Revista Opinión

Mi TIA y YO

Publicado el 16 noviembre 2019 por Carlosgu82

¡Joder, tita! Qué cantazo a maría.

– ¿Tanto huele?

– Tira de espaldas.

Mi sobrina Lola acababa de subirse al coche y me había puesto en evidencia. Se estaba enterando en ese momento de que le daba a los canutos y preferí responderle con naturalidad porque, aunque fuera una cazada, no éramos niñas ninguna de las dos. Ella tenía diecinueve, yo cuarenta, y su inteligencia era una de sus mejores virtudes. Pero no la única. Lola era un cielo.

El tema de las drogas nos tuvo entretenidas durante una buena parte del trayecto, aunque también hablamos de música, de cine y televisión, de la vida… Íbamos a pasar juntas el puente de San Juan al cortijo con ocasión de que sus padres estaban otra vez fuera con su hermana por sus problemas médicos y de que mi marido tenía que quedarse en la ciudad también por motivos laborales. En el plan inicial, que era el de limpiar y poner el cortijo en funcionamiento para el verano, mi hijo también debería haberse venido. Pero no lo conseguí, terminé hasta el moño de sus excusas y sus tonterías y, por no escucharle, dejé que se quedara en casa. Lo que mi hijo no sabía, y no me dio la gana de decirle mientras que no le viera cambiar la actitud durante la discusión, era que la piscina ya estaba lista para el baño.

Así que, al final, puente de chicas.

El cortijo está en medio de ninguna parte, en las faldas de unos cerros, en una zona semi arbolada que, en verano, es una delicia. Tenemos una parcela enorme, con bancales donde hay plantados frutales, de los que se encarga un vecino del pueblo cercano, y, en torno a la casa y en el jardín, hay otros árboles que llevan ahí toda la vida, no me preguntéis los nombres, y que dan una sombra y un fresquito tan maravilloso que justifican que llame delicia al cortijo en verano.

Solo quedaba por limpiar, y ni siquiera en profundidad, el interior de la casa. Había empezado a subir al cortijo al terminar Semana Santa y, poco a poco, ya había poniendo todo el exterior en orden; Que, con tanto árbol y desde el verano anterior sin cuidar, era la faena más gorda y por la que había que empezar. ¿Para que limpiar primero dentro con toda la que iba a liar luego fuera? Dentro había hecho las limpiezas fundamentales: los baños y la cocina. Y los dormitorios y demás habitaciones, a los que solo había que barrer, limpiar el polvo y fregar, eran lo que quedaba por hacer.

Lola, que habría podido decirme que no perfectamente, había optado por venirse al cortijo porque, como a mí, le gustaba disfrutarlo todo el tiempo posible. De hecho recuerdo que hasta me regañó por no haberle dicho antes que ya había empezado a ir a limpiarlo.

Entramos en la casa y nos nos pusimos en acción. Primero metimos las cosas en el frigo, luego fuimos a ponernos ropa de faena y a colocar los bultos, abrimos ventanas y postigos y comenzamos a preparar los arreos de limpieza mientras nos repartíamos las tareas.

Empecé a escuchar música. Lola había encendido el equipo del salón y se había puesto rock para limpiar. Me sorprendió que tuviera tan buen gusto musical pues, la mayoría de los temas, eran de grupos consagrados como Queen, Scorpions, los Maiden, Rollings, Pink Floid y demás. La música de mi juventud, la de la juventud de su madre. Nunca me había parado a pesar en cuál era la música que le gustaba a mi sobrina y me di cuenta de que, aunque la conozco desde que nació, hay detalles tía-sobrina que a las dos se nos escapan. Y, esta oportunidad, me pareció una buena ocasión para, realmente, hacer del puente una fiesta de chicas.

El rato de la limpieza se nos hizo súper ameno. Nos habíamos repartido los dormitorios y, de vez en cuando, nos acercábamos la una en busca de la otra a contarnos cualquier chorrada, o nos las gritábamos a voces desde lugares diferentes de la casa. Cantábamos, bailábamos y seguíamos con nuestras cosas. Así estuvimos hasta la hora del aperitivo, después de dejar listos cuatro de los seis dormitorios de la casa, cuando decidimos que ya era suficiente tarea para ser el primer día y paramos para descansar y comer después.

– ¿Dará tiempo a un baño antes de ponernos con la comida? -me preguntó mi sobrina.

– ¡Por supuesto! -le contesté-. Con su correspondiente cerveza y picoteo.

Nos metimos cada una en nuestro dormitorio a cambiarnos de nuevo para salir a la piscina. Me puse un bikini negro de los dos que tengo y me volví a poner la camiseta de manga corta con la que había estado limpiando: la de “Bazar Nicolasa, de todo para su casa”, una histórica de mi vestuario del cortijo.

– Cógete una cerveza cuando salgas -le dije a Lola al pasar por su puerta en dirección a la terraza.

