Una noche, hace algo más de cuatro años, justo antes quizá de que el mundo comenzase a derrumbarse, mi mujer y yo estábamos tomándonos una copa en la cafetería de un hotel. Sonaban, en directo, standards americanos por obra y gracia de un pianista certero y la voz intensa de una cantante de rasgos orientales. La sala, de amplios ventanales, estaba rodeada por una oscuridad compacta, con ocasionales pespuntes de luz procedentes de viviendas lejanas y tramos de horizonte despejado por la claridad lunar. Al segundo coctel me atreví a contar en voz alta el argumento de una historia que llevaba tiempo en mi cabeza, pero que resultaba aún demasiado incierta para ser puesta en palabras. Además, había algo que me inquietaba en ella, y era que por primera vez el argumento parecía lo más importante de la narración, y debían de ser los acontecimientos los que fuesen tirando de la misma, más que los personajes o el propio lenguaje como en proyectos precedentes. Relatada así, en mero esqueleto, podía dar una impresión de excesiva simpleza, o de ser algo tan alejado, en principio, de mi “mundo literario” que no sabría cómo afrontarlo. Todas estas dudas necesitaban de una especie de exorcismo, así que exponiendo la idea y comprobando la reacción de quien la escuchaba cabía la posibilidad de que la enterrase, simplemente, o por el contrario me animase a escribirla. Ocurrió lo segundo, gracias al impulso de Nuria, aunque el planteamiento inicial era hacer algo rápido, de alrededor de ciento cincuenta páginas, e incluso enviarlo a algún premio para probar suerte. Su previsible inmediatez así lo sugería, iba a tratarse de una novela corta, ágil, de lectura sencilla y objetivo simple: proporcionar un rato de entretenimiento a través de una estructura cercana al llamado “thriller legal”, es decir, una historia de abogados con dilema jurídico, en la que todo quedaría de alguna forma resuelto tras la celebración de un juicio con tintes dramáticos y giros narrativos que la hiciesen –si todo salía bien- interesante. Poco tiempo después me puse a ello, comencé a escribir partiendo de una imagen inicial: uno de los protagonistas regresaba de sus vacaciones en Tokio -donde había permanecido desconectado del mundo como medida terapéutica-, salía del avión y comenzaba el periplo habitual de pasillos, controles, etc. Entonces, en determinado momento, sus ojos se detenían en el cartel avisador de la desaparición de una persona. Primero reparaba en la palabra “desaparecida”, impresa en grandes rasgos y color llamativo, luego en la fotografía que la ilustraba, donde reconocía a su hermana. La escritura iba a ser rápida, muy directa, un mero encabalgamiento de episodios hasta llegar a la conclusión final, donde se cerrasen todos los frentes previamente abiertos. También me proporcionaría la satisfacción de un gozoso pasatiempo que en cierto modo me recordaba a los juegos de la infancia. Cuando era pequeño solía inventarme historias que contaba a mis amigos del colegio y luego las “interpretábamos”, por así decir: cada uno adoptaba algún rol, según sus preferencias, y empezábamos a escenificar el relato, frecuentemente de héroes de acción o espías. Así pasábamos la larga hora y media de interludio tras la comida y antes del comienzo de las clases, pues todos éramos mediopensionistas. Claro que la idea inicial se veía sometida a mil variaciones, cataclismos y alargamientos, porque a medida que se iba desarrollando todos teníamos algo nuevo que aportar, y los buenos y malos intercambiaban sus caracteres, las escenas de lucha acababan con muertos inesperados, abundaban las traiciones en las filas propias, y las deserciones en las ajenas. Finalmente, cuando sonaba la campana del retorno a las lecciones, regresábamos exhaustos, algo tristes y conmovidos al haber sido arrancados de un mundo de fantasía donde seguramente nos sentíamos más dichosos que en el gris universo de las obligaciones que nos aguardaban, al menos hasta el recreo del día siguiente, en que a alguien se le ocurriría una nueva historia. Lo llamábamos “hacer películas”. Bien pensado, aquella fue mi mayor escuela de narrativa.
Con la primera juventud la perspectiva cambió bastante: aprendí que la forma tenía tanta o mayor importancia que el fondo, leí durante años con un propósito en el que la diversión cedía ante el aprendizaje y fui practicando la escritura sin perder de vista la mano-guía de los que adopté como maestros. Así fueron surgiendo los primeros proyectos, en los que pesaba quizá en exceso la literaturización, esa forma elegante de fanatismo por la que sólo se concibe la creación de conformidad con ciertos parámetros, y fuera de ello únicamente encontramos el arte contaminado por diversas formas de vulgaridad comercial. Bien es cierto que de esa cerrazón pueden surgir obras muy notables, y la historia nos da sobradas muestras de ello, pero también que semejante postura es muy deudora de las circunstancias personales que rodean la creación. Quiero decir que la consagración al arte requiere que buena parte de tu jornada se desarrolle en un contexto que así lo permita, lo induzca o lo motive. Y no sólo me refiero al contenido del trabajo alimenticio, sino al punto de vista que el mismo te proporcione sobre el mundo en el que vives. Hay actividades laborales que te sitúan ante una realidad tan sugerente e intensa que resistir su influencia mediante el enclaustramiento en lo abstracto o lo bello no deja de ser un artificio que tarde o temprano acaba por generarte conflictos y tensiones a la hora de acometer la escritura. En esos casos puede llegar un momento en el que sencillamente aceptes que tu manera de concebir la vida, la vida de ficción, no puede sino obedecer a una amalgama de experiencias y reflexiones donde se resume todo lo que eres, como ante una maraña de hilos que sin embargo fuese posible desentrañar hasta encontrar su origen.
