Por Aleida Godínez
Mi amigo Pablo, el negro grandulón de amplia sonrisa que vende en el mercado agropecuario, es un hombre afable. Su torrente de voz no tiene nada que ver con su masa corporal. Es mesurado, educado, diligente y cariñoso. Hoy, mientras alistaba sus cajas para comenzar la venta, me saludó con su acostumbrada sonrisa y me pidió le dedicara unos minutos… -¡Si no me subes el precio de los productos!-, le respondí.
Me contó que anoche, de cervezas con unos amigos, salió a relucir en la conversación un comentario sobre “una negra a la que cogieron presa en el aeropuerto cuando venía de afuera, que era de los derechos humanos”. Les dijo, me cuenta el grandulón, que su amiga disidente seguro que sabía. Me sonreí y me dijo: ¡mi amiga disidente es usted!
En ese momento comprendí lo que significa para Pablo mi disidencia y le pregunté: ¿Por qué dices que la detuvieron? -“Me dijeron que por ser una disidente negra, y dama de blanco”.
Y me lanza en pleno rostro la pregunta: ¿usted es racista? Me reí con tanta fuerza que los pocos que estaban allí a esa hora se volvieron para mirarme con caras de asombro.
Pablo, yo pude ser racista pero mis padres se ocuparon de curarme de ese mal. Te cuento que cuando apenas tenía tres años de edad, y lo recuerdo como si acabara de ocurrir, en el Kindergarten, lo que hoy conocemos como Pre-Escolar hubo una fiesta de disfraces. Mi abuelita me compró una bata rosada con una tiara de princesa. A la hora en que la Señorita- así le decíamos entonces a las maestras- empezó a componer las parejas a mí me puso con un negrito. Yo, que apenas sabía hablar rompí en llanto y me rasgué la tiara de la cabeza, y solo repetía: ¡Con el negrito no! ¡Con el negrito no! No hubo forma humana de hacerme una foto sin lágrimas, pero mis padres me obligaron a bailar con aquel niño de mi salón.
Pasaron los años y aquella enseñanza quedó en mí; sin embargo un día, cuando mi madre trabajaba en el Partido Socialista Popular en los primeros meses de la Revolución, a un compañero de ella le dieron una casa en Miramar y en un rapto protector con un serrucho descabezó los leones que decoraban las cuatro puntas de la mesa del juego de comedor de estilo. Cuando Torres -que así se llamaba su compañero- explicó a sus compañeros que lo hizo para evitar que sus hijos se dieran en la cabeza, contaba después mi mama mientras yo escuchaba, ellos le dijeron: ¡Coño Torres eso es cosa de negros! Yo, que siempre tuve la costumbre de espiar las conversaciones de los mayores salté y le dije:
“Mamá, no se dice negro, él es un compañero”. Desde entonces, y hasta la fecha, no distingo colores, Pablo, y tú sabes que la Revolución tampoco.
Esa mujer que dicen tus socios de cervezas se llama Bertha. Ella es la esposa de Ángel Moya, con quien en mis tiempos de Agente infiltrada firmé acuerdos de colaboración: era uno de aquellos mercenarios que fueron apresados en abril de 2003 y que recibía un enjundioso salario del gobierno de Estados Unidos por tratar de cambiar el orden social en Cuba. Ante su encierro, ella fue a parar a una organización contrarrevolucionaria que fue bautizada con el nombre de damas de blanco, y que reunía a unas pocas esposas de aquellos presos. Ellas fueron a la Iglesia de Santa Rita, en Miramar, por primera vez el domingo 30 de marzo del 2003 y a la salida estaba Elizardo Sánchez Santa Cruz, otro contrarrevolucionario, entregándoles 40 dólares a cada una por mandato de la encargada de los intereses yanquis en La Habana, la SINA.No fue casual que se reunieran en una Iglesia de Miramar, pues en un principio aquellas 6 ó 7 mujeres caminaban por 5ta Avenida vestidas de blanco para llamar la atención de la prensa extranjera y situar a Cuba en el banquillo de los acusados.
Fallecida la principal cabecilla, a pesar de las discrepancias entre ambas por la distribución del dinero, Bertha asumió el mando. En mayo pasado la televisora alternativa española CUBAINFORMACION.TV presentó un video donde aparecen las denuncias de algunas de esas mujeres que la acusan de robarle el dinero que les enviaban de Estados Unidos -cosa que en el mundillo de estos mercenarios es normal- . Ellas cuentan que enviaban de Estados Unidos 40 dólares para cada una y la tal Bertha solo les daba 10, se robaba los otros 30.
Esas personas son pagadas desde Europa y Washington para hacer provocaciones en la vía pública y atraer seguidores, le recordé a Pablo. ¿Olvidaste aquel muchacho que salió en la Mesa Redonda en abril del año 2011, que era periodista de ellas y resultó ser el Agente Emilio de la Seguridad cubana?… Por él supimos todos sus manejos sucios y se supo que cuando murió Laura, al pasar balance financiero, faltaban 5 mil dólares en la contabilidad y un refrigerador cuyo paradero se desconoce, aunque tomaron el acuerdo de callar para evitar el descrédito.
Puesta en vigor la nueva política migratoria, Berta se fue a Madrid argumentando que la invitaba su homóloga Blanca Reyes, esposa de unos de los mercenarios sancionados en abril de 2003 a 20 años de privación de libertad y que ahora reside junto a su esposo en España.
Recorrió España, Polonia, Alemania, Yugoslavia, Panamá, Bélgica, Washington, Miami, Puerto Rico, Roma y Honduras. Lógicamente, en Washington se reunió con Ileana Ros Lehtinen y Lincoln Díaz Balart, además visitó La Casa Blanca y el Departamento de Estado. Se entrevistó durante un desayuno privado en Madrid con Brandon Allan Hudspeth, Vice Cónsul norteamericano acreditado en La Habana entre 2009 y 2011, a quien pidió ayuda para sacar a Blanca Reyes del apuro que representa brindar cuentas al Fondo para la Democracia, después de utilizar el dinero para fines no alegados.
A su regreso, no hubo ofensas, represión, nadie la golpeó, incluso según su declaración hecha al Blog Dekaisone de un tal Agustín, de oficios taxista colchonero, ceramista, y agricultor que finge ser periodista de los pagados en la SINA: “En emigración me faltaba un modelito y me dicen: a usted le falta un papel señora; y le digo: qué papel; uno que le dan cuando usted sale de aquí. Ay hija, si yo salí de aquí hace tres meses. Bueno en fin de cuentas cuando voy a salir en busca del papel viene un hombre y me dice: ¿Qué le pasa Berta?, mire coja el papel y ni me lo da a mí se lo da a la de emigración, dije, bueno, que eficiente están estas gentes, mira como en el papel están escritos todos mis datos sin tener que escribirlos yo. […] Cuando salí vi a mis hermanos de lucha, a mis Damas de Blanco representando a todos los que no pudieron llegar y ellas con sus gritos de libertad, entonces comencé a gritar, Cuba si Castro no, tres veces. Me dije ¡tranquila, claro, no tengo porque provocarlos a ellos sino me mencionan! ” Fin de la cita.
Esta es mi querido Pablo, un poco de historia sin profundizar detalles. Cuando tenga más tiempo te cuento otro poco, pero en tu próxima lid cervecera cuéntale a tus amigos que ella duerme feliz en su casa y no corre peligro en Cuba, ni por ser mercenaria, ni por ser negra, aunque a juzgar por mí la hubiera cambiado por leche en polvo. Después de todo, ¿para qué nos sirve una traidora a su Patria?
Fuente Blog Cubana Natural