Revista Cultura y Ocio

Mi bicentenario

Por Sergio B Huidobro

Todavía no me decidía a abrir los ojos cuando sonaron los primeros cohetes del día, algún micrófono lejano (ó alejado por mi limbo entre seguir durmiendo ó despertar) haciendo pruebas de audio y guitarras rancheras, sones jarochos ó cucurrucucus palomas sonando por algún lugar de los alrededores. O en algún auto que pasaba. O por ahí. Hoy es 15 de septiembre y en México hace dos siglos exactos saltaron a la luz las conspiraciones de la oposición insurgente que terminarían por expulsar a la corona española de la administración nacional. Cosa sensata sería celebrar la consumación de la independencia, la auténtica victoria, el 21, el próximo martes, pero hace ya tanto tiempo que el Gral. Porfirio Díaz eligió celebrar el 15 por hacerlo coincidir con su cumpleaños que ya a nadie le incomoda ni le indigna tan olvidado y polvoriento derroche de soberbia y nepotismo.

De modo que los fuegos pirotécnicos que tuvieron a mal despertarme, las banderitas ondeando en azoteas, postes y ventanas, las eternas grabaciones mariachi de Guadalupe Pineda, Lucha Villa, Antonio Aguilar y las tiras tricolor que decoran los negocios reciben el día como una exaltación de la verborrea premeditada, el festejo de cáscara vacía y el cliché, adecuados sustitutos que rellenan el vacío de autocrítica, madurez e identidad, que recubren con polvos dorados la tristeza y el abandono crónico del México que recibimos hoy.

La fiesta de hoy en la noche, la del espectacular despliegue tecnológico en la Plaza de la Constitución, la de los castillos de pirotecnica y papelillos de colores en las plazas de provincias, la de los conciertos al aire libre, la de los miles, tal vez millones de logotipos federales México 2010 en impresos, carteles, anuncios y propaganda de todo tipo imaginable, es una fiesta de compromiso inevitable. Tenía que hacerse. El paso lógico, políticamente correcto, era hacerla. Y no está mal. Pero de ahí a los motivos auténticos para celebrar hay un trecho amplio.

Gritar Viva México pareciera echarle porras a un país donde 45 millones de pobres viven en comunión con la indiferencia y el disimulado desprecio del resto de la población, a un sistema político gangrenado por los vicios heredados de su revolución incompleta y su torcida institucionalidad.

Es echarle flores a una identidad quebrada, vaga, alejada de su cultura, temerosa de participar en su reconstrucción. No serán pocos los que recuerden uno de los pasajes más celebres de nuestro Laberinto de la Soledad, ése en el que se habla de las fiestas populares y de la particular relación de la población mexicana con el jolgorio, las conmemoraciones y el derroche festivo dedicado a la patria. Que cruda oportunidad de ver alrededor y decir: Pues si Don Octavio, algo había de razón en eso.

Recibimos pues un 15 de septiembre en guerra, otra vez. Nuestros banderines patrios otra vez cuelgan en las calles, pero han cambiado un poco. Esta vez están desnudos, decapitados, castrados y con mensajes clavados al cuerpo. Las adelitas de nuestro siglo ya no mueren en batalla. Mueren en los desiertos fronterizos, violadas, mutiladas y regadas por la carretera y lotes baldíos, sin nombre. No tenemos ya índices de analfabetización del 95%, los hemos canjeado por una sociedad alejada de su literatura, de su pintura, de sus tradiciones poéticas, su cine, su dramaturgia, su fotografía, su danza, que las tiene a todas juntas en una vitrina polvosa destinada a la contemplación de cuello alzado.

Hemos abolido el sistema de castas, no sin antes asimilarlo en sutiles formas cotidianas de exclusión y discriminación tácita. Institucionalizamos la ignorancia y sindicalizamos (si, todos) un sistema educativo amorfo y disfuncional que derivó en círculo vicioso.

