A través de los años la educación ha intentado ser sometida a transformaciones profundas en cuanto a las visiones que ésta posee sobre el hecho educativo. Sin embargo, el mismo sistema se resiste a estos cambios y, aún en la actualidad, es posible observar que la práctica docente de hace 50 años, es la misma que sigue en boga. Más grave aún es el hecho de que en los distintos hogares de Latinoamérica, el principio de “La letra con sangre entra”, sigue siendo el eje central de la enseñanza de los niños; aún numerosas familias, afirman que a través del miedo y del castigo, se pueden formar ciudadanos de bien. Sin embargo, la realidad parece ser otra.
“Mi planta de Naranja Lima”, del autor brasileño José Mauro de Vasconcelos, acerca al lector a la realidad antes descrita. Realidad que ha desarrollado generaciones de niños que viven del miedo, hasta el punto de acostumbrarse a obedecer por encima de dudar o reaccionar ante injusticias; o rayar en el otro extremo, convirtiéndose en personas antisociales capaces de cometer actos criminales graves, sin pensar en sus semejantes. El texto cuenta la historia de un niño brasileño, conocido como Zézé, que convive con su familia; familia que lo ha educado a través del castigo y la violencia física; este principio, sin lugar a dudas, deberá remitirnos al método tradicional de la enseñanza; donde la agresión era necesaria para poder enseñar a alguien; actividades que en la actualidad violarían una larga lista de derechos, y que, hoy por hoy, se sabe que es insuficiente, si es que no inútil, para la formación del estudiante.
Pero la historia no termina aquí, este pequeño muestra dotes de ser más aventajado intelectualmente que sus coetáneos; sin embargo, sus habilidades, en general, son echadas a menos, con algunas escasas excepciones (su maestra, “El portu”, etc); sin embargo, ¿Cuántos niños tienen la oportunidad de toparse con modelos positivos que lo induzcan a mejorar a través de la motivación? La respuesta puede resultar desalentadora, y esto da pie, al hecho de que numerosos pequeños, que tienen alto parecido al protagonista, terminan convirtiéndose en delincuentes; ya que fueron rechazados por la misma sociedad. Por tanto, el docente, debe romper con estos paradigmas, y regresar a corrientes teóricas como la teoría humanista propuesta por Carl Rogers; pues es precisamente la empatía y comprensión que recibe por parte del “Portu”, la que ayuda a Zézé a convertirse en un modelo más positivo para la sociedad; en tanto que las actitudes de su familia, solo desarrollan en él un enorme rencor que le corroe el corazón.
Un hecho relevante de la historia, es que existen numerosos momentos en los que él memoriza una enorme cantidad de datos y canciones fácilmente, a través de escuchar a su tío, o a un cantante popular; ¡Y cómo no recordarlos! Al fin, y al cabo, Bandura afirma en su teoría neoconductista, que el niño aprende a través de la repetición de modelos y conductas, o lo que es lo mismo, desarrolla sus capacidades a través del “aprendizaje vicario”. Pero no sólo eso, personajes como “El Portu”, la hermana o la maestra de Zézé, intentan aplicar refuerzos positivos, con el objetivo de mejorar su conducta; no obstante, la propia capacidad intelectual del niño, que no ha sido correctamente enfocada, sabe cómo manipular a dichos personajes, si bien a lo largo de la novela, esta actitud destructiva va transformándose, gracias al apoyo y el cariño de “El portu, el cuál continuará remitiéndonos al humanismo y la pedagogía del amor, si bien en un inicio, el acercamiento con Zézé tuvo repercusiones negativas, pues partió del principio tradicional de la enseñanza a través de la violencia física.
La novela nos acerca también al autoaprendizaje y al constructivismo; pues en numerosos momentos es la propia experiencia de Zézé, la que le permitirá abordar o resolver algunas situaciones del cotidiano, sin requerir, al menos en principio, de la ayuda de quienes lo rodean. No obstante, en algunos momentos, requerirá del andamiaje de otros personajes, que posteriormente se convertirán en modelos a seguir del pequeño. Sin embargo, paralelo al autoaprendizaje, se encuentra también la repentina madurez a la que fue sometido el niño, por hechos traumáticos (la muerte del Portu y de su planta de Naranja Lima), que conducen también a pensar en la capacidad de resiliencia que como seres humanos debemos poseer para hacer frente a las vicisitudes de la vida; y que Zézé logró desarrollar magistralmente, luego de una larga agonía emocional. Eso es esencial dentro de la formación integral de las personas, pues los docentes se han convertido en simples funcionarios encargados de transmitir una cantidad de conocimientos, olvidando la formación afectiva de los estudiantes.
En conclusión, la novela nos acerca a la historia de un niño que se encuentra en una situación especialmente vulnerable, y que, de no haber sido por la oportuna intervención de personajes que marcarían su formación emocional y social positivamente, se habría convertido en un delincuente más. Se observa como los enfoques meramente tradicionalistas y conductistas son insuficientes, y en numerosos casos pueden generar actitudes negativas en los educandos; por lo cual, las mismas deben ser sustituidas, o al menos equilibradas, con otras teorías más adaptadas a la realidad y a la humanidad del niño, tales como la teoría humanista y la pedagogía del amor; pues éstas parten de un proceso empático, y de la dignidad que los estudiantes tienen como seres humanos. Asimismo, se observa que todos los niños poseen potencialidades que solo requieren de un mínimo apoyo para ser desarrolladas; pero para ello se requiere del apoyo familiar, docente y comunitario. Así pues, es momento de transformar la educación y las concepciones educativas de las familias, para así poder romper con situaciones como la narrada en “Mi planta de Naranja Lima”, que podrían desembocar en una generación de individuos incompetentes a nivel social y afectivo; la pregunta que resta es, ¿está usted preparado como docente para afrontar estas transformaciones?