No quiero ni pensar en el dinero que he TIRADO en biberones y chupetes. Respecto a los biberones (y sus correspondientes accesorios de limpieza, claro está) me llevaron por el camino de la amargura con mi bebé gigante. Como me incorporé al trabajo cuando aún no tenía 6 meses intentamos que combinara el pecho con el biberón. Misión totalmente imposible. Ni Tom Cruise lo habría conseguido. Después de hacer un máster sobre si silicona o caucho o no sé cuántos otros materiales distintos, mi bebé gigante decidió que aquel plasticucho, como que no le iba. Así que quedaron guardados en el armario, por si acaso.
Lo del chupete fue más triste aún. Para intentar calmarle en algunos momentos de desesperación y no tener que recurrir siempre al pecho, pensamos que el chupete sería la solución. Pero nada. El “tapón” como le llama mi madre, no surtió efecto. Como soy un poco mula, con mi pequeña foquita también me gasté los dineros, esta vez en unos chupetitos rosas monísimos a 6 eurazos el pack de dos. Están durmiendo en el armario junto con los biberones. No sé por qué los guardo pero me da pena tirar 6 euros a la basura así como así. Quizás algún día los usen para jugar a muñecas.
Si el hombre es el animal que tropieza dos veces en la misma piedra, la mujer en los artilugios de plástico. Cuando empezamos con la dentición, como oí hablar de unos maravillosos mordedores que aliviaban el dolor y no sé cuántos beneficios más, pues allá que me fui toda contenta a la farmacia. Prefieron no acordarme de lo que me costó. Lo herví (con mi bebé gigante hervía hasta los platos) y se lo di tan contenta. La cara de circunstancia que me puso fue para grabarla.
En resumen, aunque sé que a mucha gente le son muy útiles todos estos avances de la ingeniería infantil, mis hijos son del siglo pasado. Lo único que se han llevado a la boca con verdadera fruición han sido los muñecos de trapo. Cualquier pie, gorro de puncha o trompa de elefante han servido para que mis hijos se pasen rato royendo la tela, embelesados mirando al más allá y relajados como si se hubieran tomado una tila. Y será casualidad, pero ninguno de los dos ha babeado durante la dentición ni se ha quejado en exceso por la salida de los dientes.
Ni que decir tiene que me da una grima horrible cada vez que pienso en tela en la boca pero a mis hijos les encanta y estoy convencida que, además de relajarles, les ha ayudado en su proceso de dentición.
Este post va dedicado a la bebita de Mi pequeño Koala, que ya tiene su primer diente. ¡Felicidades!