“Mi mujer”
18 febrero 2014 por Ana Prieto
Hace unos días me encontré con un compañero de estudios que hacía mucho tiempo que no veía. A su lado, una mujer.
- ¡Ey, qué alegría verte! ¿Qué tal te van las cosas?-, dije.
- Pues muy bien, la verdad, ya ves. Mira, te presento a “mi mujer”.
- ¡Vaya, encantada de conocerte, “mujer”! Te presento a “mi hombre”-, respondí yo siguiendo el esquema lingüístico compuesto por mi compañero de estudios.
Miradas confusas. Ninguno me entendió. Y claro, me tuve que explicar. Me dirigí a ella.
- Yo soy Ana y tú, además de ser una mujer poseída por un hombre, ¿quién eres?
Sus ojos se iluminaron y una sonrisa de complicidad femenina se dibujó en su rostro.
La mayoría de las personas a las que oigo hablar a favor o en contra del uso del lenguaje no sexista centran la atención en que los políticos no utilicen el género masculino para referirse a un conjunto de personas cuando lo integran hombres y mujeres. Los políticos deben decir “buenos días a todos y todas” cuando saludan a la generalidad, dicen unos, y los otros se agarran a las normas de la RAE para defender lo contrario. Y aunque parezca una tontería visto con esta simpleza, para mí no lo es.
Muchas personas intentan ridiculizar la defensa del lenguaje no sexista. Yo no estoy de acuerdo porque, entre otros factores, comparto la preocupación por los usos y costumbres lingüísticas generalizadas entre hispanohablantes que, desde mi punto de vista, reflejan una realidad intrincada en nuestra cultura sexista: el trato a la mujer como una posesión no chirría, se admite.
Un hombre dice: “Voy al garaje a coger mi coche. Tengo ganas de llegar a mi casa, y ver a mi mujer”. Suena bien, ¿verdad?
Cambia ahora mujer por hombre. ¿Qué tal queda? Cuando menos, raro.
El lenguaje es el reflejo de lo que pensamos como sociedad. Evoluciona sin seguir las directrices que los sabios lingüistas de la RAE establecen. Se transforma movido por la fuerza del uso coloquial y masivo de nuevas acepciones, fonemas y hasta por incorrecciones ortográficas que terminan siendo aceptadas.
Las mujeres, somos, según la RAE, personas del sexo femenino. En nuestra vida social mantenemos relaciones con otras personas para las que nuestro amplio diccionario incluye sustantivos perfectos: mi tía, mi madre, mi amiga, mi esposa, mi hija, mi compañera. Pero la construcción “mi mujer” implica que una mujer puede ser poseída. La RAE acepta este uso para referirse a la mujer casada, pero a mí, me sigue pareciendo sexista y reflejo del pasado en el que sólo existíamos socialmente en la medida que fuéramos capaces de colocarnos, o de que nos colocasen, al lado de un “santo varón”.
Sueño con el día que seamos capaces de asumir individual y colectivamente que una mujer no es de nadie más que de sí misma, y que nuestro lenguaje respete esa verdad incuestionable fundada en otra básica: las personas no se poseen entre sí.
Ese día, lingüística y culturalmente estaremos más cerca de la auténtica igualdad.
Les recomiendo que vean este corto, “Oppressed Majority”, en el que la cineasta francesa Eléonore Pourriat cambia los roles entre hombres y mujeres en una historia dura, que nos ayuda a parar y hacer una necesaria reflexión y que llegó a mí y a tantos otros gracias a Naima Tavarishka.