Paro unos minutos, unas horas, empiezo a sentir más. Es curioso, pero no pienso mucho en J., me encantaría que estuviese aquí, pero me siento muy bien sola. Solo hay dos parejas alrededor de la charca, también hay un grupo de tres adolescentes fumando, remojando los pies. Las personas de mi edad, solas, no podemos hacer este tipo de cosas porque ya somos adultas y, además, somos mujeres. Soy la primera en lanzarse desde la roca al agua, los demás al principio no se atreven, pero, probablemente por orgullo, deciden seguir mis pasos. Se lo piensan demasiado.
Oigo todos los sonidos del verano, el agua corriendo, el ruido estridente y monótono de las cigarras. En inglés, las confunden con los grillos, crickets, porque producen esa onomatopeya. Tomo una bocanada de aire que me quema por dentro, respiro por la nariz, pero también me arde todo. Aun así, no me moleta, al revés, me hace sentir viva. El esfuerzo al ascender me da vigor, me hace darme cuenta de que puedo con todo. En un quiebro, vuelvo a respirar y el olor dulzón de una higuera me acompaña todo el camino. Me acuerdo de Grecia, claro.
Aquí me pican los mosquitos. Aquí y en el pueblo sí que es verano. En Barcelona no. En Barcelona solamente hace calor, pero nunca es verano. La ciudad te absorbe y te devora, te consume entre sus fachadas de edificios altos y sus interminables jornadas laborales. En verano, no se trabaja. La playa de Barcelona no me da calma, me estresa.
Luego me quedo sola, el sol está en su zénit, se ha movido paulatinamente y le ha comido territorio a la sombra, sombra que me cubría las piernas y ya no. Las hojas de los árboles dibujan figuras sobre mi cuerpo, se ve muy bonito. Me gustaría tomarle una fotografía y enviársela. Una mosca se posa sobre mi ingle y quiere adentrarse, no me molesta, curiosamente, pero la espanto con la mano sin mucho fervor. Leo. En esas historias, todos los personajes son tratados como si estuvieran locos, pero no lo están, saben muy bien de lo que hablan. A 40ºC, los humanos son capaces de cometer los crímenes más atroces. Los ancianos esperan a su verdugo.
El año pasado, cuando vine en bici hasta aquí, recuerdo que en mi mente se empezó a formar la historia de una hormiga que se queda esperando eternamente a que pase la segunda rueda del coche o de la bici, pero nunca llega a pasar porque se trata de un monociclo. Nunca llegué a escribir nada de todo esto.
Luego, se me taponan nariz y oídos y todo me da vueltas. Por un momento, pienso que he sido una inconsciente, no debería haberme lanzado al agua sin nadie que me pudiera socorrer, pero salgo a la superficie. Me duele la cabeza, me palpitan los oídos. Siento ese latido horas después, incluso días. Pienso que puedo morir.
Me estiro en la toalla de nuevo y escucho el podcast que él me recomendó. Siento que a veces solo quiero ser como la gente que me gusta, parecerme un poco a ellos, y por eso escucho, leo o hago lo que les gusta. Soy impersonal. Estoy vacía. Me gustaría también traerle aquí y que se quedase sorprendido al ver que voy más rápido que él en bici. El agua no sale nunca de los oídos, se queda dentro y me pudre poco a poco.