Imagínate que tienes un amigo. Un buen amigo. Con el que te entiendes
perfectamente. Con el que te lo pasas de miedo. Con el que puedes dar caña
al sistema y al capital todo lo que quieres.
Un día se os presenta en vuestro bareto preferido otro grupo de amigos. Os hacen mil promesas: que si con ellos os divertiréis mucho, que si juntos seréis más y con más fuerza para dar caña al capital y al sistema, que si os invitarán a más cervezas… Como vosotros sois muy de izquierdas, y muy conciliadores, y todas esas cosas, decís: ¿por qué no? Y adelante. Pronto os dais cuenta de que no solo no os pagan más priva sino que sutilmente se dejan invitar; de que ya siempre sois vosotros los que tenéis que conducir después de la fiesta porque ellos a las primeras de cambio están debajo de la mesa; y de que por si fuera poco no hacen más que tejer complicadas intrigas palaciegas para que os separéis.
Y de pronto te das cuenta de que tu amigo no es tu amigo. Lo sigue pareciendo, pero no. Está poseído, zombificado, comprado… Procedes con el reciclaje, le extraes el pedacito de hielo que le han introducido en el corazón, le recuerdas los buenos momentos vividos. Algo consigues, pero…
Pero los otros están al acecho. No van a dejar que os escapéis impunemente. Afilan sus armas. Ofrecen nuevas prebendas. Os pintan un panorama desolador del mundo que vendrá tras de ellos. Ya no se esfuerzan en disimular sus comentarios aprobatorios sobre los recortes de Mas, las traiciones de Zapatero y las intervenciones de Libia. Y sabes, porque ya ha sucedido algunas veces, que cuando seáis miembros de pleno derecho de su grupo os arrastrarán a bares equívocos decorados con palomas de la paz mientras sus parroquianos entonan cantos de guerra. Y tu amigo, surrealísticamente, sigue confiando en ellos. Está convencido de que si no les proporcionáis apoyo las bandas neonazis acabarán ocupando vustro barrio y pisoteando los derechos de todas las personas trabajadoras, inmigrantes o de orientación sexual diferente; y lo peor es que crees que puede tener razón. ¿Debes optar por intentan evitar el mal mayor, aunque sepas que tus posible nuevos aliados acabarán traicionando tus principios, tal vez de la peor manera?
Qué dilema, ¿no? Pues eso, exactamente, es lo que me pasa a mí en relación al 20-N.