El totalitarismo del siglo XXI se sirve de mentes en stand by, lo que dificulta mucho ayudar a estos conciudadanos a ascender de la conducta primate al juego civilizado. Los totalitarios del pasado -Mussolini, Lenin, Santiago Carrillo- eran al fin individuos con los que se podría conversar al otro lado de la jaula, como Clarice con Hannibal Lecter. Algunos incluso publicaban libros, como Rafael Alberti o Adolf Hitler. Era la época en que para ser racista había que leer a Darwin, y para torturar a personas había que saber ponerlo antes en rima.
Sin embargo, los fascistas de hoy no pasan del eslogan y el argumento circular. No se puede tener conversaciones largas y conflictivas (en sentido dialéctico) con ellos. Es como tratar de debatir con un gorila: lo único que consigues es enfurecerlo y que intente agredirte o dé alaridos para llamar al alfa. Uno de estos comportamientos primates, es el que ha conducido a que no se pueda decir «padre» en esta cancioncilla para navidad:
El Corte Inglés tiene cosas buenas y malas; pero de las mejores que aportan estos almacenes es su publicidad. El Corte Inglés dice en España cuándo empieza la Navidad y cuándo la Primavera. Incluso, algunas fiestas como el Día de la Madre o San Valentín, se celebran desde hace décadas por el empeño inicial de El Corte Inglés. Con las canciones de sus anuncios, se puede hacer una playlist totalmente adictiva que pondría de buen humor a la propia Greta Thunberg.
Este año la campaña ha repetido la del año pasado, «Creo que mi padre es un elfo, sí lo es, sí lo es…» porque nos hizo a todos cantarla mentalmente hasta San Antón. Pero hete aquí que los colectivos colectivistas esos, talibanes de vocación, protestaron por la inclusión de la palabra padre. Hay que joderse.
El razonamiento (si se puede llamar «razonar» a este tipo de violencia a la que someten a su propia mente) es el siguiente: si decimos padre, olvidamos y discriminamos a todas las personas que ya no tienen padre, o no lo han conocido, o son nacidos de dos lesbianas, etc. A estos «marginados» no les quedaría entonces más que ir a una esquina y ponerse a llorar, mientras piden cita en el móvil para el psicólogo.
Obviamente esto es falso. Yo perdí a mi mamá a los doce años, cuando más la necesitaba. Y no sólo me alegra el día de la madre, sino que celebro que mis amigos tengan todavía a la suya, viejita pero apta para preparar un buen guiso. A mi no me quita nada que otras personas tengan algo que yo no, porque no soy tan mezquino, envidioso y mentecato. Todo lo contrario: cuando pierdes la madre pronto, es cuando más aprecias que tu sociedad celebre la maternidad.
Y es que es el tonto el que más tiene que admirar la inteligencia; el ignorante, agradecer que haya gente estudiada que le pueda ayudar; el solterón, que sus familiares y amigos si se hayan casado y contribuido a producir la siguiente generación. Es decir, la carencia no debe llevarnos a desear que todo el mundo se fastidie, como la bruja feminista de Blancanieves que no podía soportar que se manifestase la juventud y la belleza en el mundo. Al contrario; la ausencia nos pone en mejor posición espiritual para valorar lo que es crítico para la salud y prosperidad de toda la comunidad; por eso en las culturas primitivas, los chamanes tienen que pasar por la tragedia, la enfermedad o la locura antes de alcanzar su rol social privilegiado.
El resultado de las presiones de los colectivistas totalitarios, es que el anuncio de El Corte Inglés ya no tiene un niño fascinado con su padre, sino una niña que le da lecciones a su progenitor. La lección en esta versión politikamente korrecta es la siguiente: «todo el mundo es elfo, todo el mundo es especial.»
Esta idea, que parece tan inocente y positiva, no lo es en absoluto. Y es que, la función de un adjetivo es discriminar en grado o clase. Cuando aplicamos un adjetivo a todos, por ejemplo: todo el mundo es especial, todo el mundo es bello, todo el mundo es valioso…» Lo que hacemos es retirar el significado a estas palabras. Es como si decimos: «Todo es azul». Si todo es azul, negamos los colores, y negamos sobre todo el propio azul. El significado se diluye.
No, no todo el mundo puede ser un elfo; porque sólo una de las personas del anuncio es el padre de la niña. Sólo él es realmente especial, figura paternal, pilar de su vida, garante de su protección. Sólo él puede darle regalos “mágicos”, regalos que sean más que meros objetos materiales y sigan en su alma hasta el final de su vida. Es su padre. Es lo más grande que hay para un niño o una niña que tiene un buen padre; el hueco más grande posible si le falta. Ese es el sagrado significado contextual de «elfo», y desde luego no se aplica a los transeúntes, vendedores, o a Santa Claus in person si apareciese con su trineo y sus renos.
No hay nada a esconder, todo lo contrario, en ser padre, o tener padre, o ser como un padre para alguien. Padres y madres son nada menos que el fundamento de la sociedad: su función necesita ser cuidada, protegida y exaltada de forma continua mediante modelos públicos ejemplares. Como el mito de la sagrada familia y la Natividad, que celebran los católicos y deberíamos celebrar todos, cada uno a nuestra manera. Por eso yo seguiré canturreando la versión original de la tonada navideña de El Corte Inglés, acordándome con orgullo de mi padre.