La vergüenza es algo que los hijos de padres alcohólicos llevamos grabado en la sangre. Y si la adicta es tu madre, mucho más. Porque que beba un hombre es habitual (que no normal por mucho que se intente normalizar). Hasta puede estar socialmente bien visto. ‘Cuanto más aguanto, más macho soy’. Pero que lo haga una mujer, eso ya es otra cosa. Él puede estar solo en un bar y no pasa nada. Si lo hace Ella, ya está estigmatizada. Haga lo que haga. Forma parte de nuestras creencias. De nuestro machismo. De lo que nos han inculcado. Del aire intoxicado que flota en el ambiente y que no cesamos de respirar…
Estuve muchos años manteniéndolo en secreto. Justificándolo. Excusándolo. A mí misma. Y a ella. Adquirí, desde muy muy pequeñita, el Don de encontrar lo positivo en lo negativo. La luz en la oscuridad. El humor en la tristeza. De ver la botella medio llena aunque la otra media estuviera vacía de pena… ¿La parte negativa de ese ‘don’? Que no me permitía sentir el dolor tan grande que produce el tener una madre alcohólica (en mi caso, ausente), con todo lo que eso conlleva. El sufrimiento se fue apoderando de mí poquito a poco. Se fue instalando en mi piel sin que yo me diera cuenta.
No podía permitírmelo. Envolví mi corazón en una armadura. Lo tapé hasta que dejé de sentirlo. Hasta que dejé de Sentir. De sentirme. Fue mi modo de sobrevivir. Nadie me enseñó a hacerlo de otra manera.
Entre el ‘estoy acostumbrada’ y las risas con las que me disfrazaba, acabé también por normalizarlo. Pero cuando llegaba la noche, me quitaba las máscaras y le contaba mi verdad a la almohada. Que se convirtió en mi mejor amiga. La que siempre me escuchaba. A la que mis sueños contaba y con mis lágrimas empapaba.
Me pasé mucho tiempo queriendo salvarla, para salvarme a mí. Luchando contra algo que no estaba en mi mano cambiar. Algo que no aceptaba. Que rezaba para que se terminara. Pero lo único que conseguía era incrementar mi sufrimiento. Mi rechazo. Mi amor-odio hacia ella. Hacia la persona que más necesita un hijo y que no podía ocuparse de mí porque ni siquiera era capaz de ocuparse de ella. Tampoco nadie le había enseñado a lidiar con las muertes que vivió. Nadie le enseñó a gestionar la alta sensibilidad que yo he heredado. Nadie en su infancia la amó como se merecía y nadie le enseñó cómo hacerlo.
¿Cómo iba yo a reclamarle nada? Lo hacemos lo mejor que podemos y sabemos. Cuando entiendes esto, el perdón ya no es necesario.
Estuve gran parte de mi vida escondiéndome. Ocultando quién era. Renegándome. Desterrándome lejos de mi Hogar (de mi corazón). Por eso, hoy en día, la Honestidad es uno de mis valores más importantes. La verdad siempre por delante, por mucho que me pueda doler. Ya tuve demasiadas mentiras a mi alrededor y dentro de mí. Ahora, o me rodeo de gente honesta, sincera, leal y fiel (que hay pocas pero haberlas haylas) o prefiero estar sola.
La confianza es imprescindible. Y como tengo un radar emocional para los embustes, los capto enseguida y los huelo a distancia. Sé al instante cuando alguien me está engañando. Incluso cuando ni la persona misma sabe que lo está haciendo porque ignora qué es lo que siente de verdad.
Si no hay confianza, no puede haber una relación sana. Y si no es la Paz la que reina, no la quiero. No me aporta. No me interesa. ¿Para qué?
