El guardaespaldas llegó a primera hora de la mañana, mientras abría las cajas de novedades y hablaba en silencio conmigo mismo: “Una edición de “El libro del desasosiego” por Perfecto Cuadrado, ¡ja, ja!”… la tenía justo en mi mano cuando aquel tipo fornido entró en la librería, con su traje oscuro, gafas oscuras, pelo oscuro y camisa blanca. “Buenos días”, dijo con una voz nada oscura, casi amarillo chillón, una voz que desafinaba con aquel cuerpo disfrazado. “Buenos días”, contesté. “¿Es usted el responsable?” “¿De qué?”, contesté.”¡De la librería, de qué va a ser!” “No, pero digamos que sí. En este momento, sí”. “¿Cómo se llama?” “Carlos” “Bien, Carlos, mire, dentro de dos horas la concejala vendrá a la librería a hacerse unas fotos para una revista. Por motivos de seguridad, necesitaré colocar a mis hombres…” Durante casi un minuto el tipo oscuro de voz amarilla lanzó un discurso de frases cortas y rápidas. Imposible interrumpirle. “¿Lo ha entendido todo?” “Sí, claro, sí, pero…” Y antes de que me diera tiempo a preguntar por qué yo, por qué aquí, por qué ahora, el guardaespaldas salió de la tienda dando un portazo.
Coloqué los ejemplares del libro de Pessoa. Limpié el polvo de los estantes. Volví a decir a una estudiante que NO, QUE NO HACEMOS FOTOCOPIAS. Y decidí que no valía la pena llamar a mi jefe, mientras miraba el reloj y veía cómo se acercaba el momento. Quizá todo era una broma. Pero me equivoqué, justo a las dos horas reapareció el tipo oscuro. “Bien, es usted el librero de cabecera de la concejala. Recuerde, ella confía en usted qué libros comprar. Si el periodista le pregunta, esa es su respuesta. ¿Está claro?” “Clarísimo, soy la cabecera de la concejala…” “¡QUÉ!” “Digo, el librero sin cabeza” “No se haga el graciosito conmigo” Y tuve que contenerme para que su voz amarilla no me hiciera reír a carcajadas.
La concejala entró en la librería con una amplia sonrisa y se dirigió directamente hacia mí. “Buenos días, Antonio, qué tal” Iba a corregirla cuando vi de reojo el gesto del tipo oscuro. No, no valía la pena. “Buenos días, eh…, había olvidado su nombre, justo en ese momento. “¡Qué tal, Tony, mira vengo con este periodista y su compañero fotógrafo porque querían saber cuál es mi librero de cabecera y yo les he dicho que vengo a comprar a tu tienda desde hace años y que tú me has descubierto decenas de escritores. Porque a mí no me gusta comprar en un gran almacén – empezó a decir mientras dirigía su mirada y su sonrisa al periodista sin preguntas -. Para mí una librería es un ser vivo. Su piel multicolor cambia cada día conforme los libros llegan, se colocan, se venden o se mandan al olvido. Para mí comprar un libro es casi un ritual y no me gustan los best-sellers. Me encanta descubrir nuevos autores y Anthony es un guía inmejorable. Mi auténtico librero de cabecera”. Me quedé sin palabras. No porque había frases que creía haber escuchado antes, ni por la mirada oscura del tipo oscuro, sino porque en los 8 años, 10 meses y 4 días que llevaba trabajando en la librería nunca la había visto. Nunca.
“¿Qué me recomiendas, Tony?” “Yo, bueno…” y de repente vi la pila de “El libro del desasosiego” de Pessoa. Cogí un ejemplar y se lo pasé. “¡Oh, maravilloso, Pessoa. Me encanta…, su melancolía, su mirada atlántica, su lusofonía…” “¿Mirada atlántica?, ¿lusofonía?”, pensé mientras el periodista retiraba la grabadora para que el fotógrafo pudiera volver a fotografiar a la concejala. “Bueno, muchas gracias, Anthony. Como siempre, infalible. Bueno, y ahora vamos a ir a ver a mi pescadero”, oí decir a la concejala mientras salía por la puerta como un vendaval. El periodista sin preguntas ni se despidió. Durante el resto de la mañana vendí tres libros más. Y volví a decir a un estudiante que NO, QUE NO HACEMOS FOTOCOPIAS. El domingo siguiente vi el reportaje en el suplemento de un periódico. Afortunadamente, no salí en las fotos, ni me mencionaban en el texto. Han pasado cinco años. La concejala es ahora ministra y el tipo oscuro sigue siendo su tipo oscuro. No la he vuelto a ver en la librería. Supongo que habrá encontrado un librero de cabecera cerca de su ministerio. Por cierto, el pescadero de cabecera no salió en el reportaje.
8/12/09