Revista Cultura y Ocio

Mi novela Esto no es Bambi sale hoy a la venta

Publicado el 22 junio 2021 por David Pérez Vega @DavidPerezVeg

SE LLAMA OBSTINACIÓN

Me dicen mis sevillanos editores de Maclein y Parker que ya les han llegado de la imprenta ejemplares físicos de mi novela «Esto no es Bambi» y me mandan unas fotos.

Mi novela Esto no es Bambi sale hoy a la venta

Empecé a escribir «Esto no es Bambi» en 2001, con un cuaderno y un bolígrafo, en la planta 18 del edificio Windsor, aquel que luego ardería en 2005. La empecé a escribir con traje y corbata, en horas de trabajo, durante un periodo en el que estuve sin asignación en la auditora Arthur Andersen. En Nuevos Ministerios, en pleno centro financiero de Madrid, disfrazado de joven triunfador, yo soñaba ya ‒a mis 26 años‒ con derribar los delirios del capitalismo (jornadas de más de 90 horas a la semana) con un cuaderno y un bolígrafo. Quería dejar testimonio de la locura colectiva de la que era testigo, de lo que estaba viendo en aquella secta laboral destructora de mentes y cuerpos, donde aguantar 50 horas seguidas sin dormir era narrado por las víctimas con orgullo de héroes griegos. Ellos no eran unos «flojos», eran gente que aguantaba los envites de la vida.

Tras dos años de trabajo, conseguí una primera versión de unas 600 páginas, que parecía más un diario que una novela. La mandé a editoriales, la corregí varias veces. No funcionaba. Aprendí una valiosa lección: yo era un tipo que podía estar dos años seguidos escribiendo una novela de 600 páginas, aunque no la fuera a publicar nadie, ni la fuera a leer nadie, y podía seguir en ello sin desfallecer.

Años más tarde, trabajé en una segunda versión más corta. Debía ir al grano de lo que quería contar, debía seleccionar la información. La mandé a editoriales. Seguía sin funcionar.

Años más tarde, volví a releer mi libro. Le perdía el tono confesional y autojustificativo. Si quería captar la atención de un posible editor o lector, debía explorar nuevos caminos: debía usar el humor y crear voces narrativas que se alejaran de la mía. De este modo, imaginé que el primer curso de formación de la empresa sería más divertido si, en vez de ser contado por una primera persona muy cercana a mía, lo contaba Marta Lindsay, una niña pija de Pozuelo, que no podía soportar que la grúa se lleve a su «golfito», por dejarlo mal aparcado, y tener que usar un día esos «medios de transporte extraños», como llamaba al metro y el autobús. Marta Lindsay, si tenía que ir de pie en el metro y el autobús, no podía agarrar las «barritas esas verticales que salen del techo», a no ser que lo hiciera con una «toallita de lavender». Yo conocí a Marta Lindsay en ese curso de formación, solo que tenía otro nombre. Hablaba así. Yo he visto cosas que no creeríais. No cuentes tú tus penas, me dije, deja hablar a Marta Lindsay. Por supuesto, la desconoces, pero invéntala a partir de los datos que has recabado de la realidad. Y así, hasta crear seis voces narrativas, tres masculinas y tres femeninas; donde solo una se puede parecer a la mía.

Normalmente la gente que escribe suele haber estudiado carreras de letras, Filología hispánica, Periodismo, Historia, etc., y no han estado donde yo he estado, en el corazón financiero de Madrid, ni han visto lo que yo he visto, a los jóvenes cachorros de triunfadores del dinero. La gente que ha estado en este corazón financiero y permanece allí o en sus aledaños lo más posible es que no tengan tiempo para leer, y menos para escribir. Soy yo el que ha estado allí y puedo contar cómo era aquello, un mundo que rara vez refleja con verosimilitud la literatura o el cine, al menos en España.

No sé si “Esto no es Bambi” es mi mejor novela, pero desde luego es la que más me ha costado escribir, la historia que más ha perdurado en mi mente y que quería transmitir a otros. Hoy sale a la venta. Hoy, como en un cuento de Borges, pienso en aquel chico abrumado de 26 años que era yo en enero de 2001, en la planta 18 del Windsor, aquel chico que había leído demasiado para desear ser simplemente un vulgar triunfador de traje y corbata, y le digo: aquí lo tienes, chaval, como diría Herman Hesse, hay una virtud, sola una, a la que aprecio mucho, se llama obstinación. Todas las demás virtudes obedecen a leyes creadas por los hombres, pero el que se obstina obedece a una ley interior absolutamente sagrada, a la ley que lleva en sí mismo.


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