Cuando llegas a Amarte (no voy a decir en tu totalidad porque no es mi caso, todavía…), hay cosas que no permites. Tienes muy claro lo que quieres y lo que no. Y no te da ningún miedo soltar y quedarte sola. Porque has aprendido a Tenerte. A ser autosuficiente en todos los aspectos. A sostenerte. A levantarte. Y a abrazarte. No tienes ‘necesidad de’. La Soledad no es ningún peligro para ti. La conoces muy bien. Y ella a ti también. Por eso, lo que eliges, a quién eliges, lo haces en total Libertad. Para compartir tu energía, no para que te rellenen los huecos y limpien las heridas que no te atreves a limpiar tú. Para caminar ‘al lado’, no uno delante y otro detrás.
El alcoholismo es una enfermedad. Un adicción como tantas hay. Otro mecanismo de huida para no enfrentarnos a nuestras sombras. A nuestros miedos. Hacemos del alcohol nuestra vía de escape. Nuestro medio para sentirnos seguros. Es ese Sentir el que nos engancha, no la bebida en si. El que queremos que permanezca. Sentir el subidón. La adrenalina. El ‘soy invencible’. Acudimos a lo externo para pillar un buen ‘ciego’ que no nos deje ver todo lo interno que nos produce tantas náuseas. Y acabamos vomitando todo lo que nos hemos tragado. Pero nuestras tripas, lo que nos las revuelve de verdad, sigue ahí. Y seguirá ahí hasta que lo miremos de frente y nos responsabilicemos de ello en lugar de ir de víctimas y culpar a ‘los otros’ de su existencia.
Antes de publicar este artículo, he pedido permiso a mi madre para hacerlo. Por respeto a ella y a su intimidad. A mi no me supone ningún problema porque como he comentado antes, no me escondo ya de nada. Pero me consta que es un tema muy tabú todavía y que es hora de que deje de serlo. Que somos muchos los ‘hijos de alcohólicos’. Que los secretos te matan poco a poco por dentro. Y que hasta que no los haces visibles, no te puedes desprender y desencadenar de ellos. Y esa mochila, pesa mucho…
Sé que es un decisión muy personal pero imagínate que eso que ocultas (sea lo que sea) pudieras expresarlo en voz alta sin que nadie te juzgara (principalmente tú mismo). ¿Cómo te sentirías? Yo, libre. Cada vez que lo hago.
He pasado de ser una dependiente emocional (la misma adicción que tiene mi madre por el alcohol la tenía yo por el Amor) a una persona independiente, en todos los aspectos de mi vida. No voy a decir que lo tenga todo ‘resuelto’ porque seguramente mentiría. Pero en estos momentos, así me siento.
Ha sido un proceso de cuatro años y medio de sanación muy profunda. Un viaje hacia mi felicidad. Hacia mi libertad personal. De autonocimiento y autoreconocimiento. De empoderamiento. De soltar infinidad de creencias. De abrir ese Corazón que olvidé que latía. De reaprender a sentir. A amar. A Ser. Y a vivir de verdad. De respetar mis ‘secuelas’. De llorar y reír con ellas. De permitirme no ser perfecta. Y que los demás, tampoco lo sean. Y sigo en ello. Pero ahora, desde otro lugar mucho más consciente. Más silencioso. Más armonioso. Donde acoger todos los miedos que puedan ir apareciendo. Intentando que mi exigencia y mi dureza no se lleven por delante a mi compasión. Y teniendo muy claro que he nacido para gozar, para disfrutar y para Amar. Y no para pasarme la vida regodeándome en mi pasado, en mi posible futuro y en todo aquello que pudo ser pero no ha sido.
Nadie me ha regalado nada. Nadie ha dado los pasos por mí. Nadie me ha sacado de mi pozo. Y nadie ha decidido por mí que QUIERO SER Y SENTIRME FELIZ. Todo, absolutamente todo, lo he hecho yo solita. Porque nadie puede hacerlo por ti. Y si yo he podido, si yo puedo, TÚ TAMBIÉN PUEDES. Confía en ti. Cree en ti.
MI MADRE ES ALCOHÓLICA, LA AMO Y NO ME AVERGÜENZO
Así. Bien alto. Y con la cabeza, igual de alta.
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