Estoy pasando por un pequeño conflicto interno con respecto a Pía. Verán, me encanta la escuela de mis hijos. Es justo lo que yo estaba buscando: católica, bilingüe, grupos pequeños, constructivista y mixta. Todo está perfecto… salvo esta última parte: la parte de “escuela mixta”.
Por azares del destino, la generación de Pía está conformada por 8 niños y 1 niña: mi hija. Es su tercer año en la escuela y cada vez que la voy a inscribir tengo la esperanza de que el próximo año entre (por lo menos) otra niña más, pero no, éste no ha sido el caso. No la he querido cambiar porque me encanta la idea de que los tres vayan a la misma escuela, pero al parecer, éste será el último año que así será.
Hasta ahora no había habido ningún problema. A Pía le daba exactamente lo mismo jugar con niños que con niñas. Sin embargo, ahora comienza a quejarse de que nadie quiere jugar “a lo suyo”.
Antes soñaba con hacer su fiesta de princesas bailarinas, pero ahora dice que mejor la va a hacer de piratas y Transformers para que vengan sus amigos.
No sería tan grave si al menos tuviera niñas con quién jugar en casa, pero aquí también está rodeada de puros niños. Es más, Pablo ya le impuso a Pía un horario de entrenamiento por las tardes, con el fin de lograr convertirla en una “verdadera Comandante Clon-a de Star Wars”. Es más, a eso es a lo que ella aspira ahora.
Además, Pía ha dejado a un lado todas sus muñecas y animales de peluche. Ahora se dedica a cuidar a los Hot Wheels, a quien ella cariñosamente llama “sus bebés”. Los baña, los duerme, les da de comer y los pasea en su carriola. Ésta es una foto real:
Pero la gota que derramó el vaso ―lo que hizo que me cayera el veinte de que no puede seguir rodeada de puros niños― fue cuando me preguntó que cuándo le iba a enseñar a hacer pipí parada…
No se diga más, a buscar nueva escuela se ha dicho.