Me llamo miedo. Y vivo en el piso de arriba.
Cuando la gente se cruza conmigo nadie permanece indiferente. Unos intentan evitarme y huyen de mí. Otros se bloquean y se quedan paralizados. Hay quien se resigna a que forme parte de su vida. Y hasta quien se somete pierde el control de sí mismo. También hay personas que se enfrentan a mí y que me miran a la cara. E incluso hay quienes me utilizan como escusa para justificar las cosas que nunca se atrevieron a hacer.
Sin embargo yo sólo me limito a hacer mi trabajo. Simplemente te recuerdo que las decisiones que tomas tienen consecuencias. Consecuencias que te pueden llevar a escenarios incómodos. Y que si esos escenarios se materializan debes estar preparado. Preparado para afrontarlos y hacerte cargo de ellos o preparado para evitarlos e intentar que no tengas nada que lamentar.
Tú eres el responsable del resto. Tú eres quien, para no soportar tanta incertidumbre, decides abrumarte. Tú eres aquel que, para mantener tu espacio de confort, hace cosas que no quieres hacer y que después tienes que lamentar. Tú te dejas secuestrar por tus emociones. Tú estallas en una descarga de ira y de frustración que te hace perder el control.
Mis amigos son los valientes. No aquellos que se hacen llamar valientes porque consiguen silenciarme y desoyen mi voz; esos son los temerarios. Los valientes son aquellos que me miran a los ojos, que me aceptan porque formo parte de sus vidas y se sientan a conversar conmigo. Cuando terminamos nuestra conversación ellos se sienten libres para decidir y para elegir qué hacer con su miedo.