Revista Cultura y Ocio

Mi cabeza

Por Calvodemora

Empieza por esta época mi ablandamiento orgánico. Empiezo a renquear por un pulmón o por los dos, según lo atronadora que suene la tos que expulso. Tengo los ojos encharcados o a medio encharcar. Aprecio que no tengo el brío que hace pocas semanas, si es que algún brío tuve. Entiendo que son los peajes de las alergias que me invaden, todos esos pequeños bichos cabrones que me postran. Vean a este hombre debilitado, comprueben lo poco recio de su porte. Percibo esto con nitidez en cuanto pongo el pie el suelo, nada más despertarme. La sensación de que el día va a ser largo o la de que no podrá uno sobrellevar las novedades que se presenten. La rutina se lleva con cierta elegancia. Lo nuevo, lejos de entusiasmar, disuade, No quisiera uno esta fragilidad, pero es el cuerpo el que manda. A él le encomendamos en ocasiones la provisión de los placeres, pero hoy - ayer, no dudo que también mañana - el mío es un accesorio secundario, obstinado en malograr la felicidad que merece mi pensamiento, la voluntad de mis ideas, toda esa maquinaria oscura que ocupa mi cabeza y hace que prefiera el café con muy poca azúcar, la cerveza de abadía o los títulos de crédito de Saul Bass, pero es ponerse mi cuerpo a mendigar atenciones o a publicar molestias y mi cabeza se viene abajo, mi pensamiento flaquea, todas las buenas ideas, las nobles juntamente con las hermosas, decaen, exhiben su lado débil y terminan abandonándose, diluyéndose, haciéndome ver que en realidad nunca estuvieron allí, ni me formaron, ni me procuraron el júbilo que aún recuerdo. Tiene el cuerpo su capricho, obra a su antojo, se esmera en contrariarme a veces, pero luego está el cuerpo dócil, el manso, el cuerpo amable y agradecido, al que se le encienden todas las luces cuando se le asiste. El mío, más de cien kilos de presencia tangible, lleva casi cincuenta- dejemos ahí las cifras por el momento - lidiando con mi cabeza, agradándola a ratos, fingiendo que está de su lado en otras, ocupándose de que no se lamente como oficio y entienda que el dolor es irrenunciable a la condición humana, que incluso el dolor, aplicado sin saña, lo forma, lo viste, lo describe. No sé si soy más de mi cuerpo o de mi cabeza, si es que una cosa y la otra pudieran ir separadas, aunque sea figuradamente; si estoy sano y libre de quebrantos, por un lado, pero mi cabeza navega en mares procelosos y se hunde en simas tenebrosas a diario. Quizá cuente andar en un aceptable término medio en el que se sobrellevan los rigores de la edad y no se enmohece en demasía la cabeza con las grandes preguntas ni tampoco con las pequeñas. Un poco dejarse vivir, podríamos decir. Si he de inclinarme por mantener feliz a uno, si me veo en ese brete - ah qué hermoso vocablo el brete - elegiría la cabeza. Uno viviría infinitamente en su cabeza. Todo, al final, acaba claudicando en ella, alojado en ella. Tengo mi cabeza tan aleccionada que le pide de continuo que no me desatienda el cuerpo y lo contente con los paliativos que se le vayan ocurriendo. Que no lo olvide enteramente. Que si le ocasiona un estropicio no sea irreversible, pueda uno volver a donde le respondieron las piernas o el pecho o el ánimo. Ah mi cabeza, mi país más mío, mi integridad absoluta, mi mayor posesión, mi tesoro. Y si un día se me desquicia, si no la gobierno y va a lo suyo, como un miembro díscolo y travieso, si dejo de escribir y el mundo se me pone oscuro, podrá decir alguien que fui su dueño un tiempo y éramos buena pareja.


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