Revista Educación

Mi patria, mi tierra, mi honor, mi honra, mis héroes

Por Siempreenmedio @Siempreblog
Mi patria, mi tierra, mi honor, mi honra, mis héroes

Mi patria es poder abrazarlo, escuchar su risa y saber que está bien, aunque sea por teléfono. Ahí va, con sus achaques, queriéndome. Nadie dice que sea perfecto, pero es mi patria, como el arraigo, el sentir, la necesidad. Mi patria son sus manos, que hacen música y están ajadas de años y trabajo.

Mi tierra es mi orgullo, por lo que se hinchan las velas de mis pulmones y navego entre vientos al escuchar sus notas, y está en más sitios de los que creía porque somos muchos con el mismo sentir, muchos con la tierra en las manos, en los ojos, en el acento y en la mirada. Una tierra que te abraza, seas de donde seas. Una tierra para sembrar y crecer. En definitiva, una sola Tierra.

Mi honor es el esfuerzo diario para discernir lo justo, entrever mis miedos y afrontarlos, reconocer que puedo odiar y elijo no hacerlo. Debo elegir no hacerlo, porque eso es lo que me enseñó mi patria, una patria que podría odiar porque ha visto la injusticia, y no lo hace. En su lugar, deja un legado de verdadero honor que asumo como propio. Mi honor es huir del juego sucio, de la mentira, mi honor es pararme a analizar cada lengua de fuego y no aceptar libertades que no son tales, elegir que mi honor es colectivo, que si uno roba, robamos todos. El honor no es un bloque, tiene fisuras, y es lo que más cuesta mantener, porque a muchos la autocrítica les cuesta.

Mi honra es mía, es la que defiendo como propia, no es esa honra de mujer antigua que pertenecía a los padres, a los hombres de la casa, es la honra de mujer que ama y defiende lo que ama. Es la honra de la persona que grita que tiene derechos, que nadie debería pisarlos, que la honra, señores, está dentro y a la vez por encima del cuerpo, por encima de las mentiras, que no es una vaguedad, que tiene nombre y apellidos y que elige pagar impuestos para mantener la honra de todos los que intentan ensuciarla.

Mis héroes siempre han estado ahí. Saber que siempre habrá alguien que me atienda cuando mi cuerpo falle, una persona desconocida, totalmente ajena a mí, esa persona que, desde su ejército de alas blancas y verdes, sin tener ni mi acento ni mis ojos, está ahí para que todos sintamos la caricia del cuidado, del conocimiento, de la preocupación. Esos héroes y heroínas son de un valor incalculable. Son el motivo principal de amar a mi tierra porque me hacen sentirme segura, con pies firmes y anclados a lo que considero justo.

Hoy, ahora, la clase política de este país, enzarzada en diatribas internas, debates espúreos y luchas intricadas, ha olvidado a quienes salimos a la calle cada día a defender la patria, la tierra, el honor y la honra. Ha olvidado a sus héroes. A quienes amamos a los nuestros y a los que no son los nuestros, porque solo desde la justicia viviremos en paz. Esos políticos suben a tribunas a encender fuegos y agitar avisperos. Desmantelan nuestro honor para venderlo por trozos. Se burlan de nuestra honra. Desprecian nuestra tierra. Y, lo peor de todo, ponen en peligro a nuestra patria.

Mi patria son sus manos, con nudos de vides y sarmientos que arrancan notas, con esa mirada esquiva cuando le canto. Mi tierra empieza a alejarse de mis retinas, borrosas de llanto, minúsculas motas de polvo que se van flotando en un aire enrarecido. Mi honor está cansado, agotado, exhausto y abandonado a su suerte. Mi honra no sabe ya cómo defenderse. Mis héroes se apagan.

Ni patria, ni tierra, ni honor, ni honra, ni héroes.

No me están dejando nada.


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