Revista Política

Mi primera comunión

Publicado el 24 mayo 2010 por Basseta
Mi primera comunión

Hace unos días mi hija mayor rebuscaba entre mis cajas de recuerdos, con la ilusión de encontrar algún tesoro o reliquia y, mira por donde, encontró un pequeño anillo de oro. Aquel anillo llevaba una inscripción con la fecha 25-5-1967 e inmediatamente lo recordé como el anillo que mi abuela paterna me regaló para mi primera comunión.

[Como agnóstico que soy, me gustaría no tener que pronunciar nunca frases como las que leía el otro día en el blog de Roberto Castillo: "No creo en Dios pero no me atrevo a decirlo mucho en público porque vivo en un país donde declararse ateo es como confesarse leproso: uno causa miedo y lástima al mismo tiempo, y lo ponen en una especie de cuarentena"]

Lo cuento tal y como fue: Como todos los de mi edad, asistí a clases de catequesis en el Patronato y aprendí oraciones e historias bíblicas. Unos cuantos meses antes de tomar la primera comunión, tuve que aprenderme de memoria las preguntas que había en el catecismo y para esa misión se nos asignó a María "La Poca" (como para negarse). Por mucho que estudié y las memoricé, sinceramente digo que no entendí casi nada, pero aunque en mi interior albergaba dudas acerca del valor de aquel esfuerzo, no tuve reaños para negarme (a mi madre le hubiera dado el disgusto de su vida).

Se me han quedado retazos en la memoria: " Contra la pereza, diligencia" (yo las únicas diligencias que conocía eran las que salían en las películas de pistoleros), " contra la gula, templanza" (incomprensible), " contra la lujuria, castidad" (ni me explicaron lo que era la lujuria ni la castidad), " no cometer acciones impuras" (con 7 años qué acciones impuras podía cometer, si ni tan siquiera era consciente de mi propia sexualidad).

Y por si no era suficiente, tuvimos que confesarnos. Ya me dirá alguien de qué tenía que confesarse uno con 7 años. Pues me confesé y me estuve confesando hasta los 11 años por lo menos, lo dejé justo cuando empecé a pecar de verdad, de forma consciente.

Tal día como hoy hace 43 años, mi madre me vistió de calle, porque era muy práctica y no quería desaprovechar el dinero que costaba hacer un traje nuevo (el de marinero no me lo iba a volver a poner). Era tan práctica que decidió que tomase la comunión junto con mi hermano Roberto, que no tenía los 6 años cumplidos. Ella y mis tías estuvieron varios días antes preparando aperitivos y se organizó un banquete en nuestra casa de la Glorieta, con los invitados repartidos en mesas por el comedor, por la cocina, ... con bidones llenos de barras de hielo para refrescar la bebida (eran pocos los que acudían a un restaurante en aquellos años).

Los niños terminamos pronto de comer y salimos a jugar a la calle, a coger saltamontes y lagartijas. Pasaba igual que pasa ahora: había dos grupos, los ecologistas (formado por los que teníamos reciente el sacramento) y los malvados asesinos (habían tomado la comunión el año anterior y ya se les había pasado el efecto). Como pasa casi siempre, ganaron los asesinos en serie y el resto tuvimos motivos para confesarnos al día siguiente.

En aquella época, como ahora, era costumbre que te regalasen cosas (creo que en el fondo era y es lo único que los niños y niñas veían auténticamente interesante del evento religioso), y el regalo estrella era un reloj de pulsera, aunque mi querido padrino Valeriano debió pensar que una pluma estilográfica con punta de oro era más adecuado. Todavía la conservo con grandísimo cariño.

No pretendo provocar a nadie. Respeto todas las opciones religiosas, pero digo y repito que con 8 años es muy pronto para entender los misterios de la vida y de los hombres (y de las mujeres).

"No creo en Dios y no me hace ninguna falta. Por lo menos estoy a salvo de ser intolerante. Los ateos somos las personas más tolerantes del mundo. Un creyente fácilmente pasa a la intolerancia. En ningún momento de la historia, en ningún lugar del planeta, las religiones han servido para que los seres humanos se acerquen unos a los otros. Por el contrario, sólo han servido para separar, para quemar, para torturar. No creo en Dios, no lo necesito y además soy buena persona".

José Saramago, escritor portugués, Premio Nobel de Literatura


Mi primera comunión


Volver a la Portada de Logo Paperblog