Pía no es la niña que yo imaginé tener.
Sí, le gusta el morado, las princesas y el ballet. Su peinado no está completo hasta que trae un moño o una flor en la cabeza. Y mientras más grande, mejor. Prefiere mil veces ponerse un vestido a cualquier pantalón. Cuando saca sus “joyas”, se las cuelga todas al mismo tiempo y jamás saldría de la casa sin aretes.
Ayer accedió a jugar a los peleadores de la batalla Bakugan con su hermano, pero sólo bajo la condición de que su dragón se llamara Hello Kitty. Y mientras los peleadores de Pablo se disparaban con rayos-ultra-potentes-destructores, el dragón de Pía hacía una caminata por el bosque en busca de las hadas…
Sí, Pía es todo rosa y femenino, como siempre imaginé que mi hija sería. Y sin embargo, no es la niña que yo imaginé tener.
Sus palabras favoritas son: pun, mocos, sapo, popó y pipí… en ese orden. Y no hay cosa que la haga más feliz que saber que alguien tuvo algo que ver (o hacer) con alguna de esas palabras.
Prefiere mil veces más las cosquillas a los abrazos.
Si le preguntas a Pablo que si le puedes dar 1000 besos, inmediatamente corre hacia ti para empezar a contarlos. Si se lo preguntas a Pía ―y corres con suerte― te dirá que le puedes dar uno.
Sí, nos pasamos horas decidiendo (o más bien, ella escogiendo y yo obedeciendo) el peinado del día. ¿Para qué? Para que 30 segundos después ya se haya revolcado en el piso y parezca que nunca la peiné… almohadazo y todo. Pero eso sí, con su moño gigante.
Es la reina de los curitas por todos raspones que tiene en las rodillas y los codos.
Mucho ballet, mucho ballet, pero cuando baila, salta como chango, mueve los brazos como gallina y saca la lengua como iguana. Esa es mi bailarina.
Te conozca o no, si le caes bien, te volteará a ver y de la nada, te dirá: “Cara de pollo”. Esa es la verdadera muestra de que te has ganado su corazón.
Así es Pía.
No es la niña que yo imaginé tener. Es mucho, mucho mejor que eso.