Edición:Libros del Asteroide, 2011 (trad. Carlos Manzano)Páginas:208ISBN:9788492663439Precio:13,95 €Leído en la edición en catalán de la misma editorial (trad. Carles Sans, 2014).Publicada por primera vez en 1968, Mi planta de naranja lima obtuvo un gran éxito de ventas desde su publicación y se convirtió en una de las obras brasileñas del siglo XX más leídas alrededor del mundo. En España, Libros del Asteroide la reeditó en 2011, cuando llevaba años descatalogada, y tuvo una acogida tan buena que ya va por la séptima edición y se ha erigido como uno de los títulos fundamentales del sello, que estos días celebra su décimo aniversario de andadura editorial. Aunque a menudo se ha catalogado Mi planta de naranja limacomo un libro infantil, lo cierto es que parte de su mérito se debe al hecho de saber conectar con lectores de diferentes edades, nacionalidades y generaciones. Y donde digo conectar, digo conmover, porque pocas historias enternecen tanto como la del pequeño Zezé.José Mauro de Vasconcelos (Bangu, Río de Janeiro, 1920 – São Paulo, 1984) se basa en sus recuerdos de infancia en un barrio carioca humilde para dar vida a Zezé, un niño de cinco años sensible e imaginativo que sueña con ser poeta. Mi planta de naranja lima, que forma parte de la tradición de la novela de aprendizaje, muestra su descubrimiento de la ternura (y de algún modo, de la esperanza) en un ambiente marcado por la pobreza, ya que Zezé pertenece a una familia numerosa que sufre dificultades para subsistir y no le ha quedado otro remedio que aprender rápido el precio de vivir. En casa, hace travesuras que le cuestan palizas; en el barrio y en el colegio, en cambio, conquista a los adultos con sus ocurrencias, impropias para un muchacho de su edad. En sintonía con este retrato de Bangu, el autor escribe con un lenguaje de gran viveza, influido por la oralidad de la calle, de modo que predominan el diálogo y las referencias a la cultura popular, como las canciones. Zezé no es como los demás niños, y esto se nota en la elección de sus amistades, como el arbolito de naranja lima que da título al libro, y Portuga, el vecino con el coche más bonito del barrio. Solo un niño con la sensibilidad de Zezé —una sensibilidad difícil de entender para sus padres, que por las circunstancias no pueden dedicarle la atención que necesitaría— es capaz de encariñarse con una planta y convertirla en la compañera de juegos con la que explota su imaginación y sacia su sed de aventuras. Con su amigo Portuga, no obstante, la relación se desarrolla de forma distinta: el adulto, sorprendido y conmovido por la chispa de Zezé, una chispa nacida en un entorno convulso, se acerca a él y le muestra con pequeños gestos que otra forma de vida es posible. No por la riqueza, sino por la capacidad de escuchar y comprender al niño. De expresarle su amor, en definitiva.Si el arbolito de naranja lima representa el individualismo, el amigo imaginario que reconforta a Zezé cuando se siente incomprendido, la entrada en escena de Portuga supone la respuesta humana a las carencias emocionales del protagonista. De pronto, su juego ya no se limita a hablar con una planta y soñar despierto junto a ella, sino que piensa en lo que hará con Portuga y en todo lo que este le enseña en sus conversaciones. Descubre el valor de la amistad, del intercambio desinteresado entre dos; y, como dice el autor en la dedicatoria, «el significado de la ternura». El relato de Mi planta de naranja lima es una apertura hacia el mundo, hacia aquello que Zezé no podía encontrar (porque no sabía que existía) en el ambiente cargado de su hogar. La estructura, episódica, muestra la evolución psicológica de Zezé a partir de sus piedras angulares (la familia, el arbolito y Portuga, principalmente) y termina con un emotivo clímax.
José Mauro de Vasconcelos
¿Qué tiene esta novela para cautivar a tantos y tan diferentes lectores?Su mensaje de compañerismo y aliento en medio de las circunstancias más complicadas, que trasciende la realidad del barrio brasileño para llegar al centro de cualquier lector que valore el significado de tender la mano a alguien. La personalidad de Zezé, un niño en el que convive la ingenuidad de la infancia con la crudeza del entorno, que le ha hecho crecer deprisa; dos cualidades que conforman una naturaleza curiosa y avispada por la que resulta fácil sentir empatía y dejarse llevar, para sonreír y estremecerse con él. La aparente sencillez con la que está narrada, que le aporta una «transparencia» que aumenta la viveza de su fondo, consigue que se perciba como una verdad, como algo sincero. Mi planta de naranja limaes un libro idóneo para un niño, pero también para los adultos que no han perdido la capacidad de conmoverse. Como reza la obra: «El corazón de las personas debe ser muy grande para que quepan todos aquellos a los que se quiere» (pág. 126).