Yo hice lo mismo. Paré un segundito en la cocina y me cogí una cerveza y una bolsa de patatas fritas que eché en una fuente. Luego, al pasar por el salón, cogí mi pitillera y un cenicero y me salí a sentarme bajo el toldo a la mesa de la terraza. Me lié un canuto.

Lola no tardó mucho en salir y en sentarte conmigo. Llevaba puesto un bikini blanco bastante minúsculo y una camiseta de algodón recortada justo por debajo de los pezones, de esas que dejan la bajo teta al aire. Por ahí fue por donde pude adivinar que, el sujetador del bikini, también era bastante minúsculo. Traía su cerveza y también una pitillera.

– No sabía que fumabas -le dije.

– Mi madre me mata si me ve con un cigarro en la mano -empezó a contestar-. En las reuniones familiares, me escaqueo de vez en cuando…

– Con los buenos canutos que se ha fumado tu madre -respondí.

– ¡¿Qué dices?! ¡Cuenta! ¡Cuenta!

Empecé a contarle batallitas del pasado, de nuestros años de adolescencia y universidad. Mi hermana era una bomba de relojería, tuvo a Lola con diecinueve años, y, por tenerla atada algo más en corto, me tocó ser la hermana cómplice de sus fiestas. ¡Menuda elementa mi hermana Noe! No me tocó comerme broncones épicos de mis padres por su culpa, no la salvé veces de auténticos disparates…

En un gesto automático, seguramente por estar imaginando cualquiera de las escenas de juventud vividas con mi hermana, le ofrecí el canuto a Lola y lo cogió. En ese momento os confieso que tuve miedo: con el mini tanga, la mini camiseta, teniendo secretos con su madre y con un porro en la mano, era el vivo reflejo de mi hermana.

– Tú con el sexo, ¿Cómo lo llevas? ¡¡O sea, o sea!! Quiero decir… Que estaba pensando en tu madre, que te tuvo a la edad que tienes ahora y en que ella era… ¡Bueno! Que… ¿Tú qué?

Me dio la sensación de que mi sobrina, primero no sabía si tomarme en serio o de coña, y, luego, no sabía si mosquearse o si echarse a reír.

– Yo controlo -respondió-. Mi madre es que no controlaba, ¿No?

A punto estuve de decirle a mi sobrina que, en casa, no supimos quien era su padre hasta el quinto mes de embarazo de mi hermana porque ni ella misma lo tenía claro. Pero, aun en el caso de que Lola pudiera conocer esa historia, yo no debía tocarla. Y fue ahí cuando me di cuenta de lo relajada que estaba y de lo peligroso que eso podía ser porque podía hacer o decir algo inoportuno. Quise ponerme seria pero, al hacerlo, me dio un ataque de risa.

Demasiado tarde, la hierba ya estaba haciendo de las suyas.

– Esa tiene que ser buena -exclamó Lola-. ¿De qué te has acordado?

Tuve que toser para ganar un par de segundos que me dieran tiempo a pensar en algo que decir.

– De esto, ni media palabra a tu madre -empecé a decirle.

– Estoy yo como para chivarme de algo -contestó mirando el porro que sujetaba con sus dedos.

– Una noche que salimos, y mira que ya estaba yo en segundo de carrera, el abuelo nos puso hora para llegar a casa y se nos hizo tarde. Se nos hizo tan tarde que, tu madre, llegó a casa vestida con ropa que no era suya. El interrogatorio al que nos sometió la abuela a la mañana siguiente fue el disparate más grande que te puedas imaginar. No éramos capaces de coincidir dando excusas…

– ¿Cómo que excusas? ¿De qué?

– De las cosas que no podíamos contarle a la abuela. Y la noche había sido muy larga. Así que, cuando metías dos mentiras, era muy posible que no hilaran. Y teníamos que meter muchas mentiras.

– ¿Qué hicisteis?

No me di cuenta del embolao en el que me había metido yo sola hasta que tuve esa pregunta delante de las narices y recordé toda la noche de autos. ¿Cómo le contaba yo eso a mi sobrina?

– Se nos fue la fiesta de las manos… -acerté a responder.

-Y se supone que estamos hablando de que mi madre no controlaba, ¿no? -introdujo Lola con cierta curiosidad morbosa.

Negué con la cabeza, mientras apretaba levemente los labios, durante unos segundos. Hasta que decidí que, si había apostado por el fin de semana de chicas, era el momento de empezar a disfrutarlo y de compartir experiencias si apetecía hacerlo. Y, por alguna extraña razón, yo tenía ganas de hablar de sexo con mi sobrina.

Y empecé a contarle la historia de aquella noche.

