Y fue así, de un momento a otro, que Pablo dejó de ser un niño chiquito…
Un día, hace poco, de pronto lo vi y me quedé sorprendida ante lo grande que estaba. ¿Cómo sucedió? ¿Cómo pasó el tiempo tan rápido? No tengo ni idea. Lo único que sé es que ahora tengo un niño muy diferente al que hasta hace poco cargaba a todos lados, arrullaba con palmaditas en la espalda y lograba calmar con la ayuda de un chupón.
Lo debí haber visto venir. Había muchas cosas que me lo iban insinuando. La primera, por ejemplo, fue cuando llevé a mis tres hijos a subirse al carrusel. Pía llevaba días pidiendo que los llevara, así que pensé que sería algo lindo que podríamos hacer en una de esas tardes lluviosas. En el camino, tratando de hacerles conversación, pregunté:
―¿Quién se quiere subir al carrusel?― obviamente, esperando escuchar tres “¡yooo!” entusiastas, pero sólo conseguí dos. Pablo me sorprendió, diciendo:
―Yo no. Prefiero que me des ese dinero.
¡¿Cómo?! ¿Ya no quiere dar vueltas sobre un caballo que sube y baja y gritar: “¡adiós, mamá!” cada vez que me ve? Pues no, ya no. Ese debió haber sido mi primer indicador. Sin embargo, yo lo seguía viendo como uno de mis tres hijos chiquitos.
Pero el otro día, durante la comida, su Abu le preguntó acerca de Sam, su amigo (marciano) imaginario:
―¿Que si no he visto a quién?
―A Sam. Tu amigo que a veces viene a visitarte.
―¿Sam?― Y de pronto se acordó del amigo que evidentemente ya tenía bastante olvidado. Y con cara de qué-cosa-tan-rara-ésta-de-la-que-estamos-platicando, dijo― No… ya no lo he visto.
Indicador #2.
Pues no, ya no es un niño chiquito. Es un niño grande a punto de entrar a primaria. Es un niño grande que prefiere sentarse en un sillón a leer su comic de TinTín que correr por la casa como sus hermanos, carcajeándose de que traen los pantalones puestos en la cabeza. Es un niño grande que me cuestiona todo, se queja de que yo no lo entiendo y que nada le parece justo. Es un niño grande que ya no quiere darme la mano cuando caminamos en la calle.
Parece que lo digo con nostalgia, pero no. A lo mejor, sí… un poquito. No recuerdo cuándo fue la última vez que lo cargué ni la última vez que lo arrullé a dormir en mis brazos. Esa parte sí me da nostalgia. Sin embargo, también me encanta la idea de que ya sea tan independiente. Me encanta ver que su personalidad se está definiendo cada vez más y más. Me encanta la idea de sentarnos a tomar un chocolate caliente juntos y platicar y ahora sí, sentir que realmente tuve una verdadera conversación con él.
Mi niño chiquito se está acabando. Pablo está creciendo. Y nada me hace más feliz.
Te amo, Pablo.