Recostada sobre el césped, miró hacia el cielo contemplando atenta y curiosamente la vía láctea. Esa sonrisa sí que lucía muy bien, de hecho, jamás había sonreído de esa forma tan natural y enérgica. Pasó una estrella fugaz, y por allá otra más. Ya iban veintiocho. La joven cerró sus ojos y reía, como una loca enamorada por primera vez de la vida se reía. Apretó cariñosamente la mano del joven, quien a su lado, la admiraba con una mirada novelesca (por no decir cursi). Ella volvió a abrir sus ojos para mirarlo y perderse en su cuerpo. Por alguna razón (adentrándonos a su mente) sentía que ese momento tenía que ver con un nuevo punto de partida. Le besó la frente y dibujó una estrella invisible entre sus labios. Pronunció (susurrándole y fijando su mirada en su boca) dos palabras. No había nada más que agregar, puesto que no era necesario. Sin embargo, el joven le devolvió una mirada particular, de esas que responden sin necesidad de acudir al lenguaje. Él cerró sus ojos y ella aprovechó la ocasión para estudiarlo más de cerca, es decir, para fotografiarlo con altas dosis de instantes sincronizados por excelencia. Pasó otra estrella fugaz, y esta vez se estrelló sobre el pecho del joven. Ella se volvió a reír como una loca, claro que sí, claro que estaba loca, claro que todo eso era una buena escena para retratar. Él se puso de pie, de puro miedo se puso de pie tocándose el pecho e intentando atrapar la fugacidad de la estrella. Ella, parándose a su lado, apoyó su mano sobre la mano del joven y alcanzó a palpitar sus latidos que iban como trenes disparatados. Él sonrió calmándose.
–Como los árboles –le dijo al joven acariciándole el pelo–. Tenés que ponerte de pie como los árboles. Sin miedo. Sin dudar. Necesito que estés firme, hoy más que nunca.
El joven, asombrado pero maravillado, terminó descolgándose del miedo y ya no había estrella fugaz, puesto que (adentrándonos a la simbología metafórica) se trataba de eso, de un intenso momento. El amor había nacido en ese mismísimo instante. Y no, ya no era un amor fugaz. Esta vez se trataba de un amor sustancial.
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