-“Una cuestión de prueba” es una novela psicológica o intimista. Conocemos la historia a través de la sensibilidad de los tres personajes principales, cuyo punto de vista se respeta a lo largo la narración, de forma que sus vivencias se van alternando hasta confluir en el momento en que se conocen y siguen juntos el camino.
-“Una cuestión de prueba” es una novela “de abogados”, una historia sobre la dificultad de obtener justicia, y la batalla precisa para alcanzarla. El mundo jurídico está presente en todo momento a través del reflejo de la actividad profesional, de la vocación inicial de quien quiere incorporarse a ella y de los aspectos tanto negativos como positivos de la misma. Son duros y llamativos los primeros, pero confío que en el ánimo del lector pesen finalmente más los segundos. Quizá de su lectura se confirme la opinión generalizada que muchas personas tienen acerca de la abogacía, pero también les puede permitir apreciar otros matices que en último término dependen exclusivamente de la ética personal. Además plantea algunos problemas técnicos que pretender mostrar la distancia que separa la verdad “material”, esto es, la que verdaderamente surge en la realidad de la vida, de la “formal” o “procesal”, el teatrillo riguroso y equitativo donde debe reproducirse lo que ha ocurrido en dos o más versiones muy diferentes, para que de ese modo el juez pueda elaborar un razonamiento y emitir una sentencia. Me gustaría que sirviese de alguna manera para promover una mayor comprensión sobre la dificultad de confeccionar un sistema de reglas que respete la igualdad entre ambas partes dentro de un proceso, las injusticias que ello provoca a veces y los malabarismos que debemos hacer los profesionales para sortearlas o sacarles el mayor partido. Hay quien ha definido el derecho como el enfrentamiento reglado, donde no hay lugar para la violencia sin control, deshonesta y acompañada de las peores pasiones. Lo mismo ocurre con la práctica del boxeo, pese a la mala fama que arrastra desde otros tiempos. UCDP es también una novela de boxeo, en la que ese deporte adquiere una relevancia fundamental de cara al propio proceso judicial.
-“Una cuestión de prueba” tiene varias líneas narrativas, tres historias concretamente que acaban uniéndose no por esas casualidades que abundan en las novelas y películas corales, sino por algo –espero- menos rebuscado: la necesidad que tienen determinados personajes avasallados de unir fuerzas frentea su destino.
-En ese sentido, “Una cuestión de prueba” es una novela sobre la amistad y la familia. La maravillosa sorpresa del encuentro con quienes acabarán siendo nuestros amigos; las terribles trampas del parentesco de sangre y, por el contrario, la ventaja incondicional que puede brindarte. Y cómo ambos conceptos se unen cuando construimos nuestra propia familia, vía amor o amistad. Y entonces nos sentimos capaces de todo.
-“Una cuestión de prueba”: toca asuntos que me interesan y que siempre, de una u otra manera, están presentes en todo lo que escribo y que no resultarán novedosos a los lectores del blog: la muy desigualitaria posición de las mujeres en la vida social, en este caso profesional; los grupitos y castas que, más allá incluso de las adscripciones políticas, bloquean las posibilidades de construcción personal para cientos y miles de ciudadanos, como en esas acciones en que se corta el caudal de un río con la finalidad de desviarlo para aprovechamiento propio –lo que tiempo después de la finalización de la novela se ha ido convirtiendo en el gran problema de países como el nuestro-; el amor hacia los animales y la eterna compañía y afecto que podemos esperar de ellos; el humor como sustento vital; los libros como herramientas para sobrellevar la vida, hacerla más bonita y enseñarnos la mejor forma de manejarla…
Todo esto es la novela que ahora os presento, y todo lo que vosotros/as, como eventuales lectores, consideréis que puede ser. De los sinsabores del trayecto ya no queda nada. Ahora me siento feliz por ponerla a vuestra disposición. Gracias de antemano a los que os acerquéis a ella.
VERSIÓN EN PAPEL, DISPONIBLE EN BUBOK (TAPA DURA Y RÚSTICA):
BANDA SONORA DE LA NOVELA (LISTAS DE REPRODUCCIÓN DE SPOTIFY): (todas ellas muy diferentes y pretenden reflejar los estados de ánimo de los personajes, aunque debo reconocer que aquella con la que más me identifico es la de Lucía).
-LA MÚSICA DE PABLO
-LA MÚSICA DE LUCÍA
-LA MÚSICA DE GINÉS
-LA MÚSICA DE REINA
-LA MÚSICA DE 'VIBRATOR'