Revista Opinión
Lo primero que quiero decir es que yo no soy ningún santo y que, por supuesto, soy moralmente falible. Lo segundo, es que tengo un problema en forma de compromiso.
La semana pasada, unos amigos lejanos me invitaron a un torneo de PaintBall; ese juego de guerra ficticia en el que se disparan bolas de pintura. Todo el mundo que conozco que lo ha practicado habla maravillas de él: dicen que se descarga adrenalina, se pasa bien y se fomenta el espíritu de equipo.
El día de la partida, tenía que trabajar, por lo que me disculpé diciendo que no podía ir.
Sin embargo, tener que ir al hospital ese mismo día fue providencial, porque a mí nunca me ha parecido muy ético jugar a las guerras. El motivo es que en este preciso momento y en este mismo planeta, hay personas que están haciendo lo mismo que en ese juego, pero con balas de verdad y con una sola vida.
No quiero hacer juicios de valor de las personas a las que les gusta el PaintBall. Yo sólo digo que, por mis propios motivos éticos no quiero practicarlo.
Pero, si me invitan a participar en una competición, ¿cómo debería actuar? ¿Tendría que hacer de tripas corazón e ir, rechazarlo inventándome alguna excusa o argumentar mis motivos para no participar? Y si hago lo último, ¿cómo me las arreglaré para no quedar como un ridículo moralista?
Foto: Fragmento de cuadro de Joan Miró. Estas manchas de pintura sí que me gustan.