Revista Sociedad
En previsión de las consecuencias que pueden tener los movimientos de ciudadanos indignados de cara a las próximas elecciones, son muchos los partidos que piden descaradamente el voto para su formación. Para que, una vez cautivo en la urna, puedan explotarlo cual cheque en blanco para sus intereses. Como podréis comprobar todos incitan amablemente a ejercer el derecho al voto, diciendo que el camino que nos proponen es el único para cambiar lo que queramos. Pues bien, sabemos que la ley electoral aplica unos presupuestos para todas las formaciones en función del número de votos obtenidos. ¿Entendéis ahora el porqué de su interés…? No solo eso, la ley electoral reparte los espacios ciudadanos y los medios públicos de comunicación en función del resultado de votos obtenido en las últimas elecciones, evidenciando una discriminación a todos aquellos grupos recién surgidos o con menos votos; es decir, más para los de siempre. Cuando hablamos de la ley electoral vigente en España hemos de saber que quien hace la ley hace la trampa, y no es menos cierto que las leyes son redactadas mayoritariamente por los partidos mayoritarios. Es por eso que en nuestra más reciente democracia vivimos (sufrimos) una oligarquía política del "yo me quito y tú te pones", siendo las reglas del juego las que interesan a esta oligarquía, que por otra parte pende, cual títere, de las manos del poder económico. De aquí es fácil entender que no funcione correctamente el Estado de Derecho. Mientras el poder económico controle los medios de comunicación y el poder ejecutivo, y el legislativo siga en manos de esa oligarquía. Seguirán sin resolverse cuestiones como la independencia del penúltimo poder que nos queda: el judicial. Es entonces cuando ha de emerger el último poder: el del pueblo, libre y soberano, reivindicando sus derechos constitucionales y ciudadanos. Como es el derecho a no sentirse representado por ninguna opción política, como es el no participar en un menú de carne o pescado; o del Madrid o del Barca; o rojo o azul,… cuando lo que hay es hambre de cambio; de tomar verdura o no comer si el menú no me interesa; de ser del Granada o del Almería, incluso no gustarte el fútbol. También puedo preferir otros colores, o incluso todos ellos juntos e identificarme en un arco iris de convivencia y tolerancia de convicciones políticas, religiosas, sexuales,… Igualmente podemos elegir nuestro derecho a la autogestión como mejor convenga a los intereses y necesidades colectivas; entendiéndose esta autogestión como participativa, representativa y soberana del pueblo. No queremos un modelo que no funciona simplemente porque nos digan que es lo "menos malo", porque no somos idiotas ni conformistas. Si sabemos qué es bueno, queremos y debemos luchar por tenerlo. En eso consiste crear un mundo mejor, en creer que existe ese mundo. Yo lo quiero, y no lo quiero sólo para mí, sino para todos nosotros, y para los que vengan después. Que estén orgullosos de lo que vivimos en esta primavera y, sobre todo, que también ellos tengan primavera.