Me levante descalza, sobresaltada por un grito que lanzó mi pequeña “Al” esta mañana… después de tranquilizarla y acomodar su almohada, volví a la cama, mire el reloj, las 5:18. A esa hora no hay ruidos en las calles, si acaso algún madrugador que tiene que lanzarse al trabajo a semejantes horas.
Yo definitivamente no soy apta para levantarme temprano, mucho menos si no veo luz a través de mi ventana, es como ir contra mi naturaleza pero hoy en especial me resultaron incomodas las sabanas y decidí que tal vez la naturaleza o el destino habían decidido arrebatarme esos minutos de sueño por algún motivo especial.
El Sr. J., dormía tranquilo al otro lado de la cama y no encontré motivos para despertarlo tan temprano. Volví a ponerme de pie, esta vez con mis pantuflas. Ya en la cocina, me me preparé un americano e intente que mis pensamientos no se esfumaran con el vapor de la olla. Tome a tragos pequeños, como si en ellos expirara lo que ya no puede ser, lo que no volverá, pero la idea del pasado me lleno de sentimientos encontrados. Y en lo que esto pasaba por mi cabeza, uno de esos tragos quemo mi lengua. ¿Habrá sido el café caliente o la angustia de pensar que algo ya no tenga futuro?
No tenia los audífonos a mi alcance y no podía poner música en el reproductor por que habría sobresaltado a los durmientes, así que puse música en mi cabeza y empece a tararear “un no se que” donde varias letras se fusionaban al azar. Hubiera sido muy curioso ver la expresión de alguien más si descubriera la extraña melodía que razonaba en mi cabeza.
La música no estaba funcionando o no sonaba lo suficientemente fuerte como lo necesitaban mis neuronas por que en el fondo deseaba que retumbara, que los vidrios temblaran a mi alrededor y que mis pulmones se estremecieran con el ruido. Tal vez algo ya no funcionaba…
Me faltaban fuerzas, quería tumbarme en el sofá (si lo hubiera tenido, tal vez lo hubiera echo) pero no podía. Quería beberme la taza de café y extinguirme con ella aunque solo fueran unos segundos. Pero tampoco podía, estaba ahí, con unas ganas enormes de gritar y salir corriendo con el frío de la mañana.
Es mucho lo que nos ha sucedido estos días, todo lo que me hace pensar en lo que deseo o que ya no quiero, de todo lo que me hace ser yo, de lo que me define como persona, única, es mucho de esos terremotos que llegan a removerlo todo y después se van dejando grietas y escombros y la terrible sensación de que pronto vendrá otro. Es mucho el tiempo transcurrido, los gritos encendidos y las luces apagadas.
Yo no se por que me preocupo por todo eso, no se por que no puedo espantar las telarañas de mi mente, por que gastar mi tiempo… tiempo, tiempo, tiempo.
El café me supo perfecto, me dejo el agradable sabor de boca, que uno esperaría que le quedara durante largas horas. Pero el fondo de la taza tarde o temprano se asoma y anunciando que hubo “algo” ahí, en las paredes de la taza quedan los residuos pegados.
No es que sea mala buscando solución a los problemas, en lo que si soy mala es en ejecutar esas soluciones. Es miedo a enfrentar los fantasmas que habitan no solo en mi mente si no en la de los demás. Es el miedo a confrontarlos.
Deje aquella taza sucia sobre en fregadero. Tal vez de eso se trataba, tomar la decisión de lavar la taza o arrojarla a la basura para no utilizarla más, después de todo era una taza vieja, desgastada y muy pequeña para la ración de café que acostumbro, por otro lado era una vasija que había llegado a mis manos en una situación muy especial, posiblemente sería imposible conseguir otra igual o siquiera similar, además se amolda perfectamente al tamaño de mis manos y permitía aislar la temperatura del interior al exterior y las raciones no generaban mayor problema por que podía servir doble si lo creía pertinente. ¿Cual era la decisión correcta?
Soy necia, aferrada. Tal vez me niego a cederle a la vida la oportunidad de quitarme “cosas”. Me causa nostalgia saber que el presente se hace pasado y como, estando en el pasado, únicamente vuelve al presente transformado en recuerdos.
Por momentos pienso que soy la única culpable. Hace poco leí algo sobre los actos y decisiones que tomamos y en efecto, nosotros somos los únicos culpables de lo que terminamos sintiendo. Y es que soy demasiado tonta, demasiado voluble y me dejo llevar con las olas y hasta las enfurezco más, peco de ser exagerada y de tener un alma rebelde.
Pero no. Yo no soy culpable. No supe actuar de otra manera, no supe adivinar las palabras que debí pronunciar ¿Cuantas palabras se quedaron congeladas en mi garganta?¿Cuantas ideas guarde en el baúl? ¿por que me permití ocultar lo más valioso que yo tengo? ¿En que momento cruzo por mi mente que ser yo representaba una desventaja?
Mientras el cielo clareaba, medite como tantas veces, que no podía permitirme bajo ninguna circunstancia, apagar mi llama. Redescubrí que no necesito ocultar mis caprichos y que no puedo ocultar bajo las sabanas mi propia esencia. Descubrí que necesitaba tomar más a menudo de ese café, no para despejar el sueño, sino para despertar a la vida.
He pensado en eso y seguramente seguiré haciendolo. Tal vez redecoré esa vieja taza y con un poco de suerte logre ponerle laca y hacer que luzca como nueva. Es parte de reconocer lo que es útil en nuestra vida y tratar de enmendar lo que no nos parece bueno. Es dejar en el pasado lo que ya fue y permitir que no se ensombrezca el presente.
Más tarde me di cuanta que “Al” me hablaba y su vocecita me saco de mis pensamientos. El Sr. J. también estaba despierto ya abrazando a nuestra pequeña. Definitivamente era un buen sabor el de aquel café. Antes de acercarme a ellos, corrí al fregadero y lave la pequeña taza. Tal vez la ocupe de nuevo…
[Hace un par de años]