Estimado Amigo:
El salmo 120 es una profesión de fe en la ayuda de Dios de un peregrino que se dirige a Jerusalén. Esta profesión de fe es tanto más heroica cuanto que el salmista se ve rodeado de peligros que constituyen una fuerte tentación contra su esperanza: ¿De dónde me vendrá el auxilio? El camino es difícil; resbalar, bien posible; pero el salmista no duda: El auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra.
Este salmo refleja las ansias de los peregrinos al acercarse al santuario de Yahvé, del que emana la protección sobre los fieles israelitas. A la sombra protectora del Dios de Israel podían los peregrinos emprender la dura marcha, seguros de que nada desagradable les había de ocurrir, porque la solicitud del Todopoderoso velará por ellos. El salmista, pues, recoge los pensamientos y ansias de los peregrinos de Sión para inculcarles confianza al emprender la ruta hacia el lugar santificado por la presencia de Yahvé. En el salmo parecen oírse las exhortaciones mutuas de los peregrinos que se lanzan por el camino de la ciudad santa, esperando divisar pronto los «montes» sobre los que descansa el santuario del Dios de Israel, desde el que mantiene vigilancia sobre sus devotos para que nada nocivo les sobrevenga.
1Levanto mis ojos a los montes:
¿de dónde me vendrá el auxilio?
2El auxilio me viene del Señor,
que hizo el cielo y la tierra.
3No permitirá que resbale tu pie,
tu guardián no duerme;
4no duerme ni reposa
el guardián de Israel.
5El Señor te guarda a su sombra,
está a tu derecha;
6de día el sol no te hará daño,
ni la luna de noche.
7El Señor te guarda de todo mal,
él guarda tu alma;
8el Señor guarda tus entradas y salidas,
ahora y por siempre.
No se puede concretar la fecha de composición del salmo, aunque por la placidez del poema podemos conjeturar que fue redactado en tiempos de una cierta paz social y política. Generalmente, los autores suponen que es de la época persa.
VV. 1-2. El peregrino levanta sus ojos para contemplar en el horizonte las siluetas lejanas de los montes que rodean la ciudad santa. En uno de ellos, la colina de Sión, descansa el trono de Yahvé. Justamente, desde el santuario de Jerusalén provendrá el auxilio o socorro a los piadosos que se confían a su Dios, que es nada menos que el Hacedor de cielos y tierra. Esta explicitación del salmista tiene por objeto sembrar confianza en sus devotos, que podrían dudar antes de exponerse a los peligros de una dura peregrinación. El Creador, con su omnipotencia, les garantiza su protección.
VV. 3-4. Una segunda voz concreta más esta idea de protección: Yahvé será tan solícito de sus siervos y devotos, que no permitirá que resbalen sus pies. Yahvé no es un centinela que fácilmente se duerme en su puesto de vigilancia, sino que estará constantemente en su puesto de guardia velando por los intereses de sus devotos. El salmista repite con énfasis: no duerme; no duerme ni reposa, para sembrar confianza entre los piadosos peregrinos que se acercan a la ciudad santa. La caravana de los peregrinos puede estar segura a la sombra del guardián de Israel, que es el que plasmó los cielos y la tierra (v. 2).
VV. 5-8. Otra voz del coro insiste en la Providencia divina: Yahvé será como un dosel sobre la caravana que avanza hacia Jerusalén para que los peregrinos no sufran los efectos del sol y de la luna. Uno de los peligros de las grandes caminatas era la insolación y la oftalmía, atribuida por el vulgo al efecto de la luna llena. En realidad se debía al hecho de dormir al sereno, expuesto a los fuertes cambios de temperatura en las zonas semiesteparias de Palestina. La protección divina se extenderá no sólo a los días de la marcha hacia la ciudad santa, sino a todas las empresas -tus entradas y salidas- de los que se confían a su providencia.
Espero y confío en Dios que lo hayas disfrutado tanto como yo, no dejes de visitarnos y recuerda el tu guardian esta a tu derecha, tu guardian no duerme.
Con cariño, Tu Amigo Daniel Espinoza