Edición:Periférica, 2015 (trad. Manolo Laguillo)Páginas:240ISBN:9788416291212Precio:18,90 €
«Oh, ¡un libro sobre librerías! ¡Lo quiero, me encanta leer y siempre he soñado con ser librero!». Es probable que a más de uno se le haya caído la baba al leer el título de esta obra, por aquello de que a los que somos lectores voraces nos suelen encantar los libros que hablan de temas relacionados con la lectura. O, más que hablar, ensalzan la actividad y describen con un aura romántica a los libreros. Sin embargo, Mi maravillosa librería, que se publicó en alemán en 2014, no va exactamente por ahí: Petra Hartlieb, la cabeza visible de Hartliebs Bücher, cuenta su experiencia personal desde que en 2004 ella y su marido decidieron abandonar su casa de Hamburgo y sus profesiones bien remuneradas —él, ejecutivo de marketing de una gran editorial; ella, periodista cultural freelance— para montar una librería en Viena, la tierra natal de ella. La historia tiene, de momento, un final feliz: el negocio prosperó y en la actualidad sigue abierto. Con todo, que nadie espere encontrar en estas páginas un retrato edulcorado del oficio (ni falta que hace).Creo que el mayor interés del libro radica en el hecho de contar la realidad del librero en el siglo XXIy, con ello, desmitificar ese encanto ingenuo que a menudo le asocian los lectores. La autora comienza su relato por el momento en el que compraron el local, sin saber muy bien dónde se metían, y continúa recordando el paso a paso de los primeros tiempos: las reformas del local hasta que pudieron inaugurar, la inestimable ayuda de los amigos durante ese periodo —se alojaron unos meses en casa de otra pareja—, el traslado de Hamburgo a Viena —con una niña pequeña incluida y un adolescente poco dispuesto al cambio—, las entrevistas de trabajo a chicas lectoras que sueñan con ser libreras… Unos meses muy intensos, que poco o nada tienen que ver con la imagen del librero entrañable leyendo en una butaca con un gato en el regazo. Y, aunque el éxito llegó, este fue solo el producto del trabajo duro, de mucho esfuerzo y sacrificio, puesto que al convertirse en empresarios los dos trabajan más que antes y tienen un trabajo más agotador. Por suerte, su pasión (o más bien obsesión) por los libros lo compensa; ahí está el origen de todo, el motor para sacar adelante la librería.
Pero no es tan guay el trabajo que hay detrás, y que ella [la hija] por supuesto vive día a día y desde bien cerca; los padres que hablan a la hora del desayuno de las ventas, los turnos y los encargos; la nevera vacía y la comida fría durante la campaña de Navidad; los libros apilados en el comedor durante los meses de noviembre y diciembre; los clientes que quieren un trato simpático a pesar de que la noche anterior estuviste trabajando en la librería hasta las tres o luchando contra un virus intestinal. Todo esto no resulta nada glamouroso, y nada tiene que ver con esa idea de «me-gusta-taaaanto-leer-y-siempre-quise-ser-librera».Pág. 128.
Además de contar el proceso de puesta en marcha de la librería, Hartlieb comparte anécdotas sobre las presentaciones de libros, la campaña de Navidad, el trato con los escritores (en medio de muchos nombres alemanes y austríacos, aparece Franzen) y su relación con los clientes. Más adelante, ella misma se convierte en coautora de novela negra. Estos temas dan pie a varias reflexiones que muchos libreros compartirán, como el debate sobre la alta y la baja literatura al recomendar libros —Hartlieb, al haber sido periodista, pasa de pertenecer al lado más institucional de la industria, el ambiente más cultivado y elitista, a tratar de forma directa con los lectores finales, cada uno con sus preferencias— o su particular cruzada contra Amazon. Por lo demás, me ha llamado la atención un detalle: según explica Hartlieb, la mayoría de clientes son de clase media-alta, cualificados. Luis Solano, editor de Libros del Asteroide, dijo algo parecido en una entrevista reciente a propósito del perfil del lector tipo: «Son gente culta de clase media-alta, profesores de instituto y también algunos modernillos». Esta estratificación en el acceso a los libros hace pensar.
–Recomiéndeme un buen libro.¿A qué se refiere en realidad? ¿Qué es para esta señora «un buen libro»? Quizá algo situado entre Elfriede Jelinek y Cecelia Ahern, ¿pero cómo lo averiguo sin resultar ofensiva? ¿Qué le pregunto: con un cierto nivel de exigencia literaria o, más bien, entretenido? ¡Qué tontería! ¿Por qué algo que tenga un buen nivel literario no puede ser también entretenido? Pero está claro que resulta importante averiguar esto, pues hay libros que dejarían muy insatisfechas a ciertas personas. Pág. 146.
Hartlieb escribe con un tono muy ameno y con sentido del humor, quitando hierro a los momentos espinosos, casi como si estuviera charlando con un colega. Me ha parecido muy honesta al expresar también los remordimientos que a veces conlleva su profesión, como el hecho de no pagar mejor a sus empleadas, o, con respecto a compaginar vida familiar y trabajo, el no poder estar tan pendiente de sus hijos como querría. La autora podría haber elegido omitir estos temas —y nadie se lo habría reprochado—, de modo que valoro que comparta su autocrítica y, de paso, ponga sobre la mesa algunos de los problemas contemporáneos en relación con el ámbito laboral. Una maravillosa librería tiene importancia, por lo tanto, como testimonio del oficio de librero —y, por extensión, de algunos debates en torno al libro y la literatura— en nuestros tiempos. Los lectores que aprecien todo lo que gira alrededor del libro lo disfrutarán mucho, aunque no por aquello de «Oh, un libro sobre librerías, ¡qué bonito!». Este libro rompe el hechizo, pero nos aporta algo mejor: una inmensa motivación para luchar con tesón por nuestros sueños.Feliz Día de las Librerías.