Era temprano, las tres y cuarenta y siete de la mañana para ser exacto. No me gustaba perder ni un minuto de mi vida, dormía poco, muchas veces llegue a pensar que, si nunca durmiéramos, podríamos aprovechar cada segundo al máximo, pero, en definitiva no era así. Aun no salía el sol, estaba todo tan oscuro, tan lejano a la realidad. Desde mi ventana podía ver calles solitarias que brillaban por el reflejo de una que otra farola funcional, el suelo vagamente mojado por una sublime llovizna, me gustaba ese clima, aunque para unos significara un traje arruinado o un tráfico que tenía la misma movilidad de un estacionamiento.
Frente a la ventana y con una caliente taza de café entre mis manos, disfrutaba ese silencio característico de la hora, el café me ayudaba a combatir el sueño, era como un elixir mágico o algo así, aunque debo decir que ciertamente no creo en la magia, ni en la suerte, ni en nada de esas cosas que para mi representan un tipo de esperanza personal manifestándose a través de un simple cliché. Aparté la mirada de aquellos reflejos, me di la vuelta apoyándome en el marco de la ventana, aun con media taza de café humeante, que se debatía con el frío. Vi cajas esparcidas por todo el lugar como hojas en otoño, odiaba las mudanzas, eran como pequeños desastres naturales atrapados en una habitación. Abrí una de las cajas con algo de dificultad, pensé que no debí haberme emocionado tanto con la cinta adhesiva cuando estaba empacando, la caja tenía varios intentos fallidos de viejos marcadores que intentaban darle una característica que especificara lo que cargaba, lo cual ya era indiferente cuando la caja quedó destrozada en el intento de extraer un libro que estaba leyendo en ese momento, siempre creí que los libros podían transmitirte sentimientos tan auténticos, y que la televisión hacia de esos sentimientos un simple patrón que nos acostumbrábamos a ver, lo cual poco a poco iba afectando nuestras percepción y nos convertía en simples robots.
Tenía muchas cosas que hacer y hasta ahora solo había desempacado unas cuantas tazas de café, la cafetera y un libro que estaba comenzando a leer, esta vez leía uno de drama y romance, ese no era el tipo de libros que acostumbraba a leer, pero antes de juzgar algo hay que conocer ¿no? Aunque después de todo, no era tan malo, claro que es cuestión de gustos. Podía pasar horas leyendo, durante el día y la noche, sumergido en distintas realidades. Me gustaba cuando no especificaban en qué lugar se desarrollaban los hechos, podía dejar que mi imaginación volara libremente, era mucho mejor que desempacar.
Tome el último sorbo de café solo deseando un poco más, dejé la taza y decidí empezar con las cajas. Empecé a desempacar… ropa, zapatos, cremas, mi cepillo de dientes. El frío se hizo ajeno a mi cuerpo, solo podía pensar que aquel desastre natural iba agarrando fuerzas al mismo tiempo en el que iba sacando cosas de las cajas. Todo estaba bien, hasta que, por simple torpeza, unas carpetas resbalaron de mis manos dejando al descubierto una gran cantidad de papeles, documentos y demás, entre ellos había una foto, me acerque lentamente y la tome con mis manos cansadas y enrojecidas, era una foto de ella.
Tantos recuerdos invadían mi mente, de esos recuerdos que preferiría no estuviesen presente, pero ese deseo de ausencia no cambiaría nada. De repente me encontré en el suelo, me recosté de una pared, sentía las gotas de sudor resbalando por mi piel, mis palpitaciones aceleradas, una presión en la cabeza. Me sentí mareado por un momento. Estuve ahí por unos cuantos minutos aunque parecieron horas, y decidí que no perdería más tiempo. Con una torpe rapidez recogí las cosas, las manos me temblaban un poco, odiaba esa sensación.
Sin que me diera cuenta, el sol fue asomándose por mi ventana, llenando de luz y calor cada rincón de la habitación. Ya podía escuchar a los carros transitar, en unos días estaría ahí, sumergido en la rutina, aunque después de todo era lo que realmente quería, regresar a la normalidad.
Retomé el desempaque. Escuche un sonido repentino que atrajo mi atención y me llevo con un impulso casi automático a voltear, me tomo un momento descifrar que había provocado ese sonido, pero luego lo supe, era la puerta, limpie el sudor de mi frente con el antebrazo, deje escapar un poco de aire de mis pulmones ocasionando una gran demostración de cansancio y me dirigí a la puerta, tome el pomo sintiendo ese frío característico del metal que aun permanecía en él a pesar de lo cálido que se había tornado el ambiente, el pomo se mantuvo en mi mano por un momento mientras me dejaba llevar por la incógnita que rondaba por mi mente ¿Quién tocaba la puerta? No esperaba a nadie. Abrí la puerta lentamente hasta que apareció una anciana, con cabello blanco y una sonrisa que moldeaba sus arrugas, ésta se presento muy amablemente estrechando mi mano y dándome la bienvenida con una tarta casera. Después de hablar un rato bajo el marco de la puerta, aquella anciana se despidió dejándome nuevamente solo en mi pequeño desastre natural.