Mi niña Rocio. Historias de bailarines
octubre 7, 2013 por Silvia.ssu
Una bella colaboración de Lily, una balletómana argentina. Al igual que hace un tiempo conté la historia de Jessica, aquí llega este bonito relato contado con la pasión de una madre. Historia, por supuesto, con mucho arco a desarrollar, pero agradable de leer, y cómo siempre, reitero la invitación a cualquiera que tenga alguna otra historia de pasión que contar que se ponga en contacto con el mail del blog.
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Mi niña, (porque para todas las madres sus hijos siempre van a ser pequeños) Rocío tenía 5 años cuando un día me pidió, poniéndose de puntitas y levantando sus manitos sobre la cabeza, mami quiero bailar así. Había visto en la televisión bailando a una grande de nuestro Ballet, Eleonora Cassano. Entonces pregunté en la escuela Municipal de nuestra ciudad, Rosario, y allí me informaron que la enseñanza de Ballet Clásico, comenzaba a los 7 años y me olvide del asunto. Pero cuando Rocío cumplía 7 años me recordó que ya tenía edad para comenzar a realizar su sueño, y entonces comenzó. Al principio, fue todo como un juego, pero el juego se transformó en algo serio cuando a los 10 años y por privilegiar la escuela común, tuvo que dejar la escuela de danza. NO podía compatibilizar los horarios de ambos establecimientos, y perdió un año. Pero retomó al siguiente y ese verano se olvidó de vacaciones y juegos y a pesar del calor sofocante y el sol que invitaba a pasear, aprendió en dos meses lo que sus compañeros de ballet habían aprendido en todo el año lectivo y rindió libre el año que la volvía a poner a la par de sus compañeros, con distinguido. En la escuela de danza me contaron que nunca habían permitido rendir libre a un alumno, pero que a ella le habían visto condiciones. Después vino la Escuela de Ballet Clásico Ruso, y la eximia Maestra Tatiana Fesenko. Se sucedieron entonces las competencias de la CIAD. Ahí estábamos, en cuanta competencia pudiéramos concurrir y se acumularon medallas de Bronce, Plata, Oro, hasta logar la medalla de Oro Legítima. Y entonces se presentó la oportunidad de audicionar para la escuela del Colón, para ingresar a la codiciada Escuela de Ballet del Teatro Colón.
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Era Buenos Aires, era separarse de la familia, afrontar la vida sola en una ciudad enorme. Y lo logró el ISA la aceptó como Becaria. Ella nunca vio nuestras lágrimas, de la pena por la separación y si vio alguna le dijimos que era por la alegría de su gran logro, ser alumna del ISA, y en cierta manera también eso era cierto. Levantarse a las 6 de la mañana, asistir a clase todos los días, sin faltas. Esforzarse al máximo. Cuando su padre sufrió el arresto cardiovascular, solo faltó una semana, lo necesario para estar a nuestro lado, sin descuidar la danza. Nosotros tampoco hubiéramos permitido más. Tratar de ser bailarina de clásico no es fácil, todos los chicos lo saben. Pero una escuela no es un ballet, pertenecer a uno es el sueño de todos los alumnos. Y llegó la oportunidad. En todo nuestro país se convocó a jóvenes bailarines para conformar un nuevo Ballet Nacional. Su director Iñaki Urlezaga, otro grande de la danza de nuestro país. La convocatoria fue masiva, 3000 chicos y chicas desde Ushuaia a Tucumán, dese Mendoza a Santa Fe. A todo lo largo y ancho de nuestro país. Mi hija audicionó en su ciudad natal Rosario, de 45 quedaron 3, ella era una esos semifinalista. ¿Cómo compartir los nervios, la angustia de esas horas? Y la gran final fue en Buenos Aires, 150 jóvenes cargados de nervios, susto, emoción, esperanzas, sueños. La primera jornada fue agotadora, el segundo día fue peor.
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Por eso cuando el teléfono sonó en nuestra casa a las 11 de la noche, teníamos una enorme garra atenazándonos las entrañas. Y entonces la voz de nuestra niña nos gritó- ¡Entré mamá, entré!- y entonces las lágrimas me inundaron, nos inundaron a su padre a su hermana, a mí, como ahora que recuerdo ese momento precioso.
Mi niña es una de las elegidas entre los 3000 chicos argentinos que confrontaron su sueño.
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Mi niña es una más entre los tantos jóvenes que desde muy pequeños, luchan , se esfuerzan, aprenden no solo a bailar, sino a dejar cosas de lado por una pasión que les inunda el alma: el ballet. Mi niña ahora pertenece a un ballet. Está en el lugar por lo cual tanto lucho y se esforzó, está en el inicio de un viaje maravilloso siguiendo los pasos de las bailarinas que siempre admiro, de las Maestras y Maestros que le transmitieron sus artes.
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Por todo esto es que sabemos lo que pasan y sienten los miles de chicos que alrededor del mundo luchan todos los días por tratar de que algún día sus pies se deslicen sobre un tapete en un escenario, y ser Odette, o Cascanueces, Giselle o Basil, o alguna bayadera , o quizás el Ídolo de Bronce. Por eso es que les deseamos lo mejor a todos y a cada uno de esos jóvenes, para que en algún momento puedan estar tan felices como mi niña en este momento.
Fotografias tomadas en la Escuela del Teatro Colón en Buenos Aires, Argentina