Hace poco estuve de viaje, fui por mes y medio a visitar a mi suegra. Fui con mi esposo y mis dos hijos.
Las primeras casi 3 semanas, mi esposo estuvo trabajando, así que yo sabía, desde antes, que iba a pasar casi 3 semanas sola con ella y los chicos… solos, en ese pequeño departamento… solos, con una persona acostumbrada a vivir sola… solos, con una persona que tiene sus propias manías y costumbres…
No voy a mentirles, estaba un poco temerosa, me esperanzaba en que mi paciencia y mis años de meditación sean ahora, en este preciso momento cuando éstos muestren sus frutos. Sentía como si estuviese entrando en una gran prueba.
Mi suegra, es una gran mujer, muy sensible y muy bondadosa, ella te daría todo sin pestañear, la he visto hacerlo, la he visto sacarse el abrigo que tenía puesto para cubrir en la calle a alguien con frío y también la he visto llorar de la emoción delante del televisor. Pero a su vez, ella tuvo una vida difícil, eran otras épocas, la vida era más dura y en Europa en especial, su generación, eran hijos de padres que vivieron las dos guerras en muchos de los casos. Y como toda persona, tiene que lidiar con sus propios patrones antiguos de pensamientos, sentimientos de culpabilidad, autoestima, etc. Lo cual, requería de mi parte, mucha sensibilidad y compasión. Hasta ahí, se entiende… mientas estés en tu casa, te despidas por la tarde y listo, ¿verdad? Pero este, no era ese el caso…
La primera semana que llegamos, fue un poco difícil, ella no conocía a mi hijo menor (Kian, 1 año y medio) y mi hijo mayor (Sven, 8 años) la recordaba vagamente. Así que a mis hijos se les hacía un poco difícil interactuar con ella. El idioma, la idiosincrasia y la falta de confianza, jugaban en su contra.
Poco a poco, fueron entrando en confianza, pero la transición, no fue nada sencillo. La primera semana, me sentí muy observada por ella, como lo conté en otro post, a ella no le gusta mucho la cocina y esa parte, la dejó a cargo mío, pero sentía que miraba siempre si ahorraba en ingredientes e insumos, si cocinaba demasiado haciendo que sobrara la comida, si volvía a comer lo guardado o no, etc. También sentía que observaba como era yo con los niños, si Kian gritaba, notaba que ella no se acercaba, hacía más bien como si estuviese haciendo algo y veía mi reacción hacia mi hijo, si lo trataba con amor, si perdía la paciencia, si hacía gestos de cansancio, mi tono de voz, etc. Las pocas veces que intenté sentarme delante del computador, también me sentí observada, es difícil para su generación entender que se puede trabajar desde un computador, así que fueron momentos también de tensión, los cuales, valgan verdades, decidí evitarlos.
No voy a mentirles, esos días fueron muy difíciles, súmenle una que otra punzada que me mandaba entre comentarios o indirectas y sé que eso sucedía porque dentro de ella, se siente dolida que me haya “llevado” a su hijo de su país… Totalmente comprensible…
¿Mi respuesta?
Tranquilidad, le pedí sí que por favor me dejara cumplir mis meditaciones, creo firmemente que sin ellas, no hubiese podido alcanzar el equilibrio interno que necesité tanto en aquella, como en otras situaciones del día a día y en eso, estuvo totalmente de acuerdo.
No voy a negarles, no fue fácil, había veces que tenía que respirar hondo y llenar mi corazón de mucha compasión.
Durante mis meditaciones, trataba de entenderla y de buscarla dentro de mí y curar eso que me molestaba, tal y como se los conté en un post que escribí recientemente.
En las noches, cuando mi esposo regresaba de trabajar me preguntaba, ¿saliste con mi mami?, ¿Qué hicieron?, nunca me quejé, nunca le hablé mal de ella. ¡Es su madre!, la mujer que me dio al hombre de mi vida, al padre de mis hijos… no, no es justo, tampoco es maduro de mi parte, ¿para qué?, para qué darle fuerza a esa energía, cuando, sé, soy consciente que es puro ego, ¡estaría identificándome con su ego!, piénsenlo…
¿Qué sucedió después?
Las siguientes semanas, comencé a ver un cambio en ella… comencé a ver que me respetaba, comenzó a ayudarme; un día mientras hacía dormir a mis hijos, la escuché hablar con mi esposo en voz baja y decirle, no sé cómo Jennifer puede con todo esto y estar tranquila y de buen humor… les aseguro que la más sorprendida, al oír ese comentario, ¡fui yo!
Estoy segura, que la Vida nos pone personas así para enseñarnos, para poder probarnos a nosotros mismos y ella, mi suegra, siento que ha sido y es, una gran maestra para mí, ¡gracias por estar en mi vida!
Los días previos al viaje, conversamos, se disculpó por no haberme podido ayudarme más y abrió su corazón conmigo, me dijo que había tenido una vida dura y muchas veces se dejaba llevar por sus emociones, era algo que ella reconocía, también hablamos de la partida de mi hijo, su nieto y me dijo que nos admiraba, como familia, por haber podido sobrellevarlo con tanto amor.
Y me preguntó, ¿Cómo puedes estar tranquila justo cuando hay más caos?
Y le dije, creo que por dos motivos: uno es la meditación y el otro el saber reconocer y establecer mis límites.
Su respuesta, al final de este viaje, me sorprendió:
“¿Me enseñarías entonces a meditar?, sería lindo alcanzar también esa armonía y ese amor”