Noe, mi hermana, había terminado los exámenes de junio del módulo profesional que estaba haciendo y había salido a celebrarlo a media tarde. Yo, por mi parte, salía de cervezas con mis amigas y me uniría a mi hermana a la hora de las copas, que era cuando ya había que empezar a tenerla vigilada.

Pero claro, como Noe había empezado por la tarde, su hora de las copas coincidió con la mía de las cervezas y, para cuando yo llegué a la de las copas, mi hermana ya había tenido tiempo de cogerme una considerable ventaja en cuanto a embriaguez y colocón. Estaba con un grupo de gente que no conocía, varios chicos y chicas, y había un tonteo bastante notable en el comportamiento de todos. Cuando llegué, uno de los chicos empezó a tontear conmigo con gracia suficiente como para ir dejándome querer.

El caso es que, de pronto, Noe me sorprendió con la noticia de que se iban a casa de uno de los chicos a tomarse unas copillas allí y yo me quedé un rato más en el pub con el muchacho que me estaba tonteando.

– Total, que nos terminamos liando -le contaba.

– ¿Y eso que tiene que ver con mi madre? -me contestó.

– Que, por culpa de este tío, se me fue el santo al cielo y, cuando vine a acordarme de tu madre, ya era hora de que volviéramos y casa y, cuando fui a buscarla para irnos a casa, tu madre estaba pasándoselo pero que muy bien en aquella casa y con aquella gente.

– ¡¿Mi madre ha estado en una orgía?!

– En más de una

– ¿Y tú? Porque, eso sí, mi madre me ha contado que, de joven, siempre salía contigo.

Asentí.

– ¡¿Juntas?! ¿Habéis estado mi madre y tú juntas en la misma orgía?

– No sigas preguntando -contesté-. Es suficiente. Tu madre estaba muy loca y punto. Luego te tuvo a ti y se volvió más normal. Y, con lo de tu hermana, pues ya no ha vuelto a ser así.

Lola se quedó callada y tuvimos un momento para sumirnos en nuestros pensamientos. Clara, mi sobrina pequeña, tiene una enfermedad rara y mi hermana lo lleva solamente regular. No se apaga, Noe es incombustible, pero cada vez es más oscura la ilusión en su mirada.

– ¡Anda! Cuéntame tú alguna historieta tuya, alguna que tuviera gracia. Que me he ido a poner de bajona y no me apetece.

– Pues… -Lola tardó un segundo en empezar a contestarme y se dio tiempo para pensar qué decir-. Yo en orgías no he estado, pero con la pandilla en una playa nudista sí. ¿Te acuerdas de Rober? Hace un par de años, fui con él varias veces. Hubo una vez, que nos quedamos a dormir allí, que aquello sí que fue un desmadre. Pero nosotros no nos mezclamos. Estábamos cerca y nos tentaron, pero no pasó.

– ¿Y ahora cómo andas de hombres?

– No hay nada fijo. Mis rollillos de vez en cuando.

– Pero controlas…

– Que sí, tita, que controlo.

Volvimos a quedarnos momentáneamente en nuestros pensamientos, que terminaron siendo los mismos: No quedaba cerveza con la que refrescarse y, en medio del jardín, frente a nosotras, la piscina empezaba a llamarnos insistentemente. Era el momento de darse un remojón antes de meterse en la cocina a preparar la comida.

Me levanté de la mesa de la terraza para bajar al césped y Lola, en cuanto dedujo mi trayectoria, hizo lo mismo. Las tumbonas no estaban puestas, así que fuimos al cobertizo a sacarlas y las plantamos en el césped, entre la piscina y las escaleras que suben a la terraza de la casa. Nos quitamos las camisetas, nos dimos una ducha y me fui a la escalera de la piscina.

Estaba el agua congelada. ¡Dios! ¡Qué fría! Pero engañaba porque, al poco de aguantar el pie dentro, la sensación de frío desaparecía. Me armé de valor y me metí en el agua hasta la cintura, me mojé el vientre, las cervicales y las muñecas y, en el impulso definitivo, me sumergí por completo.

Los pezones como témpanos.

Lola vino detrás. Ya había tenido oportunidad de verme en la cara que el agua estaba fresquita, así que no le pilló por sorpresa. Pero se le erizaron los pezones en ese momento y me hizo gracia verlo bajo la tela de los minúsculos triángulos de tela que le sujetaban el pecho. Permanecí inmóvil en el agua, sumergida hasta el cuello con las piernas encogidas, mirando a mi sobrina hasta que terminó de meterse ella también en el agua.

– Al final, no está tan fría -le dije.

– La verdad es que no -contestó.

Le hice un par de largos a la piscina; Un ir a la parte honda en tres brazadas y volver, que tampoco es tan grande mi piscina. Es una costumbre que tengo cada vez que me doy un baño. Y luego, también por costumbre, me quité la parte de arriba del bikini. Es algo que he hecho en cada ocasión en la que he tenido oportunidad: Cuando no ha estado mi hijo, cuando no estaban mis padres…

– ¡Oye, qué bien tienes las tetas para haberle dado de mamar al primo! ¿No dicen que se caen de eso?

