Abrí el buzón. Dentro, una nota escrita a mano: NO TE MUEVASMis manos, mis piernas, mi cara, todas las partes de mi cuerpo decían al unísono: no, nono...Todo mi ser quedó paralizado como si de una catarsis se tratata.Un alivio pasajero e instantáneo recorrió todo mi cuerpo al contemplar la inconfundible sonrisa yla manera tan peculiar de vestir pero, no por ello carente de estilo de mi vecina.Me dejé caer en mi cama con mis botas puestas, dejando caer las llaves de casa y, con la notaclavada en mi mano sudada, temblorosa aún por el impacto de la nota. Ésta seguía clavada enmi mano como si de un estigma se tratara. Una sentencia...un mal presagio...¿Cuánto tiempo llevaría aquella nota en el buzón? Me acordé ligeramente de nuestra recienteluna de miel, en la que Marcos y yo, como dos adolescentes buscábamos emociones tanplacenteras como dispares. Éste recuerdo consiguió anestesiar mis sentidos pero por pocotiempo. Marcos no llegaría de trabajar hasta las 18h ¡Maldita sea! No podría resistir 6 horas máscon la sentencia martilleándome en la cabeza.En mis treinta años, excepto los años vividos junto a Marcos, mi vida había distado mucho de locomunmente llamada felicidad. Huérfana de padre y madre, sin una base de estudiossólida...¿Qué jugarreta del destino tenían preparada ésta vez? Había sabido lidiar con muchostraspiés del destino, pero una pequeña nota había cambiado el transcurso de mi vidanuevamente.Llamo a Marcos, salta el contestador...¡Diablos! Y, la nota decía como una sentencia, como side un estigma se tratara: NO TE MUEVAS