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Mi úlcera (según Michel Onfray)

Publicado el 26 agosto 2010 por Barcoborracho

Mi úlcera (según Michel Onfray)
El gastronterólogo es también proctólogo. Normal: es un especialista del orificio, tanto el de la deglución como el de la defecación. Lo igual y lo diferente, la entrada y la salida, la vida y la muerte, la sustancia y sus restos. Tengo en la boca una especie de aro de plástico que debo morder. En el fondo de la garganta, empiezo a sentir un entumecimiento: el efecto del gel anestesiante. El excipiente con sabor a frambuesa es repugnante, su consistencia, viscosa. El hombre con chaqueta blanca prepara una fibroscopía, la tercera de mi carrera.La expresión "entubar" nunca tuvo mayor sentido y pertenencia. En el hueco de mi boca pasiva y paralizada, el especialista introduce con breves golpecitos bruscos un larguísimo tubo con un extremo luminoso. Siento como una serpiente cuyos anillos se atascan en mi garganta. El objeto desciende. Sigo su recorrido mentalmente: boca, úvula, garganta, tubo digestivo, boca del estómago, mucosas ácidas, duodeno. Con el ojo clavado en su endoscópio, el médico revisa, observa, invade el interior de mi cuerpo.Los movimientos del tubo me provocan eructos, bolsas de aire que estallan. Eructor tras eructos interminables, que no puedo retener. Las lágrimas corren por mis mejillas. Estoy acostado. La saliva sale de mi boca y baja por el mentón. Siento náuseas, ganas de vomitar. Con una pinza fijada a la punta del tubo, el médico me hace una biopsia, una pequeña toma de mi carne podrida, averiada. Porción de úlcera. ¿Cáncer o no? El laboratorio dirá.Luego, rápidamente, la serpiente abandona mi vientre, mi pecho, mi boca. Ahora está enrollada dentro de un recimiente con líquido desinfectante. Me dan papel para secarme todo lo que fluye: lágrimas, saliva, líquidos diversos. Sentado en el borde de esa cama de infortunio, miro, frente a mí, un gran cartel en forma de planisferio que representa la úlcera: purulencias como volcanes, abismos, agujeros, grietas, excrecencias. Carnes oscuras, manchadas, rojizas en el centro. Mezcla de sangre coagulada y tumores en acción. En el centro de mí, está acuando esa podredumbre que tendrá la última palabra, prefiguración de cadáver, antesala de la descomposición.Con la receta en el bolsillo, la boca neutra, blanca, anestesiada, la garganta aún con el recuerdo de la serpiente que se debatía dentro de ella, vuelvo al exterior, a la vida que bulle. Afuera, todo resplandece, efervescente; dentro de mi cuerpo, la muerte avanza, audaz. Antes que el gusto a carne podrida en mi boca, está el sol del otoño. Carpe diem.
De "EL DESEO DE SER UN VOLCÁN".Michel Onfray. Traducción de Silvia Kot.Libros perfil 1999. Bs. As.
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