A parte de que la fresca pero no fría temperatura del agua las mantenía encogidas y con los pezones de punta, lo cierto es que tengo buen pecho. Se me está descolgando, sí, pero muy lentamente y con mucha elegancia. Puedo sentirme orgullosa de mantener un pecho bonito. Contorno de pecho de 84cm (95D), por si os lo estáis preguntando.

El caso es que el comentario me resultó curioso. ¿Qué hacía mi sobrina fijándose en mis tetas si me las tenía más que vistas de toda la vida? ¿Era porque era la primera que las veía desnudas?¿O ya me estaba dando por proyectar y estaba tratando de ver en mi sobrina cosas que, en realidad, sentía yo? Cosas que tenían que ver con el componente sexual de la desnudez?

– Verás tú… -pensé al asumir que, de alguna manera, mi sobrina me excitaba.

– A mí también me lo parece -le contesté a mi sobrina mientras me las miraba-. Es de esas cosas que no entiendo, pero que le agradezco a Dios todos los días. De todas maneras, un consejo te doy: haz algo de ejercicio ahora y todo el tiempo que puedas: tus tetas del futuro te lo agradecerán.

– Después de verano, cuando empiece el curso, quiero ir al gimnasio.

– Pues yo lo que quiero es un cigarro…

Es otra de mis costumbres cuando me doy un baño: fumarme una cigarrito metida en el agua. La cuestión es que me había dejado la pitillera en la mesa y había que salir del agua.

– Ya que voy, ¿Quieres que te traiga uno?

– Venga -me contestó Lola.

No dejaba de observarme mientras salía de la piscina.

– Tita -me dijo- ¿un canutito ya que nos ponemos?

En ese momento supe que mi sobrina había pillado el mismo rollo con el que yo disfrutaba del cortijo: es un refugio, la zona segura en la que puedo ser yo misma. Un lugar que, con la familia en verano, no se puede disfrutar en plenitud pero que, en momentos como ese, a solas las dos y siendo tan parecidas, nos dejaba fluir.

¿Qué queréis que os diga? Ni pizca de ganas tenía de ponerme a hacer de comer.

– Pues, entonces -empecé a contestarle-, a ti te toca ir a la cocina a por otro par de cervezas.

Me llevé la pitillera a la tumbona y me puse a trajinar mientras volvía la niña. Salió de nuevo al jardín, me pasó mi cerveza y se quedó de pie, mirando al infinito.

– No se ve el camino desde aquí, ¿No?

– No -le contesté-. ¿Por qué?

– Estaba pensando… -se quedó callada unos segundos, en los que debía estar organizando sus ideas, y luego me miró-. ¿A ti te importa si me quito el bikini?

– ¡¿Cómo me va a importar?! -contesté-. ¡Si te he tenido desnuda y en brazos mil veces y te he limpiado el culo hasta decir basta!

– Si, ya… Pero, yo qué sé… Que ya no soy un bebé…

– Anda, tira… -le dije-. ¿Que, ya, cogiste la afición desde lo de las playas con Rober, no?

– ¿Tú no lo has probado? -me contestó mientras se desnudaba-. Porque yo, desde que descubrí el naturismo, ya no lo cambio por nada.

– Alguna que otra vez fui con el tito a playas nudistas -empecé a decirle-, al tito si le gusta más. Pero , a mí, como que no me llama tanto.

– Pues, ¡Qué raro! Porque, si eres de topless, conoces la sensación.

– Pues sí, pero había pocas oportunidades y, la falta de costumbre, pues hace que te olvides.

Todos los veranos de mi vida han sido en el cortijo. Primero con mis padres y mis hermanos (aparte de Noe, está Rafa, el mayor), luego también con mi marido, luego el cuñado, los niños… Los únicos veranos que hice por pasar algunos días en la playa fueron los que estuve noviando con mi marido. Esos fueron los de las experiencias nudistas. Y quedaban ya muy lejanos en el tiempo.

– La verdad es que el cortijo es una puta locura en verano -suspiró Lola.

Tuvo gracia porque tiene razón. Ahora que faltan mis padres, en verano en el cortijo solemos ser siete: Mi marido, mi hijo y yo y, por otro lado, mi hermana con mi cuñado y las niñas. Mi hermano Rafa hace años que no viene al cortijo. Su hijo, mi sobrino Fali -que es mi ojito derecho- sí que ha venido a pasar algún que otro verano. Unas veces más tiempo, otras menos, pero intenta venir todos los años.

Ahora súmale cuando, a los niños, les da por invitar a sus amigos o, a los mayores, nos da por invitar a los nuestros. Efectivamente, en verano el cortijo es una puta locura.

