Antes de empezar creía que esa gente que vivía viajando tenía algo especial, algo que me estaba perdiendo y que yo no tenía para vivir esa misma vida. Fondos ilimitados, algún truco mágico para pagar alojamientos y pasajes, una mente mucho más brillante para poder llegar siempre a destino, facilidad universal para resolver absolutamente todo.
Me consideré desde siempre fanática de los viajes: desde la ilusión al momento de planearlo, de sólo imaginarlo, hasta la adrenalina de salir de mi casa cargada con mi equipaje y algunos libros sin saber qué me deparaba mi nuevo destino.
Al considerarme tan fanática, consideraba que nunca haber hecho un viaje ‘de mochilera’, o más específicamente, un viaje con rumbo a la aventura, sólo con lo justo y necesario, era casi como un fracaso. ¿Cómo puede ser? Esta chica que tanto ama viajar, ¿y nunca se fue sólo con su mochila y algunos pesos a quién sabe dónde? Claro, así cualquiera, sólo viajas cuando hay una caja de ahorros llena y un itinerario completamente realizado.
Sí chicos, lo idealizaba. Era (a mi perspectiva) el logro máximo del viajero. Desde dormir en carpa en los patios de los locales, hacer dedo en medio de la nada, vender pancitos caseros en las plazas de las nuevas ciudades a las que llegaba (todo el ‘combo hippie’ como le dicen) hasta el enamorarme de personas y paisajes, culturas y tradiciones, música y comida.
¿Y qué me frenaba? Miedo. ¿No nos frena a todos a veces? ‘Si me voy tanto tiempo de viaje no me voy a recibir a tiempo’, ‘¿De dónde voy a sacar plata para comer?’, y el más terrible de todos: ‘Una mujer sola y pequeña en medio de la nada, es un peligro’.
Pero creo que lo que más me frenó fue ese hecho de pensar que esta gente estaba más allá de mí, iluminados por una estrella que conmigo se había quedado dormida, que a ellos los llenaba de impulso, motivación, emprendimientos y aventuras.
No fue hasta que empecé a conocer gente que llevaba este estilo de vida que me di cuenta de que eran tan humanos como yo. También tenían que trabajar, también se llenaban de dudas al momento de partir hacia un nuevo lugar, también tenían que hacer sacrificios en pro de sus pasiones.
Empecé a meterme de fondo en todas las cuestiones relacionadas al viaje. Como buena neurótica nerviosa y detallista que se muere de ganas de irse, necesitaba hacer un control total de todos los eventos que debía considerar y con los que me podía cruzar. Lo bueno es que vivimos en el siglo XXI. No se necesita más que buscar en internet. Pues sí, un día me senté y empecé a informarme. Encontré posts divinos acerca de Economía Colaborativa, me anoté como host para recibir turistas, mostrarles la ciudad y enseñarles el idioma (de forma completamente beneficiosa, los bombardeaba a preguntas acerca de sus viajes y cómo lo lograban), empecé a rodearme de viajeros y residentes extranjeros de mi propio país, conocí nómades digitales que me incentivaron a llevar su maravilloso estilo de vida (sí chicos, aún ahora lo idealizo), leí blogs, libros, entradas, diarios de viajeros que me motivaron a empezar con este blog y compartir mis experiencias. Hablaba con colombianos, mexicanos, argentinos en otras partes del mundo, australianos, estadounidenses, españoles, ingleses… tantas personas amistosas y unidas por un interés en común: ser ciudadano del mundo.
Pues sí, llegó el día en el que ya había juntado toda la información necesaria, elegí los lugares que quería visitar, tenía algún dinero guardado que había empezado a ahorrar cuando empecé a planear mi vida afuera, y lo más importante: había conocido gente de tantas partes del mundo tan linda que sentía que a donde fuera que fuera, allí tenía un amigo.
En ese momento me di cuenta de que estaba lista, pero lo más increíble fue notar que siempre lo había estado. Después de todo lo único que es imperativamente necesario es la pasión.
Esta dificultad, estas dudas que a uno lo frenan de comenzar una aventura, creo que todo viajero las tuvo en un principio. Creo que todos pasamos por la incertidumbre, el miedo al fracaso, a lo desconocido. Pero una vez que se rompe ese miedo, somos libres de expandir nuestro mundo, y esta expansión no tiene límites. Las experiencias vividas son un tesoro, uno que espero que todos podamos encontrar en algún momento de nuestras vidas.
¿A qué quiero llegar con todo esto entonces?
Lárguense. No tengan miedo. Exploren. Yo también estuve ahí, también lo pensé demasiado. Sigan mi consejo y sólo vuelen.