Si mañana se cierran para México todo tipo de fronteras, económicas, físicas, arancelarias, turísticas, etc, la caída es similar a fichas de dominó, el país colapsa en pocas semanas y queda desmembrado y abandonado a su suerte. Dejaríamos de recibir más de la mitad de los productos que se consumen a diario, pues son importados. Dejaríamos de recibir buena parte de los combustibles que consumimos todo el tiempo, aquellos cuya refinación y producción industrial no se hace aquí por falta de refinerías. Viene entonces la subida abrupta en el precio de combustibles y, de inmediato, de todo lo demás. Se detiene entonces el turismo y el envío de remesas, dos de las mayores fuentes de ingresos anuales mexicanos, y la economía se paraliza a todos los niveles: Federal, industrial, estatal, comercial, micro, macro, bursátil, fiscal… Y la olla explota.

Curiosa idea de independencia tenemos, con una dependencia tan crítica del resto del mundo. ¿Independencia de qué?

¿Quiero decir esto que hoy no voy a festejar? Bueno, hace unos minutos he bajado a la cocina y me he encontrado a mi abuelita haciendo sopes a mano, que cuando los hace para toda la familia… bueno, es como si Van Gogh volviera a pintar sus girasoles… Mi bicentenario es ese.

Mi bicentenario alzar una copa y una sonrisa por el México que quiero, el que traigo adentro. Brindo hoy desde este insignificante blog no por los héroes de piedra ni por los discursos oficiales, no por los colores patrios ni por el escudo ni el himno nacional. (Respecto a este último, aprovecho para confesar mi siempre asombrado temor ante la férrea adoración inculcada hacia una letra tan rampantemente bélica y militar.) Mi México tiene poco que ver con ése, tenga 100, 200 ó 654 años. Mi México es el que amo, nada más, y tiene muchos nombres:

Mi familia, Leona Vicario, Sor Juana Inés de la Cruz, Agustín Lara, Chavela Vargas, Juan Rulfo, María Sabina, San Miguel de Allende, la cosmogonía Maya, Guanajuato, la Universidad Nacional Autónoma de México, José Alfredo Jiménez, San Ildelfonso/ENP, Tetela de Ocampo, Rigo Tovar, Gunther Gerzso, Julio Galán, María Félix, Paseo de la Reforma, Tongolele, Francisco Toledo, Rufino Tamayo, Ricardo Flores Magón, Siqueiros, La Guera Rodríguez, Octavio Paz, Tin Tán, Puebla, la Biblioteca Palafoxiana, Gabriel Figueroa, Manuel Álvarez Bravo, El Instituto Politécnico Nacional, José Vasconcelos, Justo Sierra, Joaquín Pardavé, Tina Modotti, Zacatlán, Graciela Iturbide, las pulquerías del Centro Histórico, las vecindades del Centro Histórico, los burdeles del Centro Histórico, Fernando del Paso, el cine de Roberto Gavaldón, Emilio el Indio Fernández, Arturo Ripstein, Fernando Eimbcke, Felipe Cazals, Jorge Fons, Café Tacvba, el Café de Tacuba, Nezahualcóyotl, el cerro del Chiquihuite, los Chiles en Nogada, Pozole, Frijoles refritos, Café de Olla,el MUNAL, Francisco Xavier Mina, Dolores del Río, el Festival de cine de Guadalajara, el buen Tequila, la Colonia Roma, José Emilio Pacheco, el Edificio de Correos, Manuel Maples Arce, Tepito,Sara García, Xavier Villaurrutia, Lila Downs, Avenida Insurgentes, la Sierra Tarahumara, Querétaro, José Revueltas, Juan José Arreola, José Gorostiza, Carlos Pellicer, Vicente Rojo, José Luis Cuevas, Gabriel Orozco, Mario Bellatin, el Palacio de Minería, La Condesa, el Tepozteco, Tepotzotlán, Bellas Artes, Lázaro Cárdenas, Piedra de Sol, Muerte sin fin, Luis G. Urbina, Mario Molina, Efrén Rebolledo...

(…) y un largo, agradecido, emocionado, invaluable etcétera. Ese es mi bicentenario. Esos son mis héroes. El otro, que lo festeje quien quiera.

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