Nos encendimos el canuto, cogimos las cervezas y nos volvimos a meter en el agua. Nos acomodamos al sol en una esquina y sentimos la paz.

– Así sí…

Estaba para verla. Tenía los brazos y la nuca apoyados sobre el borde de la piscina y, tumbada boca arriba como estaba, tenía las piernas rectas y extendidas hacia el frente según se hundían hasta el fondo de la piscina. Estábamos las dos todavía algo pajizas, faltas de moreno, y, debajo de las formas poligonales blancas que hace la luz con las ondas del agua, el cuerpo blanquecino de mi sobrina parecía estar brillando.

La contemplaba en plenitud. Su metro setenta y cinco de estatura parecía aún más dentro del agua. Sus piernas largas, su vientre plano, sus buenas tetas, no mucho más pequeñas que las mías, su juventud, mis recuerdos. Estaba mirando a mi sobrina y me estaba poniendo cachonda. Y ya no me lo negaba a mí misma sino que, por el contrario, estaba disfrutando de ese momento.

– Así sí -le respondí-. ¿A que sí?

– Si tuviera yo el cortijo así, pa mí sola…

– Buenas fiestas, ¿no? -le insinué.

– Alguna que otra -respondió pícara-. Pero, principalmente, esto. Esta tranquilidad, esta despreocupación, esta sensación de paz, de libertad… ¡En serio, tita! Deberías terminar de desnudarte.

No hizo falta que me lo dijera dos veces para que lo hiciera, solo que por razones distintas a las suyas. A mí me movía más la excitación que otra cosa. Así que me quité la braguita del bikini, me acomodé en su misma posición, cerré los ojos, sentí la primera corriente de agua acariciarme el coño y disfruté por un rato en silencio de aquel placentero momento.

– ¿En qué piensas? -me preguntó Lola sin saber lo que interrumpía.

– En las buenas fiestas… -contesté.

– ¿Alguna en especial?

Nos hablábamos sin mirarnos, con la cara orientada al sol y con los ojos cerrados.

– Una de la que te escandalizarías…

Lola se quedó callada un par de segundos y, luego, disparó a bocajarro.

– Mi madre y tú habéis follado, ¿Verdad?

– ¡¿Se puede saber qué relación de ideas acabas de tener para preguntar eso? -inquirí medianamente escandalizada mientras abría los ojos y movía la cabeza para buscarla con la mirada.

– Que mi madre no es una santa, ya lo sabía; Que siempre salía contigo, también lo sabía. Pero no porque es que hubiera que tenerla atada en corto… Y, si antes, con lo del día que llegó a casa con otra ropa, me has cortado el interrogatorio justo antes de este momento, basta que tú me digas que me voy a escandalizar para ponerme en situación: Debe ser algo muy gordo que has hecho y, si has estado en algo muy gordo, es porque mi madre también estaba.Así que, las dos, en un asunto muy gordo pues…

Pues tenía razón, así de sencillo. Efectivamente, Noe y yo hemos follado juntas. ¡Y en más de una ocasión! Que tuviera que controlar a mi hermana pequeña no quiere decir que yo no tenga también lo mío. Y a mí me va la fiesta como al cualquier hija de vecina. Es solo que, a Noe, se le iba mucho la olla y era fácilmente manejable y sugestionable; Por eso había que vigilarla.

Resoplé sin saber qué decir. Sosteniéndole la mirada para no perder también el control de la situación.

– No pienso juzgaros -continuó diciéndome Lola-. Lo de que se nos vaya la olla con el sexo debe ser genético. Ya te he dicho que yo también tengo mis cosillas…

– ¿Cuándo me lo has dicho?

– Antes, con lo de la pandilla en la playa.

– Pero si me has dicho que…

La sonrisa que puso fue la que me interrumpió. Esa sonrisa decía que sí que había pasado algo en la playa nudista con sus amigos.

– Sí… -suspiré entonces en un evidente gesto de complicidad-. Tu madre y yo hemos follado.

– ¡Eso está muy bien! ¿Y, con el tito, qué? ¿Bien también, o es verdad eso de que el matrimonio fastidia el sexo?

– Con el tito muy bien -contesté-. Pero, ¡Un segundo! Tú lo que estás es desviando mi atención… ¿Qué es lo que has hecho que no me has contado… -y lancé un órdago que me parecía verle en la mirada-… pero quieres contarme?

Lola se puso seria. No evasiva, sino perdida.

– ¿Prometes no juzgarme tú?

Cogí la lata de cerveza y alargué el brazo para brindar antes de responder y darle un sorbo.

– Fin de semana de chicas -respondí guiñándole, además, un ojo a mi sobrina.

– Me he acostado un par de veces con mi primo Vito y su mujer y la intención es seguir repitiendo…

Casi me atraganto con la cerveza, pero pude controlar la situación y reconducir el trago por su sitio. Vito es el hijo mayor de su tio Vittorio, el hermano mayor de su padre. La miré con cara de “desarrolla esa historia”.

Que, mi cuñado, que es que no os lo he dicho, es italiano. De ahí que, mi sobrina, sea un bellezón latino de los que excitan hasta a la familia cuando compartes desnuda con ella una piscina, un canuto y una cerveza. Muy cachonda me estaba poniendo mi sobrina… Y, encima, contándome asuntos tan liberales como para empezar a plantearme la posibilidad de pegarle el primer hachazo en serio.

Lola empezó a contarme la historia. Ella de siempre se había llevado muy bien con su primo pero, desde su boda con Fabiola hacía unos cuatro años, habían empezado a estrechar aún más sus lazos. Estamos hablando de que, Vito, tiene treinta y dos años y, Fabiola, creo que son treinta los que tiene. Así que, los treintañeros Vito y Fabiola, eran quienes habían empezado a sacar de marcha a Lola, la prima pequeña, cuando entró en su etapa adolescente.

– Y, esta Semana Santa, cuando se vinieron ya para acá, pues, quedamos y una cosa fue llevando a la otra y… -seguía contando mi sobrina.

Y acabaron en casa del primo follando los tres. Y se lo pasaron tan bien y había tal complicidad entre ellos que volvieron a repetir hace un par de semanas y se lo volvieron a pasar genial.

– Nunca me habría imaginado que, una tía, pudiera ponerme tan loca -exclamó mi sobrina antes de guardar un breve silencio-. Pues eso, que en esas estamos… Que no sé cómo encajarlo en mi vida… No se lo he contado a ninguna de mis amigas porque creo que no lo entenderían, no sé hasta dónde puede llegar esto, no sé qué debería hacer… ¿Tú qué me dices?

– Que, cuando son ocasiones puntuales sin trascendencia, preocupan menos -le empecé a contestar-. Pero sí que es verdad que te has metido en un berengenal complicado… A mí, en frío, me viene grande… ¿Pero lo ves siendo una pareja de tres o cómo va la historia?

– No, que va -me dijo Lola-. Si yo sigo follando por mi cuenta… Pero que nos gusta y es algo que nos parece lícito… Mi madre y tú… ¿Cómo fue? ¿Qué pasó?

– Fueron situaciones totalmente distintas -respondí.

– ¿Fueron? -preguntó Lola- ¿En plural? ¿Más de una vez?

– Ya no recuerdo si tres o cuatro -le contesté-. Lo que sí que recuerdo es que, la de aquí del cortijo, fue la última y la mejor.

– ¿La última por qué?

– Porque, unos meses después, tu madre se quedó embarazada de ti y las circunstancias cambiaron por completo.

– ¿Habríais seguido si no?

– No lo sé. Imagino que, en vista de la vida que llevábamos, supongo que sí… Pero, ¿ves tú? Empezamos a tener respuestas… Tal vez lo tuyo con tus primos dure hasta tengan un niño. O, tal vez, no tengáis que volver a haceros preguntas hasta ese momento… Por cierto, ¡niños! Cuando tu primo y tú…

– Solo me la ha metido una vez. Con goma, por supuesto. Para lo demás los condones no hacen falta.

La sonrisa que dibujó después de decir esas últimas palabras hicieron volar mi imaginación y no pude evitar visualizar a mi sobrina follando. Y, como ella también se quedó callada a continuación, pues tampoco pude evitar cerrar momentáneamente los ojos y dejar que pasara el tiempo recreándome en las excitantes escenas que construía mi mente.

A pesar del susto que me dio, agradezco que me empezara a sonar el móvil porque, con el flow sexual, se me había ido la mano un par de veces y Lola podría haberme cazado de haber estado mirándome. Total, que salí del agua y me fui hacia la terraza a coger el teléfono. No me dio a contestar antes de que terminara el tono de llamada, pero la pantalla me lo dejó bien claro: mi sobrino Fali me había llamado.

– Hablando de primos… Era Fali -le grité a mi sobrina, que sabía que me miraba desde la piscina con curiosidad.

Cuando vi la hora en la pantalla del teléfono me alarmé. Eran las cuatro de la tarde y se nos había ido el santo al cielo. Así que, tras decidir unilateralmente que había que comer, me metí en la casa en dirección a la cocina mientras que llamaba yo a mi sobrino.

Fali es el hijo mayor de mi hermano Rafa. Ellos no viven aquí, mi hermano se fue a hacer la mili a Melilla y ya no volvió. Dejó allí embarazada a mi cuñada Jaiza cuando la mili y se quedó. Fali es mi ojito derecho, es el mayor de los cuatro primos: primero él con veinticinco, luego Lola, con diecinueve, luego Nico, mi hijo, que tiene diecisiete y, por último, mi sobrina Andrea, la hermana de Lola, que tiene quince años. Fali tuvo siete años para ser el capricho de la familia, hasta que nació Lola y, con eso de que vivían en Melilla, la necesidad de contacto con mi hermano y su familia siempre fue mayor que entre los que estábamos aquí: mi hermana y mis padres.

La cuestión es que Fali es un niño excepcional, lo ha sido siempre. Y me conozco su vida de arriba a abajo como, por el contrario, no conozco la de Lola. Y Fali también me conoce como no me conoce mi sobrina.

– Pero, que estás aquí, ¿Dónde? -le preguntaba-. En la península o aquí, aquí.

– Acabo de pasar Jaén -me respondió-. Tengo el ferry en Málaga mañana y he pensado en ir a veros.

– ¡¿Pero cómo no me has dicho nada antes?! Estoy en el cortijo de los abuelos, que me he venido con tu prima Lola a pasar el puente…

Si acababa de pasar Jaén, estaba a dos horas del cortijo y, desde aquí a Málaga, no llega tampoco a dos horas lo que hay. Y, como estaba dando por hecho que venía para quedarse a dormir, le estaba indicando a dónde dirigirse. Si hubiera ido hasta mi casa para luego, tener que retroceder de nuevo al cortijo, se comería innecesariamente otras dos horas de viaje.

– ¡Ah! ¡Pues mejor! Más cerca estás. ¿Está la prima ahí?

Al girarme hacia el salón para mirar hacia la piscina, acto instintivo propio cuando vas a contestar acerca de la posición de alguien a quien tienes a la vista, me la encontré que venía por la terraza para entrar en la casa.

– Por la terraza viene -contesté.

– Dale un beso de mi parte.

– Un beso de parte de tu primo -dije levantando un poco la voz porque Lola ya casi entraba por la cristalera abierta del salón.

– Holaaaaa primooooo -gritó mi sobrina.

Fue en ese instante, cuando, al escucharla decir la palabra primo, sustituí mentalmente a Fali por Vito, que decidí que, la tarde, iba a ser una bonita orgía familiar. Mi sobrino era la forma de convertir en realidad la fantasía de follar con mi sobrina que tenía desde hacía un rato; Follábamos los tres y asunto arreglado.

Sí, hijos, sí. A pesar de mi calentón, de mi experiencia y de todas mis demás variables favorables, no sabía cómo entrarle a mi sobrina. ¿Es lógico, no? Sin embargo, con Fali, todo era más fácil.

Después de gritar desde el salón, Lola no se detuvo y se perdió por el pasillo hasta que la escuché entrar en e baño. Volvió a salir y vino a la cocina cuando terminé de hablar con mi sobrino.

– ¿Qué se cuenta el primo? ¿Por qué ha llamado? -me preguntó mi sobrina.

– Que viene para acá. En un par de horas está aquí.

Le vi la desilusión en la cara. Como si, por un lado, quisiera alegrarse de ver a su primo pero, por otro, algo acabara de estropearse por eso mismo.

– ¿Qué pasa? -le pregunté.

– Pues que, adiós fin de semana de chicas y que toca volver a vestirse…

– ¿Y eso por qué? -continué preguntando.

Lola no se esperaba la pregunta y la sorprendí. Luego puso cara de “¿Cómo que por qué? Es evidente, ¿No?”.

– ¿Porque… viene mi primo y no es plan de que nos vea así?

– Tu primo también es naturista.

– ¡Pero es mi primo!

– Y yo tu tía, y tú mi sobrina

– ¡Pues me sigue dando un palo que te cagas! -protestó después de haber guardado dos segundos de silencio en los que se fue enfureciendo al verse desmontada.

– Tú confía en mí -le contesté-. ¿No te ha dado palo antes también, cuando me has preguntado a mí si podías desnudarte? ¿Y, cómo estás ahora? Tan a gusto, ¿No? Pues, con tu primo, va a ser lo mismo… Más nerviosa tendría que estar yo que tú, que soy su tía y va a verme así. Tú eres más joven, moderna y liberal, no sorprende aunque seáis primos…

Mi sobrina me miraba con cara de no terminar de comprarme ese argumento.

– Y tiene una polla que da gusto verla… -terminé de decir para convencerla.

– ¡Tita! -reaccionó mi sobrina.

– ¡Qué sí! ¡Pues si ya hemos estado hablando de sexo antes! No me vengas ahora con santurronerías… El año pasado estuvo por aquí un fin de semana que me vine con el tito y, como a los dos les gusta el naturismo, pues se terminaron quedando en bolas.

– Y tú no… -sugirió.

– Y yo no.

– ¿Por?

– Porque no lo tuve claro. Esas cosas las comparto a solas con el tito y Fali, además de no ser un desconocido como los de las playas nudistas, es también mi sobrino. No sabía cómo podía sentarle al tito y, a parte, a mí no me tenía tranquila. Así que no lo hice.

– Y ahora sí… -volvió a sugerir-. ¿Por?

– Porque no está el tito -respondí en un sarcástico semisusurro-. Y los Jiménez, entre nosotros, ¡Pues pa nosotros!

Lola se echó a reír como me pasó a mí también conforme terminé de decir aquello.

– Y, entonces, el primo, tiene buena polla, dices…

– Está muy bien armado.

Lola guardó silencio unos segundos y adiviné lo que estaba pensando.

– Si una cosa llevara a la otra y terminaras poniéndote tonta, que no te agobie ahora. Si pasara, ya se verá… Yo llevo cachonda un buen rato y no te has dado ni cuenta…

– ¿No te da nada hablar de sexo, así, tan abiertamente conmigo?

Por fin empezó a hablar con el tono de voz de quien, en total confianza, se muestra natural.

– He follado varias veces con mi hermana, que es tu madre -empecé a contestarle-, y nunca fue sin querer o por obligación. Si ya he podido hablarte de eso, ¿Por qué iba a moderarme con cualquier otro asunto?

– Porque, precisamente por eso, dices cosas que no sé cómo interpretarlas.

– ¿Qué piensas? ¿Que eres tú la que me pone cachonda?

– Yo… Y los porros.

Se delató ella sola. Al hacer referencia a los porros fue evidente que estaba hablando de cómo se encontraba en realidad y ya no me detuve. Lola estaba cachonda, los porros y yo la teníamos cachonda, y ya no lo ocultaba. A partir de ese momento podíamos hacer lo que quisiéramos; Porque las dos queríamos hacerlo.

Durante la charla, Lola se había mantenido de pie, apoyada con el hombro contra el marco de la puerta, mientras que yo había estado junto a la encimera y la hornilla pelando patatas y preparando una ensalada. Le podían dar bien por culo a esa comida porque, a mi sobrina y a mí, nos apetecía otra.

Me acerqué a mi sobrina y, sin pestañear, comenzamos a comernos la boca. Posé la mano sobre su cuello y la dejé caer por el hombro y el brazo hasta acariciarle bien el culo y, por último, apretarme contra mi sobrina para colarle desde detrás la mano en su húmedo sexo. Ella tampoco tardó mucho en empezar a meterme mano, prácticamente comenzó conforme sintió mi mano en su cuello.

Tiene su punto morbo-pecaminoso eso de que sea tu sobrina, ¿Sabéis? Es el puntazo que hace que, toda la previa, sea tan excitante. Pero, una vez que el sexo entra al asalto, ni familia ni pollas: es simplemente sexo. Y Lola me inspiraba mucho sexo.

Con la pasión desatada nos fuimos a mi dormitorio y nos tiramos sobre mi cama. Entre comidas de coño, de boca, mordiscos por la piel, tijeras, dedos indiscretos y demás perversiones, mi sobrina y yo echamos cerca de tres cuartos de hora de sexo inolvidable. Si cualquiera de las dos se corría, la otra aceleraba el ritmo para extenuarnos.

Mi sobrina me pone aún más cerda que mi hermana…

– Tengo un problema -me dijo en una de las ocasiones en las que paramos a recuperar el aliento-. Que voy a querer follar más veces contigo, tita; Que esto no se va a quedar solo en una locura de fin de semana…

Tiré de ella, la saqué de encima de la cama y, tras cruzar la casa, salimos al jardín. Nos tiramos sobre una de las tumbonas y comenzamos a echar otro polvo. No sabía si Lola conocía la sensación pero, si era que no, follar al aire libre en total intimidad intimidad iba a molarle mucho.

Y le moló. Los dos orgasmos que chilló en un minuto así lo atestiguaron.

– ¡Dioooooooooosssssssssss! -exclamó de últimas-. Yo estoy ya para parar y echar un cafelito. En serio te lo digo. Uuuuuffff… Además, llevo pensando desde hace un rato que sería conveniente avisar a Fali de cómo está la cosa por el cortijo, que no le pille en frío.

– ¿Qué le digamos que estamos calientes?

– ¡No, coño! ¡Que estamos desnudas!

Nos echamos a reír con mi mente calenturienta y, el momento, dio lugar a que decidiéramos relajarnos definitivamente y a que paráramos de follar como posesas. ¡Que, de verdad, mira que nos costaba a las dos! Lola era digna hija de su madre, desde luego. Pero una versión mejorada. Mi sobrina me estaba devolviendo una juventud que ni se lo imaginaba y me ponía muy cerda. Aunque eso ya os lo he dicho y lo sabéis de antes…

– Tengo el móvil en la cocina -le dije-. Aprovecho y preparo el café.

– Perfecto -me respondió mi sobrina-. Yo voy a intentar liar mi primer canuto mientras tanto. ¿O necesitas que te haga algo?

-¡¿A que te contesto?!


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