Estaba ensayando las dos octavas musicales de siempre, cantando a volumen normal y suave. Para ello hacía uso de un piano virtual y de la relajación necesaria para que la práctica fuese tomada con seriedad y sin esfuerzo, pero después de unos minutos me sentía tembloroso. Estaba pensando las razones que me habrían provocado tal cosa, lamentablemente recaigo antes de poder dar con el acertijo.
Al momento de levantarme por la mañana, realmente fue tanta la jaqueca que preferí olvidarme de lo sucedido durante la noche, tomé harta agua y luego intenté vocalizar. A la tercera nota cantada empezé a sentir molestias y la cuarta ya era una exigencia notable de la garganta que no me la podía explicar, siendo que desde que aprendí nunca he tenido que lidiar con esfuerzos de aquella índole. En fin, tomé harta agua y decidí hacer otras cosas… pasaron un par de horas cuando vuelvo a recaer. Lo bueno es que esta vez duró sólo 2 horas la recaída.
Estaba anocheciendo cuando decido preguntarme por los problemas de ambas recaídas, de esta forma es que decidí ir al médico. Las respuestas fueron algo raras; el doctor me dijo que no tenía problemas a la garganta ni que había un esfuerzo al momento del canto, la verdad es que el problema era mi situación emocional. El doctor me dijo que tenía estrés, provocando una tensión en todo mi cuerpo que exigiría automáticamente zonas delicadas como la propia garganta. Gracias a ello pude percibir que el problema muchas veces no está en solamente lo que uno hace en un día presente, sino que se recoge de sucesos anteriores. Muchas veces no nos damos cuenta de quienes somos en un momento determinado, por tanto tampoco de con quienes tratamos. Cosas tan simples que algunos con arrogancia pueden decir que es una estupidez, pero el comportamiento automático del día a día en la urbe, demuestra otra cosa.