La biblioteca que inaugura esta segunda temporada es la de lammermoor, una voraz lectora asturiana que desde su blog De libro en libro... nos acerca a sus lecturas y a los numerosos retos en que participa. Además, también cocina.
Los libros siempre han formado parte de mi vida; en casa, siempre los ha habido. Estaban ahí, a mano, sin importar quien fuera el dueño de ellos. No me preocupaba que las Leyendas de la alhambra de Irving o El laberinto Español de Gerald Brenan fueran de mi hermana; estaban a mi disposición si quería leerlos. En cuanto a Tristana, no importaba quién fuera el dueño, pues esa pierna ortopédica de la portada me desazonaba demasiado (aún lo hace cuando pienso en ella).No sé si por coincidencia o a consecuencia del ingreso en la universidad se despertó en mí el afán posesivo, quería tener mis propios libros, claramente establecidos frente a los del resto de la familia. Recuerdo el número exacto que quería llegar a conseguir: CIEN. Me parecía que poseer cien libros era ya tener una biblioteca importante. .Así fue como nació; con los manuales y libros para las diferentes asignaturas y también algunos libros de la biblioteca familiar que había ido “trasladando” a mi habitación. A ellos se sumaban los que compraba, pocos y en ediciones de bolsillo, bastante peores que las de ahora. Otra forma de abastecerme eran las colecciones de quiosco, ya se tratara de Agatha Christie o de García Márquez. Mis compras están marcadas más por la casualidad que la causalidad. Fruto de la primera son las adquisiciones de El antropólogo inocente, recomendado por mi librera cuando hablábamos de libros divertidos. Si en la portada de La buena letra no figurara el cuadro de los Acuchilladores de parquet, que había visto recientemente en una exposición, no hubiera comprado el libro ni descubierto a Chirbes. La casualidad también adoptó forma de desconocido que, acercándose a mí en una librería madrileña, me recomendó Tierra desacostumbrada. Por supuesto, lo compré. A la hora de comprarlos me sirven desde los puestos dominicales de El Fontán, a las diversas librerías que frecuento, pasando por Amazon cuando quiero libros no publicados en España, a las mesas de oportunidades de El Corte Inglés (allí conseguí una estupenda edición de La Regenta por un precio irrisorio). Incluso he comprado en la sección de libros del Carrefour –Frankenstein y Drácula (en ediciones de bolsillo bastante malejas) salieron de allí. Hace ya tiempo que dejé de preocuparme del número de libros que poseo, aunque siendo como soy a lectora empedernida no me parecen demasiados. Eso se debe a que muchas de mis lecturas provienen de la biblioteca o me los prestan. Además, desde hace unos años, procuro comprar únicamente los libros que realmente quiero tener y de vez en cuando me deshago de los que no tengo interés en conservar.
Carezco de una habitación destinada a librería; en realidad, ni siquiera tengo un mueble al que poder llamar así con propiedad. En su lugar, cuento con unas estanterías tipo “móntelo usted mismo”, que iban a ser provisionales y se han convertido en definitivas (no son las billy, odio Ikea); unas baldas para aprovechar un hueco del pasillo y una pequeña estantería en el dormitorio que además de contener parte de mis libros policiacos y literatura extranjera disimulan un pilar de la pared. Esto me da pie para hablaros de mi sistema de organizar los libros, que es en realidad una condena. La literatura extranjera y la policiaca van ordenadas primero por países y luego por autores (es un alivio que aún no me haya dado por ordenar a estos alfabéticamente). Dentro de la hispánica, primero los españoles, por épocas, y la hispanoamericana por países. La historia, por edades. Siempre me juro a mí misma que, la próxima vez, colocaré el libro donde haya sitio pero nunca lo cumplo. Prueba de ello es que, cuando por fin conseguí que mi hermana me trajera de Lisboa una estantería que le había encargado, coloqué en ella a todos los autores norteamericanos.
Contrasta esta compulsión clasificatoria con la libertad con la que luego los libros campan a sus anchas por casa. Un par de ellos en la mesilla de noche mientras otro reposa en la mesa del despacho, junto al ordenador y dos o tres andan desperdigados por el salón. Además, otros se han ido de viaje, prestados -no tengo inconveniente en hacerlo, que para eso son los libros, para ser leídos.
Una vez mi hermana se refirió a mi biblioteca como peculiar; cuando le pregunté que quería decir, respondió que era personal, que me reflejaba. Supongo que esa es la razón por la que nos gusta tanto curiosear en las bibliotecas ajenas; nos permite hacernos una idea de sus dueños.