El otro día, mi pequeña foquita se puso inquieta, nerviosa, y se me acercó señalando el alimento. La cogí, la estiré y le di el lado izquierdo. Como si hubiera visto a Belcebú en persona, empezó a berrear como una desesperada. A mi ya me cogió la angustia pensando que dejaba la lactancia materna súbitamente como mi bebé gigante. Ofuscamiento, ansiedad, de todo. La dejé en el suelo desesperada y la pobre, que quería volver a subir. Así, tres veces, del lado izquierdo, y nada. Lo cierto es que como estaba tan nerviosa y segurísima que ya se había terminado, no me di cuenta que siempre la ponía del mismo lado.
Cuando los lagrimones de la pobre eran considerables, la volví a coger y, sin pensarlo, la puse en el lado derecho. No había dejado la lactancia materna, todo lo contrario. Mi hambrienta pequeña foquita se agarró como si se le fuera la vida en ello y comió lo más grande.
Explico esta batallita para que sirva a otras madres tan psicóticas como yo, si es que es posible que otras personas lleguen a los límites de locura que llego yo a veces. Mientras veía como se tranquilizaba pensaba en darme algún que otro sopapo a mí misma. Espero que no me vuelva a pasar.