Murió. A los 74 años, Leonardo Favio dijo adiós por el agravamiento de un cuadro de neumonía. “Era un apasionado, un loco en el sentido más poético de la palabra. Me parece mentira que no esté”, lamenta Alfredo Alcón, actor de Nazareno Cruz y el Lobo, una de sus películas legendarias. Es la hora, en efecto, de recordar las obras cumbres de Favio. Y entonces, suena su voz en las baladas románticas, como Fuiste mía un verano y Ella ya me olvidó. Al mismo tiempo, aparecen escenas de sus creaciones más destacadas, entre ellas Gatica y Perón, sinfonía de un sentimiento. Y del archivo asoman, también, versos dedicados a Diego Maradona. Mi cotidiano insomnio es el título del poema. Se trata de letras inoxidables. Eternas. Como el Diez. Como Favio.
Mi cotidiano insomnio se obstina en el misterio
de recordarme al otro aquel que fui.
El niño que rondó algún potrero
que, seguro, ya no besa la luna.
Aún no habías nacido y andabas en mi envidia,
como en todos los niños.
Diego, en la callada foto que conservo en mi cuarto
donde desguarnecido te apoyaste en mi pecho,
vi tu desolación de niño acorralado.
Se adivina el madero en tu mirada tierna.
Una constelación de multitudes
te ha cercado por siempre.
Ya no tendrás olvido,
ya no tendrás descanso.
Mientras haya un planeta en que respire un niño,
un niño habrá que sueñe que es Diego,
y que repite los goles imposibles
de músicas y pájaros.