Este es mi día malo no. 13856. El último de mis días malos. A saber:
Mi esposa no estaba a mi lado cuando desperté, ni tampoco dormía en el armario su ropa. El perro estaba muerto frente a la puerta, quizás envenenado. El auto se descompuso a diez metros de casa y veintitrés kilómetros del trabajo, por lo que tuve que tomar el tubo neumático donde me asaltaron, robándome el portaplanos con el proyecto de supermercado para Pueblo Medio en el que había estado trabajando durante meses de cálculos y rediseños.
Ese fue el comienzo tan solo. El resto te lo cuento después, para no abrumarte ni abrumarme con todas mis desgracias de un golpe. Lo que más me molesta es haber tenido otros 4585 períodos de endiablada mala suerte, cuando el resto de los ciudadanos tienen solo cinco o seis.
–Te entiendo.
Estoy seguro de que sí, de otra forma, no te lo contara. Miento: te lo diría de cualquier forma. Se lo contaría a cualquiera con tal de desahogarme. Descargar un poco de presión. Creo que sabes a lo que me refiero. ¿Lo sabes?
–Perfectamente. Continúa, es muy interesante.
Interesante un cuerno. Perdóname si no soy muy educado esta noche, pero tampoco es cortés que la señorita Fortuna me vapulee de la forma en que lo hace. En las fiestas familiares las únicas anécdotas que puedo narrar son desdichas. Tan imposibles que yo mismo me reiría de ellas. ¡Pero me pasan a mí! ¡Todo a mí!
–No es necesario que te exaltes.
Tienes razón. Incluso tal vez me recuerden como un Rembrand de la Mala Estrella, o un Cervantes del Infortunio. Pero yo no quiero ese don, no, no lo quiero. Quiero ser una persona común, normal, tranquila. Deseo sentarme en mi sillón preferido sin que
un panel del techo se desprenda por coincidencia y me rompa la cabeza. Ni que una pelota de golf entre por la ventana (en plena noche y en un pentapartamento ¿sí seré fatal?) Y ¡oh, qué casualidad! Haga trizas la taza de café y arruine mi pantalón nuevo y ¡claro está! Rebote luego en riquochette perfecto para romperme tres dientes.
–Tienes toda la razón.
¿Cómo no la voy a tener, si fui insultado hoy por el portero por llegar tarde y para colmo desnudo? Luego mi jefe hecho una rabia me exigió que el plano tenía que estar listo para la reunión de la tarde, y me despidió cuando le dije que eso era imposible, improbable e inhumano. He sido…
–Tu tiempo de consulta casi expira, así que mejor nos concentramos en tu terapia. Recuerda que entiendo perfectamente tu problema…
¡A callar! Si estuvieses en mi lugar no entenderías nada. Estarías demasiado ocupada con tus amarguras, y no plantada ahí sin hacer nada. ¿Qué más te da darme un poco de verdadera comprensión? Pues yo sí que no te entiendo ¡Ni un tanto así!
–…
Disculpa. Es verdad que estoy un poco nervioso. O histérico. O lo que sea, eso te toca decidirlo a ti. Compréndeme y perdóname. Lo harás sin duda, siempre lo has hecho.
Mido uno setenta, tengo treinta años, una cara regular tirando a mejor y cuerpo de Adonis trasnochado. Solo me sobra la mala suerte.
–No serías tú si te faltase.
No quiero ser yo. La cuestión es ser feliz, ¿cierto? Pues no lo soy y no es mi culpa.
–…
No te importa lo que estoy diciendo.
–Solo estás un poco deprimido.
¿Qué sabes tú de eso, eh? ¿Qué sabes tú? Mi amigo personal ¡Y un cuerno! ¿Sabes que eres?
–Perfectamente.
¡Un amasijo de cablería, componentes y un enchufe a la pared! Debería… podría destrozarte con mis propias manos.
–… y así agregar una nueva pieza a tu colección de calamidades. Por mí no te detengas, adelante. Si te ayuda en algo puedo soportar tus quejas hasta el infinito. Sobre los golpes no creo que resista ni el primero. Soy una unidad especializada de dinámica social y no un muñeco de golpear.
¡… un engendro para engañarme, para que no proteste, para que soporte la mala suerte que me han dado como un pelele! ¡Eres igual a todos, igual a la señorita Fortuna, idéntico a los que se burlan y conspiran y preparan todas mis desgracias!
–Estás comenzando a preocuparme seriamente. Ya envié una emisión a la patrulla de estabilización emocional. Permíteme cantarte algunos subliminales para que te tranquilices…
¡Basta! ¡BASTA!
¡CRACK!
¡Eso! ¡Cállate de una maldita vez! ¡Púdrete en tus propios consejos! ¿Así que ya habéis llegado, malditos legales? ¡Pues no me importa, ya no puedo más! ¡Pero esta noche ustedes también tendrán mala suerte, pues los voy a matar a ambos! ¡A am…!
Un relámpago le alcanzó en pleno pecho, partiéndole en dos. Los legales informaron a la central del comportamiento inapropiado y violento de aquel ciudadano y procedieron según el reglamento. Con una deferencia digna de un héroe caído en batalla, metieron la unidad especializada de dinámica social al compactador de basura. Luego se aproximaron al cuerpo sin vida del infeliz loco, y sacaron su unidad lógica antes de lanzarlo al incinerador, cuidándose mucho de no mancharse los zapatos con el aceite que comenzaba a manchar la sala.
De vuelta a la fábrica, la unidad lógica fue borrada y reincorporada a un nuevo cuerpo. Mientras contemplaba la operación, la señorita Fortuna sintió un poco de lástima.
Maestro… ¿no cree usted que deberíamos darle un respiro a este pobre ciudadano? Tome en cuenta que venimos atormentándolo desde las últimas 29 generaciones.
–De ninguna manera. Nuestro proyecto de inadaptación social arroja resultados cada vez más interesantes, y el aprendizaje sobre perfil humano va de maravillas. No olvide tampoco el factor económico: nuestras unidades especializadas de dinámica social subieron tres puntos en la bolsa con respecto a la de nuestros competidores después de este último episodio. Y mi hija aún no termina su tesis de grado sobre comportamiento humano en situaciones de crisis extrema. Eleve su solicitud a la junta, y quizás dentro de tres o cuatro generaciones más aprobemos su descanso… con lo cual, por supuesto, sus servicios en Corporación Información ya no serán necesarios.
La señorita Fortuna abrió los ojos, parpadeó como su tuviese una pestaña en la conjuntiva y repuso.
¿Sabe? Creo que no será necesario…
Este es mi día malo no. 1. No había salido aun de la fábrica cuando descubrí que mi chip de seguridad social indicaba que…
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Pesadilla, tragedia y fantasmas de neón, Editorial Primigenios 2020