Otro punto que me intriga mucho sobre las relaciones vecinales, es que, pasados 500 metros del portal, un 95% de tus vecinos no establecerán contacto visual contigo para evitar saludarte. Es un hecho. Esas personas que te dicen buenos días y buenas tardes, pasado medio kilómetro, no te conocerá y pasará al lado tuyo como cualquier otro viandante. Es verdad que no somos ni familia ni nos vamos a tomar cañitas después de trabajar, pero esta capacidad de invisibilizar a los vecinos en otros contextos que no sean el propio edificio es harto peculiar. No es algo que me pase ahora. Ha sido siempre. Y me pasa a mí y te pasa a ti que estás leyendo estas líneas. Creo que la habilidad bautizada como eliminación parcial vecinal es digna de un estudio sociológico.
Pero no todo es malo en mi comunidad de vecinos. De hecho, esta entrada está dedicada a Vicente, mi vecino de abajo, un nuevo SANTO en mayúsculas de aquí en adelante. Vicente es un hombre de sus 70s años muy bien conservado, tiene mujer, hijas y un nieto. Debe hacer deporte y se mueve mucho por el barrio, vamos, que es un señor activo. Siempre está de buen humor, siempre educado, con una sonrisa. A pesar de todo el ruido que hacemos, nunca se queja, comprende nuestra situación y a nuestros perdones siempre contesta "no pasa nada, sabemos lo que es tener niños pequeños". Me ha tocado la lotería con Vicente y su mujer. Pero no solo como vecinos, sino como personas, siempre amables. Puedo afirmar y afirmo, que Vicente es el único vecino con el que no me importa hablar del tiempo. Y eso es mucho decir.