Me ocaso.
Quiero decir que me hago sol
y desaparezco en el horizonte.
Así de sencillo y grave.
Me trueno y me espeso,
sofoco toda la casa.
Me hago viento, me briso entelerido.
Me hago soplo, me hago nada,
Vago como el aire, invisible.
Crezco en vientos y me tormento,
me tempestúo.
Me agito hasta lloverme,
hasta lloverme todo.
Luego me inundo, me arbolizo y me quiebro,
crujo destrozándome.
Horas y horas me lluevo, tísico y trémulo.
Huyo al baño y quiebran de espanto los espejos.
Doy estruendos
y los relámpagos estallan en las paredes de un cuarto y otro.
Lluevo otras horas y lluevo más horas, me deshago en lluvias.
Inundo de podredumbres la sala,
inundo de pestes la cocina,
y en el dormitorio también, sigo, lloviendo y lloviéndome.
Ay, Dios, si vieras qué catástrofe,
los cuerpos amontonados sobre la cama,
el fétido olor de los cadáveres descomponiéndose en el pasillo,
y La Reina Del Amanecer,
a quien nunca pude verle los encandiladores ojos,
que entra por debajo de la puerta
a recoger los huesos de miedos y de sombras…
(Es verdad, después me arcoiriso,
leve reflejo vago, mostrándome por las veredas de una calle y otra).
Me enfrento desnuda a una situación de la que no puedo escapar porque temo estar hace mucho tiempo enredada entre versos que no tienen destino. Vas por el mundo escasamente comprendiendo algunos guiños. Las micros, los techos, las ambulancias, todas entonan un mismo canto y tu voz se queda vacía de utopías, escondiendo la cabeza en una esquina donde ya nada te interpela. Pero el mundo no es pura soledad y pequeños gestos nos caen de pronto en textos que se suben a trenes desconocidos y que por azar te hablan, te gritan acaso queriendo conmover ese pobre espíritu de barata rebeldía.
El caso es que en esos vaivenes de la vida la poesía, como siempre ella, desprovista de pretensiones llega a mis oídos y quebranta el viaje. La experiencia aquí es doble: un poema ha sido escrito en algún tiempo, en algún lugar y hoy me habla mirándome a los ojos; una recitadora declama hoy frente a mí y algo muy dentro comienza a recomponerse, a descomponerse. Mi experiencia con la poesía de Cristo Visnú no tiene larga data, me encontró un día cualquiera y comenzó a remecer mis adentros —si cabe la expresión— logrando, insospechadamente, conmoverme sin pausa ni alarde. La experiencia estética tomó lugar, entonces, sin ser esperada. Claro, siento una gran atracción por la poesía por tanto siempre hay una disposición a recibir los versos, pero también es muy cierto que no toda poesía logra que el lector se desprenda de la razón, los prejuicios, los vicios aprendidos y comience solamente a sentir. Para sentir uno no puede ya preguntarse qué quiere decirme el autor, cómo realizó esta obra, de dónde nace la inspiración. Muy por el contrario, para sentir uno sólo debe desentenderse de todo y entrar en la experiencia, dejarse llevar, no pretender nada, no querer aprender ni descubrir, sólo se precisa de la voluntad de entrar como un ciego, como un niño en un laberinto donde no se pretenda hallar, sino vivir.
Reina del amanecer es un poema que desgarra, como toda comunicación poética, conmueve, interpela, propone. Yo no quedé indiferente. Oí el poema en voz de una declamadora y de inmediato se encendieron las alarmas. Quizás el lenguaje que utilizo no es preciso, pero me cuesta, como a todos, hablar de lo inefable.
El desgarro emocional del hablante lírico de pronto estaba también en mí y como él me lloví en la cocina y crují destrozándome. No tiene que ver, insisto, con una predisposición al desgarro emocional, simplemente tiene que ver con la potencia inexplicable de una obra que te deja sin palabras, sin pensamientos para luego envolverte en sentimientos. ¿Qué ocurrió?, ¿Qué es eso que sucede dentro? Algo muy dentro de mí se sintió absolutamente llamado por el poema, los versos, los verbos, la triste narración de un momento límite que tensiona todo. Mi cuerpo se sintió adormecer y ya no respondía racionalmente, se trataba de algo más profundo que estaba sucediendo donde la razón ya no roza.
Entonces pude sentir, había abierto espacio en mi alma para la mera contemplación sin esperar nada a cambio, no quería retribución. Sentí el silencio, el recogimiento para traducir las palabras del poema en sentimientos que luego deben ser ponderados sin dominio exclusivo de la razón. El desgarro, la soledad, el despojarse para iluminarse, para resarcir espacios olvidados. El abandono, la búsqueda de la paz, el silencio que habita los rincones obscuros, la desidia, el miedo, el llanto, la pena que busca consuelo, el recuerdo del amor olvidado, la pena nuevamente. Ese es el largo transitar de las emociones y sentimientos que se apoderan de quien contempla, del espectador despistado que de pronto ha sido poseído por una experiencia que le supera. Esa es, en definitiva, mi experiencia. La inefable experiencia que me ha impulsado a hablar, a contarles a otros mis razones, esas razones de las que no se hace cargo la poesía, mucho menos el poeta iluminado.
![Mi experiencia estética con la poesía de Cristo Visnú Mi experiencia estética con la poesía de Cristo Visnú](http://m1.paperblog.com/i/393/3933524/mi-experiencia-estetica-poesia-cristo-visnu-L-WGPmKt.png)
![](https://pixel.wp.com/b.gif?host=revistaplumaroja.wordpress.com&blog=60575977&post=3254&subd=revistaplumaroja&ref=&feed=1)