Mi instinto me pedía desesperadamente traerte a mi vida.
Mi instinto me dijo que estabas ya creciendo en mi interior cuando aún siquiera tenía certeza ni pruebas de que existías.
Mi instinto me dijo quién eras, me llevó hasta tu nombre y a llamarte así aún sin confirmarme si eras niño o niña.
Mi instinto me llevó a saber qué hacer durante el embarazo, a cuidarte, abrazar mi barriga y a través de esto abrazarte a ti, cuidarme para cuidarte.
Mi instinto me pidió que nacieras de la manera más natural posible, quería traerte a este mundo de manera respetuosa aunque en algún momento no me dejaron esa opción.
Mi instinto gritaba tenerte sobre mi pecho en cuanto saliste de mí, abrazarte, darte calor, espalibarte un poco con mi mano acariciando tu espalda..
Mi instinto me llevó a no apartarte de mí desde ese instante.
Mi instinto me dio la necesidad y las ganas de ponerte a la teta mientras te abrazada y miraba embelesada, de intentarlo una y otra vez hasta que te agarraste con todas tus fuerzas alimentando tu cuerpo y también tu alma, dándote la paz que horas antes tenías dentro de mí.
Mi instinto me llevó a seguir alimentándote con mi leche a pesar de todos los consejos y afirmaciones que me llegaban por todos lados, esos que tanto me hacían dudar en algunos momentos de mi capacidad para alimentarte.
Mi instinto me hizo, nos hizo, conscientes al llegar a casa, de que tu lugar para dormir no estaba en tu fría cuna que te teníamos perfectamente preparada sino a mi lado, bien pegadito, pegadita a mí.
Mi instinto me dijo que necesitabas estar conmigo todo el tiempo mientras fuiste bebé, que necesitabas estar en mis brazos y sentir mi calor y mi corazón. Me costó comprenderlo y desaprender lo que me habían dicho tantas veces: “lo vas a malcriar”, “llora para manipularte”, “es bueno que llore, no lo cojas enseguida”…pero lo logré y fuimos, entonces felices de verdad.
Es por esto que, una vez más, mi instinto me llevó a atender tu llanto en cuanto me hacías saber que necesitabas algo cuando llorabas.
Con el tiempo, mi instinto me enseñó a comprender que eras único, que cada bebé es diferente y que no tenías por qué dormirte a las ocho de la tarde ni levantarte temprano, que querías esperar a papá a que llegara del trabajo para regalarle una sonrisa antes de dormirte a mi lado.
Mi instinto y tu manera clara de comunicarte conmigo me dijeron que no querías nanas, ni muñecos, ni móviles, ni luces, ni juguetes, ni chupetes para dormir tranquilo, me necesitabas a mí, a tu lado, y a tu teta. Nada más… Una vez más tuve que desaprender eso que tantas veces escuché de “te usa de chupete”.
Mi instinto, con el tiempo, me ayudó a reconocer tus llantos, saber si tenías hambre, si te habías hecho caca, si sentías miedo, si te molestaba algo o si sólo necesitabas estar en mis brazos para sentirte seguro y tranquilo.
Mi instinto, a pesar de mi miedo, me dijo que no estabas preparado para papillas de cereales, leche de fórmula y comida cuando el pediatra a los cuatro meses nos indicó que te atiborráramos de comida, por eso, al ver tu rechazo, mi instinto me dijo que no lo necesitabas, tú sólo querías teta y que te dejaran de experimentos…con mi leche tenías más que suficiente. Me costó quitarme el miedo pero logré superarlo y confiar en ti.
Y sí, mi instinto me dijo que debía confiar en ti, que tú mejor que nadie sabías cuándo estabas saciado, cuándo tenías sueño o cuándo era el momento de juego para ti. Cuándo me necesitabas cerca y cuándo estabas dispuesto a separarte un poco para comenzar tu momento de independencia.
Mi instinto me habló claramente cuando, con siete u ocho meses comenzaste a querer conocer el mundo por tu cuenta y sentías pánico a que me separara de ti. Que ese miedo era real. Comprendí que necesitabas más que nunca mi presencia, que no sabías si volvería o no incluso cuando iba al baño, así que busqué la forma de llevarte siempre conmigo, incluso al baño, sí…donde más adelante irías andando agarradito y te engancharías a tu teta sin importarte ni el sitio ni lo que yo estaba haciendo…
Mi instinto, también con el tiempo, me enseñó a predecir, días antes, cuándo estabas poniéndote malito, malita, cuándo te sentías mal…y lo sigue haciendo.
Mi instinto me dijo “ten paciencia, todo está bien así” cuando comenzaste a tener berrinches, a exigir lo que deseabas con todas tus fuerzas, a gritarme, a pegarme, a decir NO, a frustrarte con el mundo al descubrir que no todo es como uno desea…
Y gracias a ese instinto aprendí también que había llegado el momento de ponerte límites por tu seguridad, por la nuestra, para enseñarte a lidiar con la frustración de otra forma. Aprendí que debía ponerle nombre a tus emociones y enseñarte esas emociones para que comprendieras qué te sucedía.
Poco a poco fue calando en ti y buscamos alternativas no violentas a esas sensaciones y emociones.
Mi instinto me dijo que no eras ese “niño consentido” que muchos aseguraban que eras (bueno, tú y todos los niños) sino que estabas creciendo, madurando, tus ganas de independencia iban creciendo y yo debía estar a tu lado para acompañarte en el proceso y ayudarte cuando lo necesitarás (y lo necesites, porque sigues necesitándolo), tú solo no podrías aunque muchos me dijeran que sí.
Cuando llegó la hora de la “escolarización” mi instinto me habló una vez más, de ti, hijo mío, me dijo que aún no estabas preparado, que esperara si era posible. De ti, hija, me dice que ya estás lista y que deseas probar. Si una vez allí mi instinto me dice que no estás bien tendré claro qué hacer.
Mi instinto, en esos periodos en los que apenas quieres probar bocado, me ha enseñado con el tiempo que no debo preocuparme, que debo seguir confiando en ti, que estás bien, solo que ahora creces más lentamente y no necesitas comer tanto, que debo dejar de preocuparme tanto. Otras veces lo devoras todo y sé que te toca dar un buen estirón…
Mi instinto me dice que, cuando te pones nervioso, te frustras o te enfadas y sueltas todas esas palabrotas que aprendiste por ahí, o te enfadas conmigo, o respondes mal…mi instinto, me dice que estás entrando en una edad difícil, que no sabes lo que dices ni lo que haces, que actúas desde la ira y que es mi responsabilidad enseñarte, una vez más, a lidiar con nuestras emociones de otro modo, huir de la violencia y aprender a gestionar la ira de forma que no dañemos a nadie…aunque aún me cuesta mucho, lo reconozco, mi instinto me dice que seguro acabará por calar en ti como siempre lo ha hecho y dejarás de comportarte así si te contengo y te doy mi amor aun en esos momentos en los que me dan ganas de desaparecer.
Mi instinto me dice que todavía me necesitas como cuando eras mi bebé, que aunque estás creciendo a pasos agigantados y ya no eres mi bebé y eres cada vez más independiente, necesitas sentirme cerca, dormir a mi lado, saber que estaré ahí cuando lo necesites y saber que puedes confiar en mí.
Mi instinto me dice que debo apoyarte en todos tus proyectos, tus pasiones y tus ilusiones si estas no dañan a nadie más. Solo así sentirás la seguridad suficiente como para llevarlos a cabo. Ya tengas 3, 6 o 30 años, mamá seguirá apoyándote mientras le queden fuerzas.
Mi instinto me dice que debo darte alas, fuertes, bien fuertes y grandes, para que logres tus metas y tus sueños, que para ello debo darte la certeza y seguridad de que, si caes, podrás volver al nido tantas veces como necesites hasta que emprendas el vuelo y vueles alto, muy alto, mucho más alto de lo que volé yo…
Un día serás adulto y te marcharás de aquí para emprender tu propia vida, tal y como hice yo en su día, por eso me alegro tanto de que, al final, haya aprendido a dejarme llevar por ese instinto maternal que me dice qué debo y qué no debo hacer, de haber aprendido a ignorar tanto consejo desde el desconocimiento y no pedido que me han dado y me dan…porque al menos, habré contribuido a hacerte un poco más feliz durante todo este proceso de crecimiento durante tu crianza y más allá.
Tu madre no es perfecta, ¿verdad cariño?, me enfado, grito, a veces puedo ser injusta, otras puedo parecer injusta porque aún no comprendes bien por qué no puedes hacer algunas cosas, incluso a veces puedo sentirme tan mal que puedo llegar a ser cruel contigo y decirte algo que te duela en el corazón. Lo sé y te pido disculpas. Al fin y al cabo soy humana además de tu mamá, cometo errores, ya ves que los adultos también hacemos cosas mal, pero siempre intento mejorar, siempre intento dejarme llevar por ese instinto para respetarte, a ti y a tu forma de ser todo cuanto esté en mi mano, para ayudarte a crecer siendo el niño, la niña maravillosa que eres hoy.
Cuando me dices: -¡Mami, eres la mejor mamá que tengo!-, aparte de hacerme reir me haces sentir dichosa y feliz, me haces sentir que al fin y al cabo no lo estaré haciendo tan mal y que es la sociedad la que se empeña y le interesa hacernos sentir culpables a las madres.
Gracias por convertirme en madre y hacer que apareciera ese maravilloso instinto maternal…porque cambiaste mi forma de ser para bien, me hiciste ser mejor persona y luchar cada día por mejorar más y más, por vosotros, por los demás, por mí misma.