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Mi marido es de otra especie - Yukiko Motoya

Publicado el 13 noviembre 2019 por Rusta @RustaDevoradora

Mi marido es de otra especie - Yukiko MotoyaEdición: Alianza, 2019 (trad. Keiko Takahashi y Jordi Fibla)Páginas: 152ISBN: 9788491814566Precio: 14,50 € (e-book: 12,98 €)
El ojo clínico de los escritores japoneses para retratar los márgenes de la sociedad, a menudo con un toque absurdo u onírico, no termina con Hiromi Kawakami o Yoko Ogawa. He aquí una nueva voz, la de Yukiko Motoya (Ishikawa, 1979), que con Mi marido es de otra especie (2016) recibió el galardón más importante de Japón, el Premio Akutagawa. En la nouvelle que da título a esta compilación, se adentra en los entresijos de un matrimonio contemporáneo desde el punto de vista de una mujer aún joven que dejó de trabajar después de casarse y se ocupa del hogar mientras el marido trabaja. Este, cuando llega a casa, se acomoda en el sofá, engulle comida y se entretiene con distracciones fútiles. Ni romanticismo, ni comunicación, ni proyectos en común; en eso se ha convertido el día a día de la pareja. Hasta que de pronto la protagonista se percata de que su rostro cada vez se parece más al de su esposo y, al tomarlo como una señal de alarma, se da cuenta de que necesita un cambio.El hecho de que marido y esposa se asemejen en el aspecto físico (o el hecho de que así lo perciba ella, un matiz distinto) simboliza, a la manera grotesca de los autores japoneses, la anulación de la voluntad de la mujer reconvertida en ama de casa. En cuanto renuncia al empleo y a cualquier actividad rutinaria ajena al hogar, la protagonista se mimetiza con su entorno, en el que el marido actúa como piedra angular. La novela pone de manifiesto que la violencia del patriarcado puede ejercerse de formas sutiles: el esposo no se muestra agresivo ni tirano con ella a primera vista, sino que más bien tiene un carácter indiferente, cansado; él padece en suma sus propios problemas, la abulia del trabajador consumido por las fuerzas de producción que al llegar a casa muda en un recipiente de lo que la sociedad ha prefabricado para mantenerlo sometido: la comida grasienta, el entretenimiento. Es esa resignación la que se contagia a la protagonista, que adapta sus ritmos cotidianos a los de él, sin detenerse a pensar en lo que eso conlleva hasta el momento en que detecta su transformación.La narradora confía su inquietud a una vecina, lo más parecido a una amiga. Esta, a su vez, le revela que ella y su marido tienen problemas con su perro y se están planteando deshacerse de él; tan solo los retiene la crueldad que implica esta decisión. La autora traza un paralelismo entre ambas parejas: en apariencia, matrimonios estables, «corrientes» (con lo que quiera que signifique esto); por dentro, no obstante, conviven en una intimidad desnaturalizada, unos por sucumbir al aletargamiento, los otros porque el tercer miembro ha alterado su quietud. Las dos mujeres tratan de reconducir sus relaciones, pero, quizá por encima de todo, la historia examina el sobresalto que se produce ante una pérdida de control: ni la narradora esperaba que el matrimonio fuera un montón de frituras, ni su amiga se veía pensando en abandonar a un perro. La vida, sin embargo, las sitúa en encrucijadas que no concebían, y por eso mismo ellas también se convierten en mujeres que no concebían.

Mi marido es de otra especie - Yukiko Motoya

Yukiko Motoya

Eso en cuanto a Mi marido es de otra especie, que culmina en un desenlace entre poético y extraño, especialidad de los japoneses. La novela está acompañada de tres relatos cortos, «Los perros», «El baumkuchen de Tomoko» y «Un marido de paja»: de nuevo, mujeres insatisfechas, de nuevo, una indagación de los vínculos entre el ser humano y su entorno, con elementos alegóricos y la presencia de la comida, la naturaleza y los animales. Como leitmotiv, la soledad, una soledad que tanto puede hallarse en una cocina a priori acogedora como en una cabaña aislada de la civilización. Al principio hablé de márgenes, pero tal vez lo que retrata Yukiko Motoya no lo sean, o no tanto: porque, al fin y al cabo, cada pareja, cada individuo, posee su propia disfuncionalidad, sus reglas internas que nadie más conoce. Quizá el error sea creer que todos somos de la misma especie. O, mejor dicho, quizá el error sea asumir que pertenecer a la misma especie es algo deseable.

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