Fue mi primer coche un Seat-133, de color azul, que compartía con mi madre y mi tía, conductoras tardías ambas que obtuvieron el carnet rebasada ya la cuarentena, por lo que casi me apoderé en exclusiva de él.
Aquel vehículo me resultó aún más familiar ya que las clases prácticas, en la autoescuela de Molina de Segura en la que aprendí, las había dado con un modelo casi idéntico, junto a mis pacientes profesores Juan Santiago Nieto y el cabo López.
Con ese coche deambulé por las carreteras a lo largo de casi una década (la de los tan felices ochenta). Y con él compartí multitud de vivencias: fue el vehículo con el que me desplazaba a la radio siendo apenas un meritorio o con el que, en algún verano, me dejaba caer por las playas de La Manga del Mar Menor.
Fue también en él donde, años después, hubo que hacer maravillas para encajar los equipajes con la silleta de un bebé.
El viaje más largo que realicé con aquel coche fue a Albacete, para llevarle a mi olvidadizo hermano su carnet de identidad al objeto de que se examinara en unas pruebas.
Pese a su aspecto frágil, ahora que lo pienso, ese Seat-133 nunca me dejó tirado en carretera alguna. Lo conduje desde 1981 hasta 1989. Y fueron unos años en los que acontecieron algunas de las cosas más importantes que me han sucedido en la vida.
[La Verdad / Suplemento del Motor. 20 de Marzo de 2010]