Revista Cine
Madre que estás en los cielos
En muchas películas de la historia del cine se ha retratado la infancia como una etapa de la vida en la que gozamos de mil aventuras y travesuras, pero en otras se la ha querido mostrar como un momento vital en el que se quedan marcadas las circunstancias personales que a cada niño le toca vivir, destacando mucho más el drama que la comedia. Como ejemplo tenemos a Léolo (1992), la segunda y última película del malogrado Jean-Claude Lauzon, un director canadiense que tranquilamente se pudo haber inspirado en la última película sueca que hizo Lasse Hallström y con la que se dio a conocer internacionalmente: Mi vida como un perro (1985). Ambas tienen varias cosas en común, aunque esta última sea mucho menos trágica y onírica: en las dos el protagonista es un niño que tiene una relación muy cercana con su madre, con una incipiente atracción sexual hacia el cuerpo desnudo femenino y cuyos pensamientos más íntimos y personales son trasladados al espectador mediante la voz en off.
El film de Hallström está basado en la novela autobiográfica de un tal Reidar Jonsson, que junto con el director y otros guionistas adaptaron la historia a la gran pantalla. La historia del joven Ingemar (Anton Glanzelius) ocurre en Suecia en los años 50. Tiene un hermano mayor con el que se pelea a menudo y una perra llamada Sickan. A causa de la ausencia de su padre que les abandonó para irse a vivir a Ecuador a cargar bananas (en palabras del propio Ingemar), la madre (Anki Lidén) debe cuidar de ellos; aunque, debido a su grave enfermedad y de lo histérica que se pone con las gamberradas y discusiones de sus hijos, para que pueda descansar un poco, en el verano Ingemar es trasladado a Smaland, una población rural al sureste de Suecia, donde vive su tío Gunnar (Tomas von Brömssen), hermano de su madre. Allí pasará mucho tiempo en una pequeña cabaña que su tío construirá y a la que le llamarán "casa de juegos", y conocerá a personajes tan curiosos como el anciano enfermo señor Arvidsson que siempre le pide a escondidas que le lea artículos de lencería femenina y que está harto del señor Fransson que está arreglando el tejado de su casa y no para de dar golpes con el martillo. También conocerá a Saga (Melinda Kinnaman), una chica que con su pelo corto se hace pasar por un chico para que no le echen del equipo de fútbol y con la que también boxeará de vez en cuando, una afición que todos sus amigos practican en una cuadra.
El film se centra exclusivamente en un momento crucial de la infancia del joven Ingemar, poniendo un poco de humor en el drama que conlleva la evolución de la enfermedad de la madre y los cambios que esto provoca en la vida del chico. Pero es que la película ya empieza con un signo claro: los recuerdos de Ingemar van a marcar la pauta de la historia, y su voz en off, junto con la imagen del cielo nocturno y el buen tema central compuesto por Björn Isfalt, serán el punto fuerte del film. Y desde la primera escena el espectador ya es informado de la muerte de la madre del joven protagonista, que se arrepiente de no haber contado a su madre muchas cosas que le pasaron en Smaland ya que a ella le gustaban mucho las historias, de ahí su insistencia por leer tantos libros. En esas confesiones trasladadas a la pantalla mediante la voz en off, Ingemar también insiste en decir que podía haber sido peor, poniendo el ejemplo de muertes terribles de otras personas y quejándose también del fatal destino que tuvo la pobre Laika, la perra espacial soviética que se convirtió en el primer ser vivo terrestre en orbitar la Tierra. Pero hay algo curioso y a la vez extraño en su personaje, algo que le pasa a la hora de beber: cada vez que está con gente e intenta llevarse un vaso de leche o de agua a la boca le tiembla la mano y se echa el líquido directamente a la cara, algo que el espectador no llegará a entender exactamente por qué le ocurre.
En algunas entrevistas, Lasse Hallström ha comentado que lo que más le interesa mostrar en sus películas son historias que tengan sentimientos fuertes con una combinación entre comedia y drama, dando bastante libertad a los actores para expresar sus sentimientos y jugando con su espontaneidad. Y en esta película, Hallström sabe llevar bien la historia y destacan las escenas donde utiliza muy bien la cámara lenta en momentos intensos, pero se nota que la película falla un poco cuando no se usan tanto las confesiones del joven Ingemar con la voz en off y el plano del cielo nocturno. Es en esos momentos cuando el espectador se da cuenta de que echa de menos la nostalgia reflejada en los pensamientos más íntimos del joven Ingemar y que no le interesa tanto el relato de las cosas que va experimentando.
La película consiguió las nominaciones a los Oscars por la de Mejor director y Guión adaptado y, posteriormente, Hallström obtuvo también nominaciones con ¿A quién ama Gilbert Grape? (1993), Las normas de la casa de la sidra (1999) y Chocolat (2000). Y en cuanto al cásting del film hay que decir que fue muy acertado al escoger al joven actor para el papel más importante de la historia, como ha ocurrido en otros casos de la historia del cine, mismamente en el cine español con ejemplos como el de Pablito Calvo en Marcelino, pan y vino (1954), Ana Torrent en El espíritu de la colmena (1973) o Juan José Ballesta en El Bola (2000). Pero hay otros casos en los que el prometedor actor desaparece casi por completo de la gran pantalla, como es el caso de Maxime Collin, que encarnó al comentado Léolo, o, sin ir más lejos, al mismo Anton Glanzelius, que hizo un personaje bastante interesante pero que no le sirvió para tener más papeles en el séptimo arte.
"Una entrañable película sobre la infancia de la que se destaca al joven protagonista y sus sentimientos más íntimos trasladados a la pantalla en voz en off; sin embargo, el relato de algunas de sus vivencias no son tan interesantes como sus propias confesiones"