Bajo el nombre de “fiesta” en esta hermosa piel de toro que es España (toma frase-patada en el hígado) se dan por válidos actos absolutamente detestables y monstruosos. Con la coletilla de que “es tradición” y “lo nuestro” aquí se han tirado cabras de campanarios, se han cazado patos a base de ostias, y torturado a toros de las más diversas maneras (y no, que no me llamen a Ratón asesino, porque si uno no se pone delante de un toro a hacer el pollaboba hay muchísimas posibilidades de que no lo embistan)
Pero bueno, yo aquí he venido a hablar de mis tradiciones nacionales, las que están impuestas en la república independiente de mi casa, y las que han sido cuidadosamente elaboradas con el paso del tiempo. La principal, la que más adeptos tiene: la fiesta de la paella.

En mi casa hay debates acalorados sobre la elaboración, los ingredientes, las diferentes formas de comerla en diferentes puntos de la comunidad. Una charla que se repite año tras año, de la que no sacamos ninguna conclusión, sobre todo porque tenemos la boca llena mientras nos mandamos esta maravilla. Yo en lo que va de verano, ya llevo cuatro. Y dentro de 20 años seguiremos viviendo con la emoción y tradición que mandan estas celebraciones nuestra “fiesta” popular particular.
