Revista Viajes
Llegué a Belgrado por primera vez hace 4 años y medio, una noche de febrero muy fría, sin saber demasiado qué esperar. Llegaba con mi marido, con quien acabábamos de casarnos en Italia y era ése un viaje que no habíamos planeado. El día de nuestro casamiento habían evacuado de Costa de Marfil al personal de la organización para la que trabajábamos, a causa de ataques contra la misma y revueltas. Como consecuencia de ello, sólo el personal indispensable podía quedarse en el pais: como yo no formaba parte de este grupo de gente, no podía volver. Mi marido, en cambio, debía hacerlo a la brevedad. Así que, a dos semanas de casados, y en vistas de que deberíamos estar separados por un tiempo indeterminado, decidimos que, por una cuestión de proximidad con Costa de Marfil, yo me quedara en Belgrado (con su familia, a quienes no conocía) en lugar de viajar a Argentina. Y en esas condiciones llegué a la ciudad por primera vez.Antes de ese momento, Serbia era para mí un gran interrogante, y lo poco que conocía del país estaba marcado por el estudio de Derecho Internacional: el desmembramiento de la ex-Yugoslavia, las guerras cruentas, la secesión de su territorio, Milosevic, Kosovo, el Tribunal para juzgar los crímenes de la ex-Yugoslavia, el bombardeo de la OTAN en 1999, la Operación de Mantenimiento de la Paz de la ONU. A lo largo de nuestros pocos meses de noviazgo, mi marido había ido sumando otras imágenes con sus relatos, pero aún así no alcanzaba a imaginar qué ciudad iba a encontrar. Esa noche y las tres semanas siguientes fui descubriendo una Belgrado que nada tenía que ver con el horror de la década anterior, descubrí la Belgrado de mi familia.
Belgrado se transformó en un lugar donde no me llamo Marcela sino Snjaka *("la nueva esposa" o "la nueva hija política"), donde la familia es grande y está muy presente, donde siempre hay alguien para dar una mano, donde las casas tienen sillones-cama enormes y comodísimos ( y donde hasta los hay en la cocina para tener siempre lugar por si un pariente está de visita en la ciudad y necesita lugar donde quedarse). Belgrado es, para mí, la ciudad de los cafés y las calles arboladas, de la gente muy alta (sepan comprender que ésto me asombre: mido ¡1.58 mt.!) y las mujeres bellas y de punta en blanco. Es una ciudad caminable y caminante, una ciudad de parques y plazas, de crudos inviernos y veranos soleados, una ciudad con murallas, con historia, una ciudad de ríos de cuentos y de valses a los que creció dándoles la espalda, una ciudad vieja y una ciudad nueva, una ciudad nostálgica, una ciudad puente y una ciudad bisagra.
*se pronuncia "snaica"
LOS COMENTARIOS (1)
publicado el 13 septiembre a las 17:12
Gracias por tu relato. La semana que viee estaré visitamdo Belgrado, impartiendo dos cursos: Protocolo Diplomático y Protocolo y Organizacion de eventos, en Instituto Cervantes. Me ha gustado mucho leer tus artículos. Saludos desde Compostela!