde la terraza del vigésimo piso en la torre Alfa.
Lo vi planear dibujando olas en las corrientes de aire que se formaban entre los trazos rectilíneos de las altas estructuras de metal y concreto del distrito financiero.
Era la hora dorada y el sol con caprichosas pinceladas llenaba de fuego rojizo los cristales, convirtiendo en ceniza las notas musicales que meses antes me regalabas.
Con los ojos irritados por la luz y el viento, fui siguiendo la trayectoria circular y luego en picada del avión que entre sus alas llevaba las líneas que daban por finalizada la historia de tequieros infinitos que nos habíamos jurado bajo el portal improvisado rodeado de flores a la orilla del Caribe y su eterno azul de mar.
Ya no soy más como quiero que seas, los pensamientos que hoy llevo, los tomé de todas las siluetas que me rodeaban en los pasillos del juzgado, y luego en el ascensor y luego en el tren.
Mi atención es prestada, se la robé al organillero que con ritmo eterno, giraba la manivela para reproducir el viejo bolero con el que dije sí y ahora digo no.
Ahora, el avión de papel hecho de finales, se ha estrellado en el asfalto gris y solitario de una tarde cualquiera. Como aquella del fin, como aquella en la que comencé a borrarte.
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