Llevo varios meses con profunda desazón interior. Me noto tenso e irascible. Salto con más facilidad de lo normal, y ante el más mínimo contratiempo. Y por suerte o por desgracia, soy muy consciente de ello, aunque realmente me cuesta salir de la espiral en la que me encuentro ahora. Reconozco que me genera inquietud porque últimamente había encontrado un equilibrio que me causaba cierto placer interior. Probablemente me aferré a la etiqueta de bienestar que ello me generaba, y me gusta menos la etiqueta de esta etapa. Quizás necesitaba practicar el noble arte de la aceptación, del que sin duda, aún ando muy alejado.
¿Por qué esa inquietud? Porque me encuentro en guerra. Y la guerra no va sólo de bombardeos, de ejércitos, de venganza, de sangre, de dolor, de lágrimas, de destrucción... Todo eso es posterior y externo. La guerra empieza antes, mucho antes. Cuando nuestro interior reacciona frente a la afrenta y frente a la injusticia. Cuando nos llenamos de razón frente a la razón del contrario. Cuando pensamos que es necesario dar una respuesta contundente para reforzar nuestra postura o evitar que la liquiden. En mi caso se han sucedido distintas afrentas o injusticias que, seguro que para otras personas serán absurdas, pero que parecen haber despertado mi fiera interior, ésa que todos tenemos. Y absurdas o no, han activado mi guerra.
Por un lado la indignación ante la evolución del conflicto de los refugiados y las distintas manipulaciones sobre ese problema empezaron a "calentarme". Necesitaba informarme bien para ello. Y ver las noticias no es muy recomendable en estos tiempos si quieres mantener una cordura interior. Eso se mezcló con un asunto educativo: el "ninguneo" que estamos sufriendo por parte de los políticos ante el compromiso tan explícito, concreto y público que les arrancamos hace 6 meses sobre la educación musical en nuestra comarca, y que ahora incumplen. Si en algo tan pequeño se actúa de forma tan flagrante, ¿cómo no se actuará en los grandes asuntos con tantos intereses y dinero de por medio? La injusticia activó mi inconformismo y mi actitud de denuncia, sabiendo que si lo dejo pasar, una vez que estaba ya conseguido, muchos niños se verán perjudicados. La consecuencia: muchas personas jaleando esta "guerra justa", y yo por medio. Todo ello se ha mezclado con personas tóxicas que, con buena intención o con la peor de ellas, ponen en peligro proyectos solidarios en los que llevamos trabajando mucho tiempo, o influencian peligrosamente los valores de mis hijos. Eso, aderezado con decenas de pequeñas circunstancias cotidianas de tensión, de prisas, de idas y venidas y de agobios crean un caldo de cultivo idóneo para mi guerra interior. No he parado de luchar estos meses, y me siento exhausto y en desequilibrio interior. Y lo he hecho con lo que yo creía que era la fuerza de la razón. Pero las pequeñas victorias que cualquier guerra genera no dan alegría ni paz .
El viernes pasado saltaba otra guerra a las pantallas de todos los hogares del mundo. La mecha prendió en Paris, aunque sin duda esa guerra ya habitaba también en el interior de muchos hombres desde lugares lejanos. Hombres catapultados a la inmolación más vil en base a sus razones: torturas, invasiones, desprecios, abusos, religión...Y según su lógica endemoniada, ahora tocaba devolver la afrenta. Y tras su respuesta, Occidente lanza ahora también su "ojo por ojo", quizás hasta que todos nos quedemos ciegos. Y mientras la espiral bélica crece y crece, esa guerra interior que antecede y se afianza en cualquier guerra, se difunde por todos los confines. Todos tenemos opiniones al respecto. Todos tenemos razón en algo, y nos equivocamos en algo. Porque, a fin de cuentas, ¿quién tiene LA VERDAD? Cuando suceden acontecimientos tan graves, el miedo, la sed de venganza y los instintos más básicos se extienden como la pólvora. En pocos días son muchos los ejemplos que personalmente he vivido: desde aquel contacto de facebook que me reprocha la solidaridad con los franceses porque cree que esa solidaridad está mercantilizada; hasta aquella profesora de uno de mis hijos que condena un simple "Pray for Paris" en la pizarra porque considera que lo de París fue auto-provocado; hasta aquellos amigos que ridiculizan mis pronunciamientos por la paz en las redes sociales abogando por respuestas contundentes frente al agresor; hasta el propio miedo que mis propios hijos expresan de que algo así pueda suceder aquí, con la psicosis colectiva de constantes alarmas falsas de ataques yihadistas que empiezan a difundirse por todos lados....
Las bombas, las inmolaciones, los atentados y el derramamiento de sangre siempre empiezan con una guerra interior. A veces con temas tan absurdos e insignificantes como los que me atormentan a mí personalmente en los últimos meses. A veces con una disputa por agua, por unas lindes, por la religión, por cuestiones tribales, por protagonismos... Pero el ego de cada uno se va hinchando de razón, hasta que estalla salpicando a todos. Por eso quiero parar mi guerra. No significa con ello que me rinda. Pero quizás me toca equilibrar mi inconformismo con la aceptación de los resultados de algunas injusticias como parte de mi propia evolución y aprendizaje, y no aferrarme al resultado que yo considere que debería lograrse.
La clave está en el equilibrio. Dijo Einstein, que tuvo que emigrar a EEUU ante la amenaza de la locura nazi, contemplando que había países que se declaraban neutrales mientras otros perdían millones de vidas en la contienda mundial, que "La vida es muy peligrosa. No por las personas que hacen el mal, sino por las que se sientan a ver lo que pasa". Quizás no se trate de sentarse en una actitud pasiva, insensible o inconmovible. Pero quizás tampoco se trate de avivar los demonios que todos tenemos dentro. Decía Thich Nhat Hanh: "Cultiva tu propio poder interno. Respeta la vida de los demás y de todo lo que existe en el mundo. No trates de forzar, manipular y controlar a los otros. Conviértete en tu propio maestro y deja a los demás ser lo que son o lo que tienen capacidad de ser."
Hace un rato he leído lo que el marido de una de las víctimas de los atentados del viernes en París ha escrito: "...Así que yo no les daré el regalo de odiarlos. Ustedes lo están buscando, pero responder al odio con la cólera sería ceder a la misma ignorancia que hace de ustedes lo que ustedes son. Ustedes quieren que yo tenga miedo, que mire a mis conciudadanos con ojos desconfiados, que sacrifique mi libertad por la seguridad. Perdieron. Sigo siendo el mismo de antes. (...)Por supuesto que estoy devastado por el dolor, les concedo esa pequeña victoria, pero ésta será de corta duración. Sé que ella nos acompañará cada día y que nos volveremos a encontrar en ese paraíso de almas libres al que ustedes jamás tendrán acceso. (...), Tengo que volver con Melvil que ya ha despertado de su siesta. Tiene apenas 17 meses de edad. Va a comer su merienda como todos los días. Después vamos a jugar como siempre. Y, toda su vida, este pequeño les hará frente siendo feliz y libre. Porque no, ustedes no obtendrán su odio." Impresionante victoria la de Antonine Leiris frente a su gigantesca guerra interior. Enorme aprendizaje para